Resumen
Capítulo 16
Amadeo Salvatierra, calle República de Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición, México DF, enero de 1976.
Amadeo continúa con el relato de su encuentro con Lima y Belano. Luego de abrir latas de chile chipotle y otro tequila, continuó hablando de Diego Carvajal, el general. También de Cesárea Tinajero, de Manuel Maples Arce y sobre su proyecto de hacer una ciudad estridentista llamada Estridentópolis. Don Diego Carvajal se había mostrado dispuesto a ayudar a Maples Arce en el proyecto. Amadeo recuerda que reunidos se pusieron a hablar de París, a pesar de que ninguno había conocido la ciudad.
Años después de aquel encuentro, Salvatierra leyó en el diario que Maples Arce iría a París y se alegró por él. Por el contrario, don Diego nunca saldría de México: fue muerto en una balacera de origen incierto en 1930. Amadeo dice que cuando terminó de contarle esto a los jóvenes, comenzó a pensar en Estridentópolis y en todo aquello que habían imaginado con relación a la ciudad en la reunión, y les dijo también que "veía los esfuerzos y los sueños, todos confundidos en un mismo fracaso, y que ese fracaso se llamaba alegría" (p.462).
Joaquín Font, psiquiátrico La Fortaleza, Tlalnepantla, México DF, marzo de 1983.
Relata que cuando su hija va al psiquiátrico a contarle que Ulises Lima desapareció, él le dice que ya lo sabe. Que lo leyó en el diario o que lo soñó unos días atrás. En realidad, Quim dice que supo de la desaparición de Ulises por boca de un loco del cual ni el nombre sabe, pero que se le acercó dos veces en el patio del hospital psiquiátrico y le dijo "Ulises ha desaparecido" (p.464).
Xóchitl García, calle Montes, cerca del Monumento a la Revolución, México DF, enero de 1984.
Xóchitl cuenta que, cuando se separó de Jacinto, su padre le dijo que si él se ponía violento, lo llamara. El padre de Xóchitl nunca pareció creer que Franz fuera hijo de Jacinto, por lo guero, es decir, por lo rubio. Ella nunca tuvo que llamar a su padre, Jacinto no fue violento.
Xóchitl siguió viviendo en la calle Montes, sola con Franz y con María de vecina. Trabajaba en un supermercado llamado Gigante y escribía muchos poemas. Toda su pasión estaba puesta en la poesía; mientras María se acostaba con un hombre distinto cada día, Xóchitl no sentía deseo más que de escribir.
Luis Sebastián Rosado, estudio en penumbras, calle Cravioto, colonia Coyoacán, México DF, febrero de 1984.
Una noche, Luis dice que Alberto Moore lo llamó para decirle que había pasado una noche fatal junto a su hermana, Julita. Según Albertito Piel Divina metió a Julita en un problema terrible. La interrogaron durante tres horas por venta de drogas. Parece ser que la policía, en una balacera, mató a Piel Divina junto a otros que estaban dentro de la casa donde lo asesinaron. Cuando lo revisaron para identificarlo, solo encontraron la dirección de Julita.
Según Luis, Alberto dijo que le preguntó a su hermana desde cuánto tenía vínculo con Piel Divina. Ella respondió que, luego de que Piel Divina pasara un tiempo en lo de Luis, se había ido a su casa.
Capítulo 17
Jacinto Requena, café Quito, calle Bucareli, México DF, septiembre de 1985.
Dos años después de desaparecer en Managua, Jacinto cuenta que Ulises volvió a México. A partir de allí, pocas personas lo vieron, y, en todo casi, fue de casualidad. Según Jacinto, Ulises estaba, para la mayoría de la gente, muerto de cuerpo y como poeta.
No tenía dinero y vivía ahora con una mujer de Chiapas llamada Lola, que tenía un hijo.
Joaquín Font, psiquiátrico La Fortaleza, Tlalnepantla, México DF, septiembre de 1985.
Quim cuenta que, después de mucho tiempo, volvió a ver a Laura Damián el día del terremoto. Una figura borrosa que, a pesar de todo, estaba bien. Se lo contó a su hija cuando ella fue a visitarlo, unos días después del terremoto. Ella le señaló que él apenas conoció a Laura Damián, que ni siquiera era tan amigo de su padre, Álvaro Damián, antes de que ella muriera. Quim no está de acuerdo y discute con ella.
Ella, antes de irse, le contó que su madre, la esposa de Quim, planeaba irse de México a vivir a Puebla. Quim dice que su hija intentó tranquilizarlo diciéndole que nadie lo echaría jamás del manicomio.
Xóchitl García, calle Montes, cerca del Monumento a la Revolución, México DF, enero de 1986.
Llegó el día en que Xóchitl quiso publicar sus poemas. Dice que en ese momento, María le dijo que deje de intentar mandarlos, que debía ir personalmente a las revistas y editoriales. Así lo hizo, y aunque fue difícil, eventualmente consiguió publicar en la revista Tamal, dirigida por un tal Fernando López Tapia. Pronto dejó de escribir poemas y comenzó a escribir crónicas, que funcionaban mucho mejor para la revista. A la redacción podía llevar al pequeño Franz, y el resto del día seguía trabajando en el supermercado Gigante, para completar un salario digno.
Con el tiempo se hizo cargo de la sección cultural de la revista. cuenta que aprendió a diagramar, maquetar, cerrar tratos con anunciantes. Se hizo amante de López Tapia, pero cuando Xóchitl se negó a vivir con él todo empeoró. Al tiempo dice que encontró trabajo de correctora en un periódico y dejó el Gigante, y Tamal.
Amadeo Salvatierra, calle República de Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición, México DF, enero de 1976.
Amadeo cuenta que les preguntó a los jóvenes qué opinaban ahora que tenían ante sí un verdadero poema de Cesárea Tinajero. Ellos dijeron "caray, Amadeo ¿esto es lo único que tienes de ella? ¿este es su único poema publicado?" (p.484). Lo miraron largamente. Uno de ellos dijo que había soñado con el poema cuando era niño, Amadeo dice que le preguntó, sorprendido, por el significado del poema. "el poema es una broma que encubre algo muy serio" (p.485) dijeron ambos. Le pidieron que los deje reflexionar y Amadeo así lo hizo. Se tiró a dormitar y pensar en la velada interesante que estaba pasando junto a los jóvenes poetas.
Capítulo 18
Joaquín Font, calle Colima, colonia Condesa, México DF, agosto de 1987.
Cuando Quim volvió a casa, su mujer ya no vivía allí. Dice que en su habitación dormía su hija Angélica con su marido, y que su hijo menor se había apropiado de la casita del jardín y vivía con su pareja. Angélica se había casado con un director de teatro.
Al salir del hospital psiquiátrico, Quim intentó volver a trabajar. Después de ese tiempo internado, nadie lo recordaba en el ambiente de la arquitectura. Consiguió trabajos duros y no tan bien pagos como delineante en estudios. Sus jefes en un estudio lo invitaron una vez a una fiesta. Cuenta que aquella vez, en cierto momento de la noche, vio a lo lejos su viejo Impala, el que Ulises Lima y Arturo Belano se habían llevado a Sonora, con la joven Lupe. Nadie lo manejaba. Cuando se agachó a buscar sus anteojos y volvió a mirar hacia donde estaba el coche, el Impala ya había desaparecido y vuelto a su mente.
Andrés Ramírez, bar El Cuerno de Oro, calle Avenir, Barcelona, diciembre de 1988.
Andrés cuenta que se fue de Chile en 1975, escondido en un carguero llamado Napoli, sin poder ver la luz del sol por demasiado tiempo. Llegó a Europa famélico, enfermo, inclusive estuvo a punto de morir a bordo del barco. Una vez en Barcelona, consiguió trabajo. De a poco fue mejorando su salud, pero a la vez empezó a pasarle algo extraño: cuando estaba tranquilo comenzaban a aparecer números en su cabeza. No era molesto, porque no sucedía en el trabajo o cuando estaba acompañado; caminando por las ramblas los números lo asaltaban.
Un día dice que un compañero de trabajo le regaló un boleto de quiniela que le sobraba. No lo llenó en el trabajo, sino en casa, con los números que se le habían venido a la cabeza en el camino. Andrés Ramírez ganó la lotería. Consiguió así quedarse en España con una residencia, y luego establecerse con la ciudadanía. Logró ganar, del mismo modo, otra quiniela. Compró locales gastronómicos, se casó. Sintió otras veces más el deseo de volver a ganar la quiniela, pero soñó con una iglesia de la calle Balmes que tiene una inscripción significativa para él: "Tempus breve est, Ora et labora" (p.506). "Hay que rezar y trabajar, no andar jodiendo la paciencia con las quinielas" (p.506) se dijo en aquel momento Andrés.
Una noche, cuenta que soñó con unas palabras: "ella pone miles de huevos" (p.508) rezaba su sueño. Desde ese día pasó días y días leyendo, intentando ver de dónde provenía esa frase. En ese tiempo conoció a Belano. Dice que lo contrató como reemplazante del lavacopas de uno de sus locales, y que conversaron mucho. Sin saber por qué, Andrés le contó toda su historia. Dice que inclusive estuvo a punto de confesarle a Belano todo con respecto a los números, un tiempo antes de que el joven renunciara y siguiera su camino.
Abel Romero, café El Alsaciano, rue de Vaugirard, cerca del Jardín de Luxemburgo, París, septiembre de 1989.
En su testimonio, Abel dice que conoció a Belano en un bar parisino, una noche en que muchos chilenos masoquistas, según sus palabras, conmemoraban el aniversario del golpe de estado en su país. Conversaron sobre el origen del mal. El meollo de la cuestión está, para Romero, en si el mal es casual o causal. Es decir, si es inevitable o podemos luchar contra él.
Capítulo 19
Amadeo Salvatierra, calle República de Venezuela, cerca del Palacio de la Inquisición, México DF, enero de 1976.
"No hay misterio, Amadeo" cuenta Salvatierra que le respondieron los poetas. El poema de Cesárea, para los dos jóvenes poetas, no tenía misterio alguno. Consistía en primer lugar en tres líneas horizontales, una debajo de la otra, a modo de tres versos. La primera línea era recta, la segunda ondulada y la tercera asemejaba una superficie dentada o montañosa. Posado sobre cada una de las líneas había un pequeño cuadrado. Para Belano y Ulises la línea recta era el horizonte, la tranquilidad, la calma. La línea ondulada era una premonición de que la calma se altera, un movimiento, una ruptura. La línea quebrada, por último, fue descrita por el poeta que había soñado este poema de Cesárea: en su sueño, cuando llegaba a la línea recta, soñaba que lo rajaban, desde el vientre a la cabeza. De ese dolor solo era posible escapar despertando.
Para los poetas, el título "Sión" del poema en realidad escondía la palabra navegación, y eso era todo. Amadeo cuenta que pensó muchos sentidos para el poema en función de esta imagen del mar, del barquito en el mar. Desde el encefalograma del capitán Achab hasta la desolación de la poesía" (pp.516-517).
Edith Oster, sentada en un banco de la Alameda, México DF, mayo de 1990.
Edith Oster narra en su testimonio su vínculo amoroso con Arturo Belano desde el día que lo conoció, en la ciudad de México, en 1976, y sus repercusiones. En la época en que se conocieron ella trabajaba en una galería. Nada pasó, tan solo un saludo, una breve conversación, un café. Años después se reencontraron en Barcelona. Edith vivía allí con Abraham Manzur, un pintor que era su prometido. Tenía con Abraham una relación fría. Edith tuvo siempre severos problemas psicológicos y complejos hábitos alimenticios, además de un gran desprecio por sí misma que desembocó en algunos intentos de suicidio e internaciones.
Edith narra cómo, luego de llegar su amigo Daniel Grossman a Barcelona, la llevó a casa de Arturo Belano. Era la segunda vez que se encontraban. A partir de allí salieron solos varias veces, e inclusive Edith lo invitó a su casa. La presencia de Arturo molestó mucho a Abraham. Edith se dio cuenta de que su relación con el pintor estaba acabada, así que decidió volverse a México. Dice que antes de irse disfrutó dos semanas en Barcelona, hizo el amor con Arturo Belano, anduvieron a caballo en Castelldefells, donde Arturo había trabajado años antes.
Cuando volvió a México, a casa de su madre, siguió en contacto con Arturo. Al tiempo, luego de declararse mutuo amor, Edith volvió a Barcelona y se fue a vivir con Arturo. La convivencia era dura, pero Arturo la amaba. Una noche, mientras hacían el amor, Edith le dijo que creía estar volviéndose loca, "que los síntomas se repetían" (p.530). Arturo le respondió que no tendría problema de enloquecer a su lado. Edith lo dejó. Se fue a Roma y solo Daniel Grossman tenía su dirección. Nunca se la dio a Arturo e inclusive tardó un tiempo en dársela a su propia madre. Edith cuenta que un día se abrió la puerta y apareció allí su madre.
En México nuevamente, Edith fue internada. Luego, la trasladaron a Los Ángeles donde vivió un tiempo. Poco a poco recuperó su peso y se compuso. La vida con su madre, tanto en México como en Los Ángeles, se reducía a mirar juntas televisión, leer y hacer pequeñas salidas. Una noche, Edith vio en unas vacaciones en el DF a Abraham. Él le contó que había visto a Belano en una fiesta, que estaba con una rubia y que había preguntado por ella.
La madre de Edith contrajo matrimonio, Edith volvió a vivir definitivamente a México y se asentó laboralmente.
Felipe Müller, sentado en un banco de la plaza Martorell, Barcelona, octubre de 1991.
Felipe Müller narra en su testimonio una historia que le contó Arturo Belano y que, a su vez, es un cuento de Theodore Sturgeon, un popular autor de ciencia ficción. La historia dice que una muchacha muy rica se enamora de su jardinero, o del hijo del jardinero. Tienen una relación, viajan por Estados Unidos en unas Harley Davidson, viven en la mansión de ella, también en la humilde casa de él e incluso en un barco.
Un día, el jardinero enferma y al tiempo muere. La joven parece enloquecer. Un equipo de científicos se instala en la mansión para llevar a cabo una idea que de alguna manera ya había empezado a emerger en la cabeza de la joven antes de la muerte de su amante. Los científicos implantan un óvulo fecundado con el material genético del jardinero en una prostituta. A los nueve meses da a luz a un clon del amante muerto. A los cinco años, la muchacha rica da a luz a un clon de ella misma. Crian a estos dos jóvenes juntos, cada año son más inseparables. Un día la multimillonaria enferma y muere. Sus únicos herederos son los dos clones.
El cuento termina con una reunión entre los empleados de la millonaria tras leer el testamento. Surgen discusiones y debates que el escritor, Sturgeon, piensa que pueden darse en la cabeza de los lectores de esta historia: "¿Y si los clones no aceptan casarse? ¿Y si el muchacho o la muchacha se quieren, como parece inobjetable, pero este amor nunca cruza la frontera de lo estrictamente filial?" (p.549). Los abogados dicen que independientemente de cómo se desarrolle el vínculo entre los jóvenes, cuando tengan veintitrés y dieciocho años se hará el mismo procedimiento que con ellos: se implantará un clon en una donante y un clon en la muchacha. Y así hasta el infinito. "Si al infinito uno añade más infinito, el resultado es infinito. Si uno junta lo sublime con los siniestro, el resultado es siniestro. ¿No?" dice Felipe Müller antes de cerrar su testimonio (p.549).
Capítulo 20
Xosé Lendoiro, Terme di Traiano, Roma, octubre de 1992.
Xosé dice que puede decirse de él que fue un abogado singular. Según él nadie pregunta por la procedencia de lo que se posee, lo que importa es poseer. Con sus ganancias como abogado, Xosé tenía una revista literaria en la que colaboraban numerosas personas a las que les pagaba por sus publicaciones. Xosé era el mecenas, el editor, pero también el poeta estrella de la revista.
Luego de un viaje por el sur de España, se separó de su mujer. Sus energías rebulleron, se sintió rejuvenecido en ese momento. Siguió viajando. Cuenta que en uno de esos viajes, estando en un camping por la zona de Castroverde, en la provincia de Lugo, vio bajar por la montaña a un montón de campistas conmocionados. Fue hacia donde ellos se dirigían, una grieta que llamaban "La boca del diablo". Un niño había desaparecido y se creía que había caído en la grieta. Para rescatarlo, ataron a un muchacho de Castroverde para bajarlo poco a poco, pero cuando lo hicieron y finalmente lo perdieron de vista en la oscuridad de la grieta, se oyeron dos aullidos sobrehumanos. Tras enormes esfuerzos, lograron subir al muchacho nuevamente. Salvo por unos moretones y el pantalón roto, se veía bien. Su cara, sin embargo, demostraba otra cosa. Cuando finalmente pudo hablar, lo que dijo que vio sorprendió a todos: "vi al diablo" (p.555) dijo.
A pesar de la anarquía y la confusión que reinaban por las palabras del muchacho, el vigilante del camping se dispuso a bajar. Xosé sintió el impulso de presentarse ante el vigilante, se estrecharon las manos. Una vez abajo, el rescatista soltó la cuerda. Hubo aullidos también, pero cada vez se atenuaban más y más. De pronto, mientras Xosé miraba las estrellas dice que se acordó de un cuento de Pío Baroja llamado "La sima" en el cual sucede algo muy parecido a lo que estaba viviendo en ese momento. En el cuento, el miedo se apodera de todos aquellos que rodean la sima, y finalmente van a sus casas, aún con el lamento que proviene de la grieta. En este caso, sin embargo, el desenlace fue diferente. El cuidador Chileno llamado Belano pudo rescatar al niño y salir sano y salvo de la sima. Ese día Xosé y Arturo Belano conversaron bastante.
Años después, Belano apareció en Barcelona en la oficina de Xosé buscando trabajo. Comenzó a escribir para la revista del Colegio de Abogados. Xosé dice que debió desconfiar de Belano y su "cola entre las piernas" (p.561), porque al tiempo, cuando fue a visitar a su hija a la casa que antes era de su mujer y suya, la encontró teniendo sexo con Arturo Belano. Esta escena volvió a repetirse varias veces, cada vez con mayor impudicia. La humillación fue grande, Xosé dice que su hija olía al vigilante del camping. Quiso aplastarlo como una cucaracha, con el dinero ganado como abogado seducía a los poetas que, a pesar de tener reservas con respecto a la procedencia del dinero con el que se les pagaban sus poemas, lo aceptaban. Todos menos Belano, Xosé no pudo doblegarlo con dinero, ni siquiera con la promesa de un ascenso. Ahí cuenta que comprendió: Arturo Belano sabía que él, Xosé, era un mal poeta.
Con el tiempo Belano terminó su relación con la hija de Xosé y nunca más volvieron a verlo. Xosé tuvo el impulso de buscarlo, pero no tuvo éxito. A esta altura sabía casi de memoria el cuento de Pío Baroja, como si ahí hubiera una clave para encontrar a Belano. Llamó al camping de Castroverde, pero ya no sabían nada de Arturo. Xosé tenía una enfermedad terminal, de la cual nada dijo a sus hijas. Sin embargo, hizo un testamento y decidió terminar sus días en Roma, en el Ospedale Britannico en donde trabajaba un amigo suyo. Dice que morirá una noche cualquiera en sus paseos por el Parco di Traiano.
Análisis
Como vimos anteriormente, la sospecha, las conjeturas, promueven más y más relatos. En el apartado anterior había una breve historia, narrada por un escritor llamado Pancracio en Managua, sobre un poeta que, como Ulises, se pierde. Dice así: “un poeta se pierde en una ciudad al borde del colapso, el poeta no tiene dinero, ni amigos, ni nadie a quien acudir. Además, naturalmente, no tiene intención ni ganas de acudir a nadie. Durante varios días vaga por la ciudad o por el país, sin comer o comiendo desperdicios. Ya ni siquiera escribe. O escribe con la mente, es decir delira. Todo hace indicar que su muerte es inminente. Su desaparición, radical, la prefigura. Y sin embargo el susodicho poeta no muere. ¿Cómo se salva? Etcétera, etcétera” (p.437). Este “etcétera” final desestabiliza al lector (y a Hugo Montero, que lo escucha). Más adelante, ante la insistencia de Montero por saber el final, Pancracio responde: “la verdad es que ya no me acuerdo, pero pierda cuidado, el poeta no muere, se hunde, pero no muere (p.438).
La indeterminación, a través de la desmemoria, la fragmentación o la locura, es una constante en los testimonios. En este caso, esa indeterminación es, de algún modo, un indicio: Ulises Lima vuelve efectivamente a México, un año después, en muy mal estado psíquico y físico. Como dice Pancracio, no muere, pero se hunde. No ha pedido ayuda, tan sólo siguió a un río. Esto lo sabemos por Jacinto Requena.
Aquel día, Jacinto fue a buscar a Ulises al aeropuerto y se encontró con los poetas de la delegación que no podían explicar por qué Ulises Lima no había vuelto con ellos. Dos años más tarde, Jacinto cuenta que Ulises sencillamente volvió a México:
Un día le pregunté en dónde había estado. Me dijo que recorrió un río que une a México con Centroamérica. Que yo sepa, ese río no existe. (…) Un río de árboles o un río de arena o un río de árboles que a trechos se convertía en un río de arena. Un flujo constante de gente sin trabajo, de pobres y muertos de hambre, de droga y de dolor. Un río de nubes en el que había navegado durante doce meses y en cuyo curso encontró innumerables islas y poblaciones, aunque no todas las islas estaban pobladas, y en donde a veces creyó que se quedaría a vivir para siempre o se moriría. (p.472)
Ese río que Jacinto no puede encontrar es, de alguna manera, un error de lectura de su parte. La metáfora del río es evidente para Ulises y para el lector, no así para Jacinto. Ulises en su viaje vio con ojos despiertos la abrumadora realidad de Centroamérica: pobreza, droga, hambre y dolor; la metáfora del río funciona como la idea de un continuo de esta realidad. Esta realidad y los efectos sobre Ulises al volver de su viaje o “desaparición”, contrastan con la superficialidad del documento de adhesión a la revolución del poeta Álamo y los Poetas Campesinos.
Como en el caso de Auxilio Lacouture resistiendo en el baño de la UNAM o Arturo Belano, como veremos más adelante, yéndose al África, hacer política es estar ahí, es decir, atravesar el lugar, habitarlo, vivirlo. Es por eso que Rafael Barrios compara a Arturo y Ulises con la figura de Dennis Hopper en Easy Rider, una road-movie considerada beatnik de 1969 en la que Dennis Hopper y Peter Fonda viajan a través de Estados Unidos en motocicleta. Dice Rafael Barrios: “yo a veces los miraba y pese al cariño que sentía por ellos pensaba ¿qué clase de teatro es este?, ¿qué clase de fraude o de suicidio colectivo es este? Y una noche, poco antes del año nuevo de 1976, poco antes de que se marcharan a Sonora, comprendí que era su manera de hacer política. Una manera que yo ya no comparto y que entonces no entendía, que no sé si era buena o mala, correcta o equivocada, pero que era su manera de hacer política, de incidir políticamente en la realidad (...)” (pp.413-414). De las treinta menciones que hay a la palabra política en Los detectives salvajes, ésta es la única que habla sobre la incidencia política en la realidad. Más allá de que no se menciona directamente lo político, la adhesión de Ulises a la Revolución en Nicaragua o el viaje de Belano a África, tienen que ver con esta incidencia directa sobre la realidad. Sin embargo, es un asunto que no está para nada tematizado explícitamente en el texto, sino a través de la acción. El resto de las menciones refieren en su mayoría a conversaciones sobre política. La política es algo que en general sucede en las tertulias, en las casas de amigos, caminando por las calles del DF o Barcelona; cuando la acción es directa, no se habla de ella, sencillamente sucede, Ulises desaparece en Managua y se va al interior a vivenciar lo que en las reuniones de poetas es sólo un tema de conversación, y va allí en calidad de poeta. Volvemos sobre la entrevista a Bolaño que citamos en la cuarta parte de este análisis, para, nuevamente, pensar esta idea de poner en juego la vida en esa apuesta que es la experiencia del fenómeno estético: “La única experiencia necesaria para escribir es la experiencia del fenómeno estético. Pero no me refiero a una educación más o menos correcta, sino a un compromiso o, mejor dicho, a una apuesta, en donde el artista pone sobre la mesa su vida” (Braithwaite, 2011, p. 25). Literatura y política, vistas así, son en estos casos indiscernibles.
En esta parte aparece también el testimonio, único, de Edith Oster. El personaje de Edith está inspirado en el de Edna Lieberman, una mujer mexicana con la que Bolaño tuvo un vínculo breve pero intenso en 1979, en Barcelona. A pesar de que muchos personajes de Los detectives salvajes tienen correspondencias con personas reales (ver sección “Personajes”), la figura de Edna es importante porque inspiró muchos personajes en varias obras de Bolaño: Llamadas telefónicas, 2666, Amberes, Tres y Los perros románticos. Nuevamente, si pensamos en las palabras de Bolaño de la entrevista que acabamos de citar, poner sobre la mesa la vida tiene mucho que ver con esto también; la vida se convierte en un sustrato fértil para la literatura en tanto se vive una vida literaria.
El relato de Edith Oster además de único es de aquellos que podemos decir que casi se desprenden del texto general, al igual que el de Abel Romero, un corto testimonio de cómo compartió una conversación mínima con Belano en un bar o el de Andrés Ramírez, jefe de Belano de un restaurante de Barcelona durante un brevísimo tiempo. Los datos que estos testimonios aportan sobre el destino de Belano son casi nulos, y, sin embargo, componen el mapa coral tanto como los otros. El efecto de lectura podría sencillamente definirse de este modo: si esos testimonios están allí por algo será. El lector investiga, busca sentidos, intenta armar ese rompecabezas a pesar de que el texto no deja de ramificarse.
Cabe detenerse por un momento en la carta de Andrés Ramírez. Llamamos “carta” a este testimonio porque hay indicios de que se trata de un texto escrito. En primer lugar, es el único texto que tiene un interlocutor marcado, Arturo Belano. Comienza Andrés: “Mi vida estaba destinada al fracaso, Belano (...)” (p.494) y culmina diciendo “ahora usted se va a marchar y me gustaría que se llevara una buena impresión de mí (...). Le he preparado su liquidación y también le he adjuntado un mes de vacaciones pagadas (...)” (p.511). Por un lado, podemos llamar a este texto documento en lugar de testimonio; es evidente por el camino recorrido hasta ahora que Arturo Belano no es el interlocutor de otro relato más que de este. El hecho de adjuntar el salario de Belano da la pauta de que se trata de un papel. Ahora bien, resulta inverosímil que una nota de despedida de un empleado de tan poca data tenga más de 16 páginas e incluya un relato tan minucioso sobre el secreto mejor guardado de su productor (el relato de cómo ganó varias veces la lotería). Es por eso que podemos llamar a este documento también confesión. No hay certezas sobre las condiciones de enunciación, los interlocutores o los soportes de todos los testimonios que hemos leído hasta ahora: pueden ser papel, orales, los interlocutores pueden ser uno solo o más de uno. En este caso, tenemos algunos datos concretos como bien citamos. Pero, a la vez, la contradicción entre lo cotidiana que puede ser una nota que acompañe el salario y la liquidación final de un empleado de breve estadía, y lo profunda y comprometida que es la confesión que contiene ese texto, es muy evidente. Volveremos sobre el final a este asunto, pero cabe decir que a través de pensar las condiciones de enunciación de este fragmento -quizás más explícitas que las de los otros fragmentos-, podemos pensar en las condiciones de producción del resto de los fragmentos que componen esta segunda parte. Es decir que el hecho de prestar atención respecto de las condiciones en que fue redactada esta confesión nos permite, al mismo tiempo, plantearnos cómo habrán sido las condiciones en que se recibieron los demás testimonios. Esto, en definitiva, contribuye al suspenso que atraviesa toda la novela y que nos impulsa a continuar con la lectura, como si fuéramos detectives que debemos desentrañar la historia a partir de pedazos sueltos de la misma.