Las aves (Símbolo)
A lo largo de la obra se presenta una fuerte simbología ligada a la imaginería de las aves, que aparece siempre asociada a la idea de libertad y de posibilidad de movimiento. En una obra donde los personajes protagonistas tienen como foco de sus esperanzas el viajar a Moscú y salir así del estancamiento de la ciudad de provincias, la mayoría de las emociones felices o esperanzadas de los mismos se manifiestan en imágenes de aves en pleno vuelo. Así, por ejemplo, la esperanzada Irina del primer acto es identificada por un personaje como “avecita blanca” (p.80), y ella misma describe el modo en que recuperó la fe, en el cuarto acto, como: “de pronto sentí como si me hubieran crecido alas, me puse alegre, perdí mi pesadez” (p.138). En la misma línea, hacia el final de la obra, la partida de las tropas militares se da en conjunto con el simbólico vuelo de las aves migratorias que Masha registra en el cielo: "Ya están volando las aves migratorias. (Mira arriba.) Son cisnes, o gansos... Queridos míos..., dichosos ustedes." (Acto IV, p.141). En las últimas escenas, la imagen de las muchachas condenadas al confinamiento provinciano contrasta con la libertad de movimiento de esos hombres del Ejército cuyo oficio y condición les permite viajar infinitamente de un destino a otro, como lo hacen las aves migratorias.
La ruptura del reloj de la madre de los Prósorov (Símbolo)
En el tercer acto, Chebutíkin, embriagado en la casa de los Prósorov, deja caer un reloj de porcelana, cuyo quiebre adquiere una significación simbólica. En principio, que el objeto roto perteneciera a la madre de los Prósorov reúne a los cuatro hermanos en una misma circunstancia. Todos ellos recuerdan con felicidad una infancia compartida con su madre en Moscú, y hasta el momento del quiebre del reloj, la mayoría de los hermanos aún conservaba el sueño de ir a Moscú como algo factible: Olga decía a Natasha que no sería directora del colegio porque no se quedaría en esa ciudad, y cuando los militares hablaban de lo vacía que quedaría la ciudad cuando se fueran, Irina exclamaba que ellas también se irían. El sueño de ir Moscú funcionaba como algo que los esperaba en un futuro cercano y que por lo tanto funcionaba para hacer sentir un presente sacrificado como tan solo un período de transición hacia la vida que soñaban. Un instante después de la exclamación de Irina -“¡Nosotras también nos iremos!” (p.124)-, Chebutíkin deja caer el reloj y clama: “¡Se ha hecho añicos!” (p.124). El quiebre del reloj implica un tiempo que se interrumpe para siempre y una posibilidad de futuro que desaparece: Olga, Irina, Masha y Andréi quedarán encadenados a su situación actual, sus vidas seguirán siendo como lo son ahora, no habrá un futuro que modifique su suerte y los sueños pasarán de esperanza a frustración definitiva. Como el reloj, los sueños de los jóvenes Prósorov se hacen añicos.
Moscú (Símbolo)
Moscú adquiere desde el inicio de la obra una significación simbólica, en tanto se erige como el espacio de la ilusión.
Olga, Masha, Irina y Andréi nacieron en Moscú y vivieron allí en la infancia, hasta que su padre, el comandante de brigada Prósorov, debió trasladarse a una ciudad de provincias. Toda la familia se mudó entonces, once años atrás, a la localidad del interior del país, donde habitarían hasta el presente de la trama inclusive. Los cuatro hermanos, educados en la capital, padecen la vida de provincias, su estancamiento y chatura. Muerto su padre, la mayoría de los hermanos sueña con volver a su ciudad natal y radicarse allí.
Para Irina, la menor de la familia y la más plena de esperanzas, Moscú se erige con la fuerza deslumbrante y potente de un futuro maravilloso: sueña con radicarse allí, trabajar y enamorarse. Andréi sueña con realizarse profesionalmente en Moscú, siendo profesor universitario. La esperanza de volver a Moscú es el único punto de luz que permite a Olga sostener el creciente cansancio de su vida cotidiana, sumida al trabajo.
Sin embargo la ilusión simbolizada por Moscú no es la misma para Masha. Es la única de las hermanas que está casada, su marido es maestro de una escuela local y por lo tanto la posibilidad de volver a radicarse en su ciudad natal se encuentra vedada para ella. En su caso, Moscú se erige también como el espacio de la ilusión, pero esta ilusión es de tinte nostálgico, melancólico: Moscú es el significante de una felicidad que se identifica plenamente con el pasado y que se encuentra perdida para siempre.
El vestuario de las tres hermanas al inicio de la obra (Símbolo)
La primera imagen de la obra pone en escena, de modo exclusivo, a las tres hermanas que protagonizan la pieza. Y el vestuario de cada una de ellas deja ver desde este inicio sus particularidades y diferencias. Olga, con un vestido azul de maestra de escuela, "va y viene por la sala corrigiendo simultáneamente los cuadernos de sus alumnas" (Acto I, p.77). El vestuario de la mayor de las hermanas simboliza el modo en que su vida se entrega por completo a su trabajo: viste su uniforme aún en la casa, dejando vislumbrar una actividad laboral sin descanso que se mantendrá hasta el final de la pieza. En contraste, en esta escena, Masha reposa lánguidamente vistiendo de negro, de luto. Su vestimenta simboliza el luto que Masha hace por su propia vida: la muchacha parece vivir sin ninguna esperanza respecto de su presente o su futuro, y sostener por el contrario una perspectiva nostálgica, trágica, ligada al pasado. La oposición más visible se da entre esta última e Irina, la menor, la más vital, enérgica y soñadora, exhibidora en este primer acto de una pura esperanza que se simboliza con su vestido blanco.
La frase que canturrea Masha (Símbolo)
“Hay un roble verde cerca del mar… Una cadena de oro rodea su tronco” (p.82), dicen los versos pertenecientes al autor ruso Pushkin y que se repetirán en boca de Masha sucesivas veces en la obra. Dichos versos adquieren en la pieza una fuerte significación simbólica, ya que condensan en la imagen algo de la desesperanza que ahoga al personaje que los repite una y otra vez. Masha, al igual que un roble adornado con oro, no puede quizás quejarse de su condición privilegiada (no trabaja y goza del tiempo libre y las necesidades cubiertas, producto del sostén económico que provee su marido), pero se encuentra del mismo modo fatalmente anclada, encadenada, imposibilitada de acceder a ese futuro que mantiene vivas a sus hermanas, de sumergirse en la libertad y plenitud de ese mar al que sólo puede ver de lejos. Esta sensación de inmovilidad, de estancamiento sin perspectiva de salida, se identifica intensamente con el personaje de Masha, que desde el inicio de la obra no puede siquiera soñar con la posibilidad de viajar a Moscú, esperanza que sí sostiene a sus hermanas durante gran parte de la obra. La frase repetida una y otra vez por el personaje simboliza, entonces, la desesperanza que atraviesa a Masha.