En Jane Eyre, el personaje de Bertha Mason funciona como una representación ominosa de pasión y locura incontrolables. Su sensualidad oscura y su naturaleza violenta contrastan marcadamente con la tranquila y razonable Jane. Bertha no solo perturba a Rochester, sino que es parte de la causa de la infelicidad de Jane, puesto que el hecho de que la mujer esté viva le impide a la pareja principal concretar su unión, y solo después de la muerte de Bertha, Jane puede lograr la felicidad personal al casarse con Rochester. Sin embargo, la figura de Bertha como la "loca en el ático" también habla de cuestiones sociales más amplias sobre el rol de la mujer durante el período victoriano.
En 1979, Sandra Gilbert y Susan Gubar hicieron un gran aporte a la crítica feminista con su obra La loca en el ático: la mujer escritora y la imaginación literaria del siglo XIX. En este extenso texto, Gilbert y Gubar utilizan al personaje de Bertha Mason como estereotipo de la figura llamada "Loca en el ático", para así trabajar sobre las características de los personajes femeninos en la literatura victoriana. Según Gilbert y Gubar, todos los personajes femeninos en los libros escritos por autores varones, en este período, entran en la categoría de "ángel" o de "monstruo".
El personaje “ángel” era puro, desapasionado y sumiso; en otras palabras, la figura femenina ideal en una sociedad patriarcal y conservadora. Curiosamente, el término "ángel" se deriva directamente del poema de 1854 de Coventry Patmore "El ángel en la casa", en el que el yo lírico describe a su mansa y piadosa esposa. En marcado contraste con la figura del “ángel”, el personaje femenino del “monstruo” se destacaba por ser sensual, apasionado, rebelde y decididamente incontrolable: todas las cualidades que causarían problemas en la sociedad victoriana, sobre todo por el modo en que amenazaban el poder y las normas instauradas.
En su novela, Charlotte Brontë (así como muchas otras autoras mujeres contemporáneas a la época) no limitó a sus personajes femeninos a los atributos de la estricta dicotomía “monstruo o ángel”. Jane Eyre posee muchas de las cualidades del “ángel”: exhibe una pureza moral y espiritual, y es muy controlada en su comportamiento. Sin embargo, al mismo tiempo, es extremadamente apasionada, independiente y valiente; se niega a someterse a una posición de inferioridad frente a los hombres de su vida, pone la autonomía por encima del amor, y no busca encajar en las expectativas sociales si estas no se corresponden con su idea de independencia y libertad. Las aventuras de la infancia de Jane demuestran gran parte de la misma rebeldía e ira propias del "monstruo". Está claro que la apariencia controlada de Jane es algo que aprendió durante su tiempo en Lowood pero, en muchos sentidos, mantiene el mismo espíritu fogoso que definió su carácter de niña.
En la novela de Brontë, cuando conocemos a Bertha como “la loca del ático”, ya hemos presenciado un encierro similar en nuestra protagonista, aprisionada injustamente en el cuarto rojo de Gateshead a sus diez años de edad. Este precedente nos permite, al menos, dudar a la hora de concederle a Rochester la razón en su decisión de haber encerrado a su esposa hace años. Es cierto que Bertha se comporta con extrema violencia y locura, pero no es imposible pensar que esa locura pueda ser resultado de haber pasado años encerrada, despojada de su fortuna, obligada a permanecer aprisionada mientras su marido viaja libremente por el mundo y hasta entabla relaciones con otras mujeres.
Si bien en esta novela, de haber un ángel y un monstruo, estos se identificarían con Jane y Bertha, Brontë parece construir a todos sus personajes según su relación con lo pasional. Así, el Sr. Rochester y Bertha tienen un exceso de pasión, mientras que St. John Rivers tiene muy poca. La pasión en Bertha se manifiesta como locura, mientras que la del Sr. Rochester se exhibe como un comportamiento libertino. St. John, por otro lado, reprime toda su pasión y amor por Rosamond Oliver, y así se convierte en un hombre frío y distante cuyo único deseo es cumplir con su deber hacia Dios. De los tres personajes, el Sr. Rochester es el único que finalmente alcanza cierto equilibrio de pasión; después de la partida de Jane de Thornfield y la pérdida de la vista, se vuelve mucho más espiritual y puede lograr la misma moderación emocional que exhibe Jane a lo largo de la novela.
Aunque Bertha actúa como una de las aparentes villanas de la novela, en tanto oficiaría de antagonista y obstáculo en la voluntad de Jane de alcanzar su felicidad junto a Rochester, es preciso reparar en este personaje como una figura en donde la autora podría estar denunciando una sociedad que encierra a las mujeres apasionadas tratándolas de locas o monstruos. Si se presta atención al relato, se puede ver que el único personaje en determinar el carácter de monstruo de Bertha es precisamente el hombre que ordenó su encierro (Rochester se refiere a Bertha como a un “abominable demonio” (p.322)). No hay que perder de vista que el acto mismo de Charlotte Brontë de escribir una novela (y encima gótica), en una época donde la literatura era uno de los tantos oficios reservados al hombre, resultó sin duda amenazante para el patriarcado de su época (de hecho, la autora debió publicar la novela con un pseudónimo masculino).