Resumen
Lopajin, a punto de irse, intenta llamar la atención de Liubov y explicarle su plan para salvar la finca de la subasta. Le dice que si tala los cerezos y divide en parcelas el jardín, puede construir casitas de veraneo y alquilarlas, aprovechando la cercanía del ferrocarril. De esa manera pagaría las deudas y obtendría ganancias. Liubov y Gáiev rechazan la sugerencia, que consideran una tontería, y se distraen hablando sobre las cerezas y luego sobre París.
Varia trae dos telegramas para su madre. Liubov ve que ambos son de París y los rompe. Gáiev comenta que un armario de la casa tiene cien años y comienza a hacer una alabanza al mueble, hasta que se calla, avergonzado, al notar las miradas de asombro de los demás. Pischik, nervioso, toma un conjunto de píldoras de un trago. Lopajin se despide, pidiéndole a Liubov que piense lo de las casas de veraneo y ofreciéndose a prestarle dinero para la inversión.
Cuando Lopajin sale, Liubov le habla a Varia sobre él: es una buena persona, sería bueno que se casara con él. Luego, Pischik le pide un préstamo a Liubov para pagar su hipoteca. Varia se asusta, pero Liubov se niega, diciendo que no tiene dinero. Después, Gáiev y Liubov contemplan el jardín y recuerdan el pasado.
Entra Trofimov, vistiendo un raído uniforme de estudiante. Quiere saludar a Liubov, pero al principio ella no lo reconoce. Luego, cuando lo hace, lo abraza y llora por su hijo fallecido. Hablan sobre el hecho de que Trofimov tenga una apariencia tan envejecida y aun así se vista como estudiante. Pischik vuelve a pedir dinero para los intereses de su hipoteca y, esta vez, la mujer cede.
Quedan solos Gáiev y Varia y hablan sobre los problemas económicos de la familia. Una lejana esperanza, dice el hombre, quedaría en una tía rica, pero esta no les ayudaría porque seguramente considera a Liubov una pecadora que se casó con un abogado en lugar de con un noble. Entra Ania y reprende a su tío por hablar así de su madre. Gáiev, avergonzado, se disculpa por sus continuos excesos. Luego se despide, prometiéndoles a las muchachas que la situación se resolverá, y la finca no se venderá. Ania se siente más tranquila. Varia sugiere que vayan a dormir, luego de actualizar a su hermana sobre los sucesos que tuvieron lugar en la casa durante su ausencia. Finalmente, Varia arrastra a una somnolienta Ania hacia su habitación; Trofimov ve salir a la más joven y susurra: "¡Sol mío! ¡Primavera mía!" (p.123).
Análisis
Lo que se pone en escena en esta obra es, en gran parte, la oposición entre dos maneras de lidiar con la realidad. La posibilidad de que se pierda la propiedad de la finca produce, en los diferentes personajes, distintas reacciones, que se corresponden con modos muy disímiles de percibir y accionar en el mundo. La principal oposición en torno a este conflicto aparece encarnada en Lopajin, por un lado, y Liubov (y también Gáiev), por el otro. El momento más interesante en términos dramáticos, en este primer acto, se da justamente cuando Lopajin presenta su propuesta acerca de lo que Liubov debería hacer con la finca:
Usted ya sabe que su jardín de los cerezos se vende en subasta para pagar deudas y que la subasta pública está fijada para el veintidós de agosto; pero no se preocupe, querida mía, duerma usted tranquila. Hay una solución… Le voy a explicar mi proyecto. ¡Le ruego que me escuche atenta! Su finca se encuentra tan sólo a veinte verstas de la ciudad, el ferrocarril pasa cerca; si usted divide en parcelas el jardín de cerezos y la tierra a lo largo del río para construir casitas de veraneo y luego las da en arriendo, obtendrá por lo menos veinticinco mil rublos de rédito al año (p.118).
En oposición a la familia de Liubov, de tradición aristocrática, Lopajin es hijo de gente pobre y, como tal, el dinero que ahora tiene es el que él mismo supo hacer. La forma de pensar de Lopajin es indesligable de lo funcional, lo práctico, lo resolutivo, y su conocimiento de los negocios le hace ver con claridad las soluciones posibles a problemas financieros. En el peligro de la propiedad de la finca, Lopajin ve una oportunidad de negocios, y su cariño por Liubov lo obliga a asesorarla al respecto. Sin embargo, ni Liubov ni Gáiev lo comprenden. Su reacción ante la propuesta de Lopajin es de indiferencia y leve indignación; consideran el proyecto una “tontería”. En efecto, ellos no saben enfrentar problemas económicos; de hecho, nunca debieron hacerlo antes en sus vidas, y no están preparados para escuchar que su finca ancestral podría convertirse en una fuente de negocios. La oposición entre los modos de percibir el mundo aparece claramente en los diálogos entre los personajes:
LOPAJIN: El lugar es maravilloso, el río, profundo. Sólo que, naturalmente, habrá que arreglarlo todo un poco, habrá que limpiarlo… por ejemplo, habrá que derribar las viejas edificaciones, digamos, esta casa, que ya no sirve para nada, habrá que talar el viejo jardín de los cerezos.
LIUBOV ANDRÉIEVNA: ¿Talarlo? Mi buen amigo, perdone, usted no comprende nada. Si algo hay de interés en toda la provincia, si algo hay de notable, es, precisamente, nuestro jardín de cerezos.
LOPAJIN: Lo único que tiene de notable este jardín es su gran extensión. La cosecha se da una vez cada dos años y no se sabe qué hacer con las cerezas, nadie las compra.
(p.118)
Lo que parecen enfrentarse son dos nociones muy diferentes de la idea de valor. En el planteo de Lopajin, el valor aparece asociado a lo lucrativo, a la posibilidad de explotar el espacio en virtud de saldar las deudas y obtener ganancias. Liubov no puede siquiera comprender el planteo, porque para ella el valor está asociado a lo sentimental, a la vez que a nociones de nobleza, de tradición, de belleza, y el temor a perder la finca se asocia al temor de perder, para siempre, un pasado en el que fue joven y feliz. Esta asociación no debe perderse de vista, puesto que es una circunstancia importante en el carácter del personaje. La finca representa para Liubov mucho más que una propiedad en términos materiales: en esa casa vivieron sus abuelos, sus padres; allí se crio, vivió su juventud y se casó, y también en esa casa, a la orilla del río, murió su hijo pequeño. Talar los árboles se sentiría para ella tan doloroso como si le arrancasen su pasado.
Y es que los personajes, en esta obra que se sitúa en un momento histórico de cambio social, se definen principalmente por su relación con el tiempo. La nostalgia inmoviliza a Liubov, le impide pensar en el presente en términos de acción. Ella no puede siquiera oír el proyecto de Lopajin, e inmediatamente se distrae hablando con Gáiev acerca de las cerezas que antaño comían de los árboles. Es decir, su lugar de refugio, de tranquilidad, es el pasado. En oposición está Lopajin, cuyo éxito en la vida se debe a los cambios sociales: el pasado no representa para él ningún valor positivo en términos personales, y no se asocia sino al pesar; el presente y el futuro son los tiempos que él habita. Esto se evidencia incluso en su comportamiento, en tanto Lopajin es el único que, en las escenas, siempre está apurado. Lopajin se identifica con el progreso, y así lo refleja su discurso: "Hasta ahora en el campo no había más que señores y mujiks, pero últimamente han aparecido, además, veraneantes. Todas las ciudades, hasta las más pequeñas, están rodeadas de casas de veraneo. Y se puede afirmar que dentro de unos veinte años el veraneante se habrá multiplicado de manera increíble" (p.118-119).
Así como deben tenerse en cuenta los aspectos de la personalidad y del pasado de Liubov, que justifican su comportamiento en escena, también debe atenderse a aquellos detalles que hacen de Lopajin algo más que un hombre netamente interesado en los negocios. En este primer acto, Lopajin aconseja a Liubov, le obsequia una idea que, para él, podría salvarla. Su pensamiento de negocios no toma aquí por objetivo su propio enriquecimiento, sino que se pone a disposición de ayudar a quienes tiene cariño. Al irse, Lopajin le dice a Liubov: “si piensa en lo de las casas de veraneo y se decide, hágamelo saber; cincuenta mil rublos para prestárselos los encontraré. Piénselo en serio” (p.120). Lopajin sabe que no hay otra opción para la supervivencia de la finca, y no solo se lo explica a Liubov, sino que se ofrece como prestador para que ella pueda solventar el proyecto.
Pero nadie oye a Lopajin. Varia le ordena, enojada, que se vaya; Gáiev les promete a sus sobrinas que -algo mágicamente- la finca no se venderá; Liubov se pierde en su pasado observando el jardín, donde hasta cree ver pasar a su difunta madre. La finca es, para la protagonista, el escenario de su memoria. En ese jardín habitan incluso sus muertos más queridos, como su hijo y su madre. En una tensión entre lo que fue y lo que es, la mujer no puede desprenderse de un pasado al cual, además, se encuentra adherida por sentimientos de culpa: su hijo murió mientras ella estaba con un hombre, y antes de esto ya varios parientes la juzgaban (como nos enteramos también por acción indirecta, en el parlamento de Gáiev a sus sobrinas) por haberse casado en primera instancia con una persona por debajo de su condición aristocrática. Estos detalles brindados a lo largo de la obra construyen el trasfondo dramático de los personajes, al mismo tiempo que justifican su comportamiento y dirigen el sentido de la acción.