La hospitalidad, las reuniones y los banquetes
A lo largo de la novela, la hospitalidad y la ceremonia de ofrecer alimento a los huéspedes es una imagen recurrente. Desde el capítulo 1, en el que Bilbo sirve el té a los enanos y estos terminan devorpando todas las reservas de la casa, hasta la hospitalidad de la Última Morada en Rivendell, o el peculiar banquete servido por poneys y perros que caminan en dos patas en la cabaña de Beorn, Tolkien dedica extensos párrafos a la costumbre de recibir a los viajeros e invitarlos a formar parte de la mesa y la comida:
Tenía el terrible presentimiento de que los pasteles no serían suficientes, y como conocía las obligaciones de un anfitrión y las cumplía con puntualidad aunque le parecieran penosas, quizá él se quedara sin ninguno. -¡Entre y sírvase una taza de té! -consiguió decir luego de tomar aliento (...) Una gran cafetera había sido puesta a la lumbre, los pastelillos de semillas ya se habían acabado, y los enanos empezaban una ronda de bollos con mantequilla..." (pp. 8 y 9)
En este fragmento del capítulo 1 puede observarse cómo la descripción de la tertulia abunda en detalles que ilustran el modo de vida y las costumbres culinarias de los hobbits. La ceremonia de invitar a alguien a sentarse a la mesa pone de manifiesto una antigua tradición de confianza y hospitalidad hacia los recién llegados. Esta hospitalidad se ve exacerbada en la casa de Elrond, el señor de los elfos de Rivendell. La Última Morada es un oasis donde los viajeros pueden recuperar fuerzas y prepararse para continuar la aventura:
Todos los viajeros, incluyendo los poneys, se sintieron refrescados y fortalecidos luego de pasar allí unos pocos días. Les compusieron los vestidos, tanto como las magulladuras, el humor y las esperanzas. Les llenaron las alforjas con comida y provisiones de poco peso, pero fortificantes, buenas para cruzar los desfiladeros. Les aconsejaron bien y corrigieron los planes de la expedición". (p. 50)
Así, las imágenes de la hospitalidad son una fuente incuestionable de información que ilustran al lector los modos de vida de cada pueblo o criatura en la Tierra Media.
Los trece enanos
A medida que van llegando los enanos, lo único que Tolkien describe de todos ellos son las barbas, los cinturones y los capuchones de diversos colores que llevan sobre sus cabezas. Esas imágenes visuales se repiten en todos ellos. De Dwalin, dice el narrador que "Era un enano de barba azul, recogida en un cinturón dorado, y ojos muy brillantes bajo el capuchón verde oscuro" (p. 7); Balin es "un enano que parecía muy viejo, de barba blanca y capuchón escarlata" (p. 7); Fili y Kili "Eran dos enanos más, ambos con capuchones azules, cinturones de plata y barbas amarillas" (p. 8). De Dori, Nori, Ori, Oin y Gloin, por sup parte, se dice: "dos capuchones de color púrpura, uno gris, uno castaño y uno blanco colgaban de las perchas, y allá fueron los enanos con las manos anchas metidas en los cinturones de oro y plata" (p. 9). Finalmente, Bifur, Bofur y Bombur "enseguida colgaron dos capuchones amarillos y uno verde pálido; y también uno celeste con una larga borla de plata" (p. 9).
Los hechizos de Gandalf
Los momentos en los que el mago interviene con su magia están marcados por una serie de imágenes visuales y olfativas que giran en torno a los resplandores de luz cegadora o fuegos y humos de colores particulares. Cuando los trasgos intentan capturar al mago, "hubo un destello terrorífico, como un relámpago en la cueva, (y) un olor como de pólvora" (p. 57). Más adelante, en el mismo capítulo, Gandalf realiza un hechizo sobre la hoguera que ilumina el salón del Rey Trasgo: "Las luces se apagaron, y la gran hoguera se convirtió, ¡puf!, en una torre de resplandeciente humo azul que subía hasta el techo, esparciendo penetrantes chispas blancas entre todos los trasgos" (p. 62). Este fuego de color peculiar vuelve a aparecer en otro hechizo que Gandalf usa para tratar de ahuyentar a los lobos en el capítulo siguiente: "Arrancó unas piñas enormes de las ramas, y en seguida prendió fuego a una de ellas con una brillante llama azul, y la arrojó zumbando hacia el círculo de lobos" (p. 98). Finalmente, en la última aparición de Gandalf, al final de la novela, el mago detiene al ejército enano que está por atacar a los elfos y a los humanos conjurando un resplandor similar al relámpago con el que se defendió de los trasgos en el capítulo 4: "-¡Deteneos!, dijo con voz de trueno, y la vara se le encendió con una luz súbita como el rayo" (p. 265).
Como se ha dicho a lo largo de todo el análisis de la novela, las imágenes de la luz y de los rayos resplandecientes constelan simbólicamente alrededor de la idea del bien, de la que Gandalf es el mayor exponente.
El universo mágico de los elfos
En El hobbit, el encuentro con los elfos está narrado como una visión feérica, marcada por el ensueño y la belleza, a través de diferentes imágenes sensoriales: en general, a la aparición de estas criaturas las precede la música o la luz y los aromas de banquetes sostenidos en el bosque. La primera vez que se mencionan, cuando el grupo desciende hacia el valle de Rivendell, se los describe dentro de una atmósfera idílica: "'¡Hummm! ¡Huele como a elfos!', pensó Bilbo, y levantó los ojos hacia las estrellas. Ardían brillantes y azules. Justo entonces una canción brotó de pronto, como una risa entre los árboles" (p. 45).
En la profundidad del Bosque Negro, los personajes se encuentran también con las hogueras de los elfos y una visión fantástica de aquellas criaturas dándose un festín:
El banquete que vieron entones era más grande y magnífico que antes: a la cabecera de una larga hilera de comensales estaba sentado un rey del bosque, con una corona de hojas sobre los cabellos dorados, muy parecido a la figura que Bombur había visto en sueños. La gente élfica se pasaba cuencos de mano en mano por encima de las hogueras; algunos tocaban el arpa y muchos estaban cantando. Las cabelleras resplandecían ceñidas con flores; gemas verdes y blancas destellaban en cinturones y collares, y las caras y las canciones eran de regocijo. Altas, claras y hermosas sonaban las canciones. (p. 144)
Los elfos aparecen representados como criaturas maravillosas, parecidas a las hadas y los espíritus asociados a la tradición feérica inglesa. Su belleza está exaltada por la gracia de sus cantos, la melodía de su música y el brillo de sus joyas, y, a su lado, los enanos parecen criaturas toscas y feas.
Los arroyos y los ríos
Los ríos que atraviesan los personajes en su aventura son descriptos en general mediante imágenes visuales y/o auditivas. Al llegar a Rivendell, por ejemplo, el grupo atraviesa un río que "corría rápido y ruidoso, como un arroyo de la montaña en un atardecer de verano, cuando el sol ha estado iluminando todo el día la nieve de las cumbres" (p. 48). A esta imagen luminosa se le opone la descripción del peligroso arroyo del Bosque Negro, cuya corriente "rápida y alborotada, pero no demasiado ancha, fluía cruzando el camino; y era negra, o así parecía en la oscuridad" (p. 133). Como puede observarse, las imágenes visuales de ambos ríos se vinculan a la naturaleza positiva o negativa de cada episodio en la aventura de Bilbo: el río de Rivendell queda definido por la luz como imagen del bien, mientras que el del Bosque Negro por su oscuridad, como imagen del mal.