Resumen:
Es domingo y a Meursault lo despierta María. Se preparan para salir temprano, puesto que habían aceptado ir a la cabaña de playa del amigo de Raimundo. Cuando salen a la calle con este último, comprueban que a cierta distancia, en la otra acera, hay un grupo de árabes que los contemplan con indiferencia. Raimundo reconoce al hermano de su ex-amante y se lo indica a la pareja; luego, caminan hasta la parada del bus y constatan que los árabes no los siguen, lo que parece aliviar a Raimundo.
Una vez llegados a la playa, se bañan en el mar por un tiempo y después se encaminan hacia la cabaña. Allí se encuentran con Masson y su señora, una pareja amable que cae bien a Meursault. Luego de bañarse en el mar, vuelven a la casa y almuerzan temprano. Al finalizar, Masson invita a Meursault y a Raimundo a caminar.
Al mediodía, el sol sobre la playa es implacable. Meursault lo siente sobre su cabeza desnuda y, mientras caminan, no es capaz de pensar en nada. Ya alejados de la cabaña, Raimundo nota que dos personas caminan en su dirección: son dos árabes, uno de ellos, el hermano de su examante. Los dos grupos se aproximan y, en vistas a un posible enfrentamiento, Raimundo indica que él se encargará del árabe que le corresponde y Masson del segundo. El narrador debe quedarse atento a la llegada de un tercero.
La pelea transcurre con velocidad. A Raimundo le hacen un corte en la cara con un cuchillo, pero entre él y Masson ponen en fuga a los árabes. Masson y Raimundo visitan a un médico y luego regresan a la cabaña, donde Meursault explica lo sucedido a las mujeres. Más tarde, Raimundo sale a caminar solo; el protagonista lo sigue, aunque su amigo lo insulta al principio. Andan por la playa bajo un sol que a Meursault se le hace insoportable. Raimundo parece saber a dónde se dirige: enfila hacia un manantial de agua cristalina. Tendidos allí, descansando, se encuentran los dos árabes.
Raimundo saca entonces un revólver que llevaba en el bolsillo y le pregunta a Meursault si “tumba” al árabe. Meursault le dice que no, a menos que el árabe saque el cuchillo. Luego le pide el revólver a Raimundo; su amigo debe enfrentarse al árabe hombre a hombre. Cualquier cosa, si el árabe saca el cuchillo, él disparará. Raimundo accede y le entrega el arma, pero los árabes aprovechan la maniobra para desaparecer tras las piedras.
De vuelta en la cabaña, Meursault siente que es tanta la luz de la tarde y el calor que sus pensamientos están nublados. Confundido por el resplandor del día, sale a caminar sin rumbo, y se dirige, sin pensarlo, al agua fresca de manantial en el promontorio de roca. Cuando llega, comprueba que uno de los árabes está allí nuevamente. Esto lo sorprende, porque ya había dejado de pensar en ellos.
Meursault entonces piensa en regresar a la cabaña, pero es tanto el sol y el calor, que le molesta la idea de volver a cruzar la playa. Por eso, avanza hacia el manantial. Da algunos pasos, siempre bajo la mirada del árabe. El árabe entonces le muestra el cuchillo, como advirtiéndole. El narrador queda cegado por la luz del sol en la hoja del arma; siente el sudor en su rostro, las gotas caen en sus ojos y le empañan la visión. Piensa que el tiempo se ha detenido sobre la playa y el océano y, mecánicamente, saca el revólver del bolsillo, apunta y aprieta el gatillo.
El ruido del disparo quiebra la quietud pacífica de la playa. Luego, Meursault dispara cuatro veces más sobre el cuerpo inerte del árabe.
Análisis:
Este es un capítulo clave en la obra, pues presenta el momento de quiebre en la vida del protagonista: el acto irreflexivo de matar al árabe. La trama se desarrolla con naturalidad. Es domingo y los personajes se preparan para un día de ocio en la cabaña de playa de un amigo. Al salir del apartamento, se encuentran con el primer elemento que rompe con el idilio: un grupo de árabes, entre ellos el hermano de la ex-amante de Raimundo, los observan impasibles. La actitud de los árabes aparece entre desafiante e impasible: están allí, como dándole un mensaje a Raimundo, pero sin tomar acción. Su sola presencia basta para intimidar y preocupar al vecino de Meursault. El protagonista, en cambio, parece no pensar nada de ellos: en ningún momento se siente él personalmente en peligro, ni considera a los árabes como una amenaza personal, aunque su proximidad con Raimundo podría también transformarlo en un enemigo.
A través de la visión de Meursault, los hechos del día se precipitan velozmente y están marcados por los sentimientos que genera el clima. El calor y la luz aparecen como elementos condicionantes de la psicología del personaje: en un inicio, cuando la arena comienza a calentar y el sol de la mañana es aún suave, el narrador se siente a gusto y manifiesta su felicidad. Aquí hay un momento en la narración en el que el protagonista alcanza el climax del bienestar: está nadando junto a María y, por primera vez, siente a la pareja como una unidad: "Nos alejamos con María y nos sentimos unidos en nuestros movimientos y en nuestra satisfacción" (p. 67), afirma. Durante ese día, Meursault piensa por primera vez que realmente va a casarse con María: si bien no emite juicios al respecto, por cómo se encuentra a gusto con la situación, podemos deducir que aprueba la idea del casamiento.
Pero conforme avanza el día, el calor y la luz se hacen insoportables, caen de lleno sobre el protagonista y le nublan la razón. Meursault expresa en repetidas ocasiones que no puede pensar debido al resplandor del sol. El mundo se funde así en el brillo enceguecedor y sus formas se confunden. Pero no son solo las formas las que son borradas: el pensamiento mismo queda en blanco, las ideas se licúan en ese clima aplastante. Por eso, los sucesivos encuentros con los árabes parecen rodeados por un halo de irrealidad para Meursault, a quien todo le da igual en ese clima agobiante. Cuando el árabe lo amenaza silenciosamente con el cuchillo, parece ser la luz reflejada en la hoja lo que le molesta y lo enceguece. De la misma manera, su acción maquinal de sacar el revólver y disparar sobre el árabe también es parte del aturdimiento que experimenta.
Solo frente al estruendo del disparo Meursault parece sacudirse la pesadez del sol. En ese momento se da cuenta de lo que ha hecho y siente que algo en el mundo se ha roto. Entonces, dispara cuatro veces más. Existen dos posibles interpretaciones para esta serie de disparos. Por un lado, podríamos pensar que Meursault, al darse cuenta de que acaba de arruinar su vida, descarga el revólver como si se tratara de una queja, de un sostenido grito existencial. Por otro lado, es también conjeturable que es su indiferencia frente a la muerte, y ante el hecho de haber quitado una vida, que sigue disparando, como una última comprobación de que, en todo caso, no se trata más que de un cuerpo inerte, sin ninguna importancia o ninguna consideración moral que lo proteja de ese acto de profanación de la carne.