La gotera
A lo largo de la novela, la presencia de una gotera en la casa del coronel le impide conciliar el sueño en los días de lluvia. Si bien al principio el protagonista decide rastrear su origen, finalmente pone un tarro para recoger el agua. Sin embargo, este “ruido metálico” (p. 46) lo atormenta y le dificulta dormir. La gotera constituye una imagen auditiva que ejemplifica el estado de destrucción y decadencia que atraviesa al matrimonio, ya exhibe la posibilidad de que el propio hogar se caiga a pedazos frente a cualquier inclemencia climática.
El calor
En la novela, el calor colabora a la construcción de una atmósfera opresiva, que carga a la narración de una densidad particular. En este sentido, la repetición de imágenes sensoriales vinculadas con el calor sugieren al lector la presencia de un espacio monótono: “El betún de las calles empezaba a fundirse con el calor” (p. 29), “estaba aplastado por el calor” (p. 39). Así, estas frases construyen un espacio narrativo que cautiva y adormece a los personajes del pueblo y los rodea de una especie de sopor que los aletarga. En la novela, el calor contribuye a la construcción del carácter pasivo y estancado de la comunidad, que acepta dócilmente los efectos de la violencia y la opresión.
El río
En el pueblo, el río es el punto de contacto con el mundo exterior, ya que es el medio de comunicación principal: las lanchas llegan, al parecer en caravana, todos los viernes y una de ellas es la del correo. Así, las imágenes del río aparecen para construir la monótona rutina semanal que lleva adelante el coronel en búsqueda de su ansiada carta. En este sentido, no es casual que el lugar al que llegan las lanchas, el embarcadero, es descrito como "un laberinto de almacenes y barracas con mercancías de colores en exhibición" (p. 21). Este laberinto refuerza la imagen del encierro en la que está inmerso el coronel; en la espera de su carta, no tiene nada que hacer más que quedarse en el pueblo, a disposición de una voluntad exterior que pueda cambiar su situación.
El gallo
Además de ser un símbolo, el gallo trae aparejada una serie de imágenes que lo configuran en una dimensión más humana que animal. En palabras del narrador, el animal es capaz de emitir "un sonido gutural que llegó hasta el corredor como una sorda conversación humana" (p. 64); en esta imagen auditiva, podemos apreciar cómo se va difuminando la frontera entre lo animal y lo humano. Así, a lo largo de la novela, las imágenes del gallo colaboran en la construcción de un personaje que merece un tratamiento humano. Paradójicamente, esto llega a un límite; finalmente, el animal tiene más derechos que las personas que lo rodean: "Una inyección para un gallo como si fuera un ser humano ... eso es un sacrilegio" (p. 60), exclama la esposa de don Sabas. En este sentido, la personificación del animal legitima el interés del coronel en su bienestar, y es construida a partir de diversas imágenes sensoriales a lo largo de toda la novela.