Resumen
El Coro se pregunta en voz alta sobre los orígenes de Edipo. Los sirvientes de Edipo conducen a un anciano identificado como ¨el pastor¨, el hombre que le dio el bebé al mensajero corintio hace tantos años. Edipo insiste en que revele exactamente lo que sabe. El mensajero afirma que Edipo es el mismo bebé que fue abandonado por su padre y su madre. El pastor reacciona con miedo y le ruega al mensajero que se calle. Edipo amenaza al pastor y, al final, el hombre confiesa que el bebé era un niño de la casa de Layo.
Edipo pregunta si el niño era hijo de un esclavo o del mismo Layo. El pastor confiesa que era hijo de Layo. Luego agrega que fue Yocasta quien lo entregó para que lo dejaran en el monte, ya que la profecía anunciaba que el niño mataría a su padre. El pastor dice que no tuvo el valor suficiente para dejar morir al bebé y que, por eso, decidió llevarlo a otro país. "¡Ay, ay! Todo era cierto, y se ha cumplido", grita Edipo. "¡Oh, luz!, por última vez hoy puedo verte¨ (58). Por último, se da cuenta de lo que sucedió y todos salen excepto el Coro. El Coro reflexiona sobre la naturaleza mutable de la felicidad humana: ¨(…) no hay en el mortal nada porque pueda llamarse feliz¨ (59). Nadie puede escapar del destino.
Un mensajero entra: viene del palacio con horribles noticias. En un largo discurso, dice que cuando Yocasta llegó al palacio fue directamente a su habitación, dio un portazo y comenzó a arrancarse los pelos con sus propias manos. Yocasta gritó el nombre de Layo y se lamentó por la tragedia de su hijo y esposo. Edipo irrumpió en el palacio y exigió una espada. Poco tarda en descubrir que Yocasta se ahorcó. Gimiendo horriblemente, la descolgó y la dejó en el suelo. Luego tomó los broches de oro con los que ella se abrochaba el vestido y se arranca los ojos. Una y otra vez se atravesó los ojos hasta que las lágrimas ensangrentadas cayeron por sus mejillas. Entonces pidió a gritos que alguien le abriera las puertas del palacio para mostrar a Tebas al hombre que mató a Layo. Juró que huiría de ese país para librar a su casa de la maldición.
Se abren las puertas del palacio y Edipo se tropieza. El Coro grita de agonía ante la imagen y sus integrantes se tapan sus propios ojos: "¡Oh, qué atroz sufrimiento, apenas visible para un hombre!¨ (62). Edipo grita a la ciudad con una voz que apenas parece la suya. El Coro lamenta que Edipo se haya convertido en algo tan terrible de ser visto, y manifiesta que él ha sido castigado en cuerpo y alma. Edipo pide que alguien sea su guía. Le suplica al Coro que lo saque de Tebas y maldice al pastor que le salvó la vida cuando era un bebé. El Coro le dice que seguramente la muerte hubiera sido mejor que la ceguera. Edipo responde preguntándole cómo podría encontrarse con sus padres en el inframundo con ojos que ven. ¿Cómo podría mirar a los niños a quienes había engendrado en pecado? Le ruega al Coro que lo oculte de la vista humana.
Aparece Creonte y le pide al Coro que lleve a Edipo adentro: "(…) son los de su propio linaje, solamente, los que por piedad han de oír las desgracias de su estirpe¨ (65). Edipo ruega que lo expulsen de Tebas. Creonte responde que debe esperar las instrucciones de Apolo. Edipo argumenta que las instrucciones de Apolo eran claras: el hombre impuro debe abandonar Tebas. Edipo también le pide a Creonte que entierre a Yocasta adecuadamente y que cuide a sus hijas. Antes de irse, le ruega ver a sus hijas una vez más. Antígona e Ismene son llevadas ante Edipo y él las acaricia con manos que son de padre y también de hermano. Él llora por el hecho de que nunca podrán encontrar esposos con este trágico linaje familiar. Con la promesa de Creonte de que lo enviará lejos de Tebas para cumplir la palabra de Apolo, Edipo deja a sus hijas, y él y Creonte entran de nuevo en el palacio.
Solo en el escenario, el Coro le pide al público que recuerde la historia de Edipo, el más grande de los hombres. Él era el único que podía resolver difíciles acertijos y sus compañeros envidiaban su prosperidad, pero ahora le ha sucedido la mayor de las desgracias. El Coro advierte a la audiencia que los mortales siempre ¨hemos de ver hasta su último día, antes de considerarle feliz a alguien¨ (69). Solo después de la vida se puede estar seguro de que la vida está "exenta de desgracias" (69).
Análisis
El uso de la ironía dramática por parte de Sófocles ocupa un lugar central en el tercer acto de la obra. Aquí, la historia gira en torno a dos intentos diferentes de cambiar el curso del destino: la intención de Yocasta y Layo de asesinar a Edipo cuando este nace, por un lado, y la huida de Edipo de Corinto cuando ya es adulto, por el otro. En ambos casos, la profecía de un oráculo se cumple más allá de las acciones de los personajes. Yocasta mata a su hijo solo para encontrarlo "resucitado" y casado con ella. Edipo deja Corinto solo para descubrir que, al hacerlo, ha encontrado a sus verdaderos padres y ha llevado a cabo el designio del oráculo. Tanto Edipo como Yocasta se regocijan prematuramente por el fracaso de los oráculos. Pero luego descubrirán que estos decían la verdad. Cada vez que un personaje intenta evitar un futuro predicho por los oráculos, el público sabe que su intento será inútil. Como confirma el Coro al final final: el destino es ineludible.
Incluso la manera en que Edipo y Yocasta expresan su incredulidad frente a los oráculos resulta irónica. En un intento de consolar a Edipo, Yocasta le dice que los oráculos son impotentes, pero minutos después la vemos rezando a los dioses de cuyos poderes se acaba de burlar.
Edipo se regocija en la muerte de Pólibo como una señal de que los oráculos son falibles. Sin embargo, no vuelve a Corinto por temor a que las declaraciones del oráculo sobre Mérope aún puedan hacerse realidad. Más allá de todo lo que se dice de ellos, tanto Yocasta como Edipo siguen sospechando que los oráculos podrían tener razón, y que los dioses pueden predecir y afectar el futuro. Esto refleja la ambivalencia del público ateniense hacia los oráculos.
De alguna forma, si Edipo desvaloriza el poder de los oráculos, valora el poder de la verdad. En lugar de depender de los dioses, Edipo cuenta con su propia capacidad para descubrir la verdad. De hecho, la apertura de la obra lo posiciona como un milagroso descifrador de enigmas. El contraste entre la confianza en los oráculos de los dioses y la confianza en la inteligencia se desarrolla en esta historia de manera muy similar al contraste entre la religión y la ciencia en las novelas del siglo XIX. Pero la ironía aquí, por supuesto, es que los oráculos y el método científico de Edipo conducen al mismo resultado. La búsqueda de Edipo de la verdad cumple las profecías de los oráculos. Irónicamente, es el rechazo de Edipo hacia los oráculos lo que pone en evidencia sus poderes. Persigue implacablemente la verdad en lugar de confiar en los dioses. Como dice Yocasta, si a Edipo lo hubieran dejado lo suficientemente en paz, nunca habría descubierto su propio horrible secreto.
En su búsqueda de la verdad, Edipo se muestra como un detective formidable, despiadado en su intención de resolver el misterio. Esta persistencia es lo que lo llevó a Tebas y, justamente, también lo que lo convirtió en el único hombre capaz de resolver el enigma de la Esfinge. Su inteligencia es lo que lo hace grande y, sin embargo, también demuestra su trágico defecto. De hecho, esa mentalidad de descifrador de enigmas lo lleva cada vez más cerca de la tragedia al intentar resolver el misterio de su nacimiento. En el mito de Edipo, el matrimonio con Yocasta fue el premio por librar a Tebas de la Esfinge. Así, la inteligencia de Edipo es un rasgo que lo acerca a los dioses y es también lo que lo hace cometer el más atroz de todos los pecados. Al matar a la Esfinge, Edipo es el salvador de la ciudad, pero al matar a Layo (y casarse con Yocasta), es su flagelo, la causa de la plaga que ha golpeado la ciudad en el comienzo de la obra. De esta forma, Edipo Rey ha sido interpretada como una advertencia contra el exceso de conocimiento, es decir, contra el hecho de querer saber más de lo que uno necesita saber. Pero por otro lado, se lo ha interpretado también como un testimonio heroico de la investigación científica y la búsqueda de la verdad. La obra permite ambas lecturas.
El enigma de la Esfinge resuena a lo largo de la obra, a pesar de que Sófocles nunca cita su pregunta real. Las audiencias familiarizadas con el mito sabían cuáles eran las palabras de la Esfinge: "¿Cuál es la criatura que en la mañana camina en cuatro patas, al mediodía en dos, y en la noche en tres?". La respuesta de Edipo, por supuesto, es "el hombre". Y en el transcurso de la obra, el propio Edipo demuestra ser ese mismo hombre, una encarnación del enigma de la Esfinge. Se habla mucho sobre el nacimiento de Edipo y cómo lo abandonan cuando es un bebé. Aquí está el bebé del que habla la Esfinge, forzado a andar en cuatro patas mientras le perforan los tobillos. Edipo es, durante la mayor parte de la obra, un hombre adulto, parado sobre sus propios pies en lugar de depender de otros, incluso de los dioses. Y al final de la obra, Edipo dejará Tebas como un viejo ciego, usando un bastón. De hecho, el nombre de Edipo significa "pie hinchado", presumiblemente debido a los alfileres que le atravesaron los tobillos cuando era un bebé. Edipo no solo descifra el enigma de la Esfinge, sino que encarna su respuesta.
Quizás el ejemplo más significativo de ironía dramática en esta obra esté relacionado con las constantes referencias a los ojos, la vista, la luz y la percepción. Edipo, por supuesto, no puede ver ni detrás ni delante de él. A diferencia del ciego Tiresias, el vidente, Edipo está firmemente ubicado en el presente. En consecuencia, Tiresias, como dice al principio de la obra, ve a Edipo como a un ciego. La ironía es que "ver", aquí, significa dos cosas diferentes. Edipo es bendecido con el don de la percepción: él era el único hombre que podía "ver" la respuesta al enigma de la Esfinge. Sin embargo, no puede ver lo que está delante de sus ojos, es ciego frente a la verdad, a pesar de todo lo que la busca. La presencia de Tiresias en la obra es doblemente importante. Como un anciano ciego, presagia el futuro de Edipo, y cuanto más se burla este de su ceguera, más irónico le suena al público. Tiresias es un hombre que entiende la verdad sin el uso de su visión. Edipo es lo contrario: un hombre vidente que es ciego a la verdad que tiene justo delante de él. Luego, Edipo cambiará de roles con Tiresias, convirtiéndose en un hombre que ve la verdad, pero que pierde el sentido de la vista.
Tiresias no es el único personaje que usa la visión como metáfora. Cuando Creonte aparece después de enterarse de la acusación que Edipo lanzó sobre él, pregunta: "Pero, ¿miraba recto?" (35). Luego, Edipo se avergonzará de mirar a los ojos a los que lo aman. De hecho, una de las razones por las que se ciega es porque no quiere tener que mirar a su padre y a su madre en el más allá. Varios binarios están asociados con la idea de la visión y la ceguera: la ilusión y la desilusión, la luz y la oscuridad, la mañana y la noche. El tiempo apunta su reflector al azar y, cuando lo hace, descubre cosas terribles. La felicidad de la "mañana de luz" es una ilusión, mientras que la realidad es la "noche de oscuridad infinita". Hacia el final, el Coro desea no haber visto nunca a Edipo. No solo ha contaminado su propia visión y su propio cuerpo al casarse con su madre y matar a su padre, sino que es un contaminante para la vista de los demás por su propia existencia. Cuando Edipo entra en escena ciego, el Coro le dice que ha originado algo que "Es un horror que no puede oírse ni verse¨ (62). Edipo se ha convertido en la plaga que desea eliminar de Tebas, un monstruo más terrible que la Esfinge, y debe ser expulsado para salvar el reino.