Don Juan Tenorio

Don Juan Tenorio Resumen y Análisis Primera parte, Acto III: Profanación

Resumen

La abadesa conversa con doña Inés en la celda del convento e intenta persuadirla de su condición favorable para adoptar la vida en el encierro. Considera que para ella es más fácil adoptar esta vida porque desconoce las tentaciones mundanas. Durante la conversación, la abadesa nota que la novicia no muestra el entusiasmo habitual frente a sus palabras. La abadesa se retira, y doña Inés se siente confundida y espera con ansias la llegada de Brígida.

Pronto llega la aya de doña Inés y le pregunta si leyó el horario que le había entregado. La novicia lo niega y, al enterarse de que se trata de un regalo de don Juan, declara que no puede aceptarlo. Brígida la convence de que debe hacerlo, alegando que, de lo contrario, don Juan se enfermaría. Entonces doña Inés toma el libro y, al abrirlo, se cae una carta de entre sus hojas. Brígida la incita a leerla.

Se trata de una carta en la que don Juan la declara a doña Inés su amor apasionado. Al leerla, ella experimenta, por primera vez, atracción y fascinación por alguien. Brígida le sugiere que lo que siente es amor, pero la novicia lo niega. Uno momento después, cuando tocan las ánimas (a las nueve de la noche), don Juan entra a la habitación y doña Inés se desmaya. Él no duda en sacarla del convento en ese estado, y sale acompañado por Brígida.

Poco después, la tornera del convento le avisa a la abadesa que un hombre desea hablarle. Ella consiente, puesto que se trata del comendador de Calatrava, quien tiene derecho a entrar al convento. Don Gonzalo, a quien le han informado que Brígida tuvo un encuentro con el criado de don Juan, le advierte a la abadesa que el libertino planea arrebatar a su hija del claustro. A pedido de la abadesa, la tornera sale en búsqueda de doña Inés. Don Gonzalo y la abadesa descubren la carta de don Juan y poco después llega la tornera avisándoles que doña Inés no está en el convento y que ha visto a un hombre saltar por las tapias del huerto. Inmediatamente, don Gonzalo corre para ir tras su hija y sale del convento insultando a la abadesa.

Análisis

El personaje de la novicia doña Inés de Ulloa, aunque comparte características con personajes femeninos de las obras donjuanescas precedentes, es una introducción innovadora de Zorrilla. De hecho, él se sentía orgulloso de esta creación. En sus memorias, Recuerdos de un tiempo viejo, leemos: "Mi obra tiene una excelencia que la hará durar largo tiempo sobre la escena, un genio tutelar en cuyas alas se elevará sobre los demás Tenorios; la creación de mi doña Inés cristiana: los demás Don Juanes son obras paganas; sus mujeres son hijas de Venus y de Baco y hermanas de Príapo; mi doña Inés es la hija de Eva antes de salir del Paraíso (…)" (2016, p. 168).

También en sus memorias, Zorrilla contrasta este personaje con el de don Juan, al que le atribuye los peores defectos: "Quien no tiene carácter, quien tiene defectos enormes, quien mancha mi obra es D. Juan; quien la sostiene, quien la aquilata, la ilumina y la da relieve es doña Inés; yo tengo orgullo en ser el creador de doña Inés y pena por no haber sabido crear a D. Juan" (Ídem.)

Doña Inés es una heroína romántica: es hermosa, joven, inocente, pura, angelical, ideal. Zorrilla la describe como la "flor y emblema del amor casto" (Ídem.). Además, ella es la heroína que interviene en el destino del héroe, intercediendo por él ante Dios, para evitar su condena en el Infierno.

En la descripción de doña Inés podemos encontrar algunos símbolos religiosos, como la "cordera" (v. 1248) o la "paloma" (vv. 1462, 1650 y 2182). El cordero simboliza la mansedumbre, la inocencia y el sacrificio. En el cristianismo, Jesucristo se asocia al cordero: "Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (…)»" (Jn 1, 29), porque con su sacrificio redime al mundo. Doña Inés cumple una función salvadora en la obra, porque liberará al protagonista de su destino trágico. En el mismo sentido, su asociación con la paloma también puede leerse como un símbolo de esperanza y de salvación. En la Biblia encontramos este símbolo en el libro del Génesis. Cuando Noé suelta una paloma y esta regresa con un ramo de olivo, él sabe que las aguas del diluvio mermaron y, por lo tanto, que estarán a salvo.

Al comienzo del Acto III, la abadesa describe a doña Inés diciendo: "Sois joven, cándida y buena" (v. 1438). Más adelante traza una alegoría comparándola con una "mansa paloma" (v. 1460) criada en un sitio cerrado. Como doña Inés no salió jamás del convento, ignora los placeres mundanos, y por eso no los desea:

Mansa paloma, enseñada
en las palmas a comer
del dueño que la ha criado
en doméstico vergel,
no habiendo salido nunca
de la protectora red,
no ansiaréis nunca las alas
por el espacio tender.

(vv. 1462-1468)

Asimismo, don Juan también compara a doña Inés con diferentes aves en la carta que le dirige. Primero, con una paloma: “hermosísima paloma / privada de libertad” (vv. 1650-1651), y luego, como Brígida en el Acto II, con una garza:

(...) garza que nunca del nido
tender osastes el vuelo
al diáfano azul del cielo
para aprender a cruzar"

(vv. 1696-1699)

Por otro lado, la abadesa compara a doña Inés con un lirio que florece -"vuestro cáliz abriréis" (v. 1475)-, y que morirá en el mismo lugar: "y aquí vendrán vuestras hojas / tranquilamente a caer" (vv. 1476-1477). Todas estas comparaciones enfatizan la idea del encierro en el que vive la novicia, su castidad, su falta de apetitos sexuales y su inocencia. Como podemos ver, ella representa la antítesis de don Juan.

Al mismo tiempo, y continuando con la caracterización de los actos previos, se insiste en la naturaleza demoníaca de don Juan. Don Gonzalo lo llama "hijo de satanás" (v. 1861) y "diablo" (v. 1901). Por último, doña Inés piensa que la atracción inusitada que siente por él es producto de una bebida maléfica: un "filtro envenenado" (v. 1732), una pócima que se vincula a la hechicería y que tendría el poder de enamorar a las personas. Más adelante, en el Acto IV, ella repite esta idea en el diálogo con el protagonista, cuando se cree incapaz de resistir a su seducción: "¡Ah! Me habéis dado a beber / un filtro infernal sin duda (…)" (vv. 2232-2233).