La violencia
La violencia es un tema central en la obra y toma diversas formas: violencia sexual, violencia racial, violencia simbólica. Gran parte de la violencia representada en la obra estriba en la situación política y social de Sudáfrica post apartheid. De hecho, uno de los factores que contribuyen a la violencia es la anomia institucional retratada en la ineficiencia de la policía.
En primer lugar, la violencia sexual une la primera parte de la novela con la segunda. En la primera parte, Lurie es culpable de abusar de su posición de poder para establecer una relación sexual con una de sus alumnas. Dado que la novela focaliza los hechos desde el protagonista puede parecer ambiguo si efectivamente se trata o no de un caso de abuso sexual. No obstante, dejando de lado la fabulación de Lurie sobre lo sucedido, Melanie es sin duda una víctima de abuso sexual.
La posición privilegiada de Lurie habilita su comportamiento y si no fuese por su actitud durante el tribunal disciplinario, quizá sus acciones podrían haberle acarreado consecuencias más leves. Todo esto revela una estructura patriarcal en la que el abuso está hasta cierto punto normalizado y la mujer es víctima de violencia simbólica. La posición de los colegas varones es un claro ejemplo del patriarcado que propone complicidad entre los varones como cuando uno de los miembros del tribunal dice: "Todos tenemos nuestros momentos de flaqueza, todos somos humanos. Tu caso no es excepcional. Nos gustaría hallar una vía para que sigas adelante con tu carrera académica" (p.69), privilegiando el bienestar del victimario porque, al fin y al cabo, cualquiera de ellos podría estar en la misma situación. Lurie claramente sostiene una mirada machista cuando expresa la siguiente idea sobre la belleza en las mujeres: “La belleza de una mujer no le pertenece solo a ella. Es parte de la riqueza que trae consigo al mundo, y su deber es compartirla” (p.25), ignorando del todo la autonomía y el deseo de la mujer.
De todas maneras, el rigor con el que las colegas mujeres desean juzgar las acciones de Lurie muestra que los tiempos están cambiando. Por un lado, Melanie se siente suficientemente respaldada para denunciar la violencia que sufrió. Además, los diarios locales se interesan por el caso y lo reportan y hay militancia para crear conciencia sobre el problema del abuso sexual por medio de manifestaciones en la universidad. En efecto, Rosalind le advierte a Lurie que en los tiempos que corren no hay simpatía para las personas que se comportan como él.
En la segunda parte de la novela, la violencia sexual toma una forma mucho más cruda: Lucy es salvajemente violada por tres hombres que irrumpen en su casa. Como consecuencia, Lucy queda embarazada. Ese hecho en la vida de Lucy va a ser determinante, pero también lo va a ser en la vida de Lurie y en la relación padre/hija. Gran parte de la tensión entre Lucy y su padre nace de la incapacidad de Lurie para comprender la experiencia que vivió su hija y nuevamente deja en evidencia la mentalidad patriarcal. Por ejemplo, Lurie va a tratar de controlar la narrativa sobre el ataque, incluso va a apurar a Lucy al adelantarse y decir: “Voy a pronunciar la palabra que hasta este momento hemos evitado. Fuiste violada. De manera múltiple. Violada por tres hombres” (p.197). Asimismo, Lurie cuestiona constantemente el modo en que Lucy lidia con el trauma. La ruptura entre padre/hija surge en parte del contraste en la visión femenina y masculina del hecho. Lurie se va a cuestionar eso mismo cuando dice: “si se concentra, si se pierde, puede estar allí, puede ser los hombres, puede habitar en ellos, puede llenarlos con el fantasma de sí mismo. La cuestión es otra: ¿está a su alcance ser la mujer?” (p.200).
Lucy sospecha que el odio que ella vio en los asaltantes es parte de la norma en la sexualidad masculina: “puede ser que, para los hombres, odiar a la mujer dé una mayor excitación sexual” (p.198). No obstante, su violación se entronca con otro tipo de violencia: la que surge de la compleja historia social y racial de Sudáfrica. El ataque que sufre Lucy es absolutamente privado y personal, pero también tiene implicancias que trascienden ese ámbito al tratarse de una violación motivada por el odio racial. Los hombres que atacan a Lucy son parte de la población que ha sufrido humillación, sometimiento y subyugación por parte de la población blanca durante siglos. Así como Melanie se convierte en objeto para que el hombre disfrute de su belleza, en el caso de Lucy, ella es convertida en un objeto de conquista. Más concretamente, en el caso de Lucy, ella es el territorio que se marca solamente para reclamarlo como propio, para subyugar y someter o para vengarse. Si bien Lucy no quiere usar la palabra venganza, sí se refiere a su violación como un precio a pagar para poder quedarse en esa tierra que sus violadores consideran legítimamente suya.
Lurie sin duda cree que la violación de su hija tiene un origen histórico: “Fue algo heredado de los ancestros” (p.195). A partir del asalto y las actitudes que toma Petrus al respecto, en Lurie van a aflorar todos los prejuicios también heredados de siglos en los que hombres blancos como él han disfrutado de todos los privilegios mientras denigran a los negros. De todas maneras, Lurie es un hombre educado de la ciudad y por eso se autocensura la mayor parte de las veces en las que cae en actitudes de violencia simbólica. Por ejemplo, cuando encuentra a Pollux espiando por la ventana del baño de Lucy piensa: “Darle una lección, enseñarle cuál es su sitio en el mundo” (p.256). En esas frases aparece la idea de que hay un lugar que les corresponde a los negros y que son los blancos los que los ubican allí. Asimismo, cuando Lurie habla con Petrus sobre la presencia de Pollux en la granja piensa en un momento en responder a su acuerdo de casarse con Lucy así: “Nosotros: a punto está de decir nosostros, los occidentales” (p.250). Sin duda, Lurie no está exento de recaer en antiguos prejuicios. Otro modo en el que vemos representada la violencia simbólica y la respuesta de Petrus ante ella es cuando utiliza la palabra “chico” (boy, en inglés) que se usaba de manera denigrante para referirse a los peones negros, aun cuando se tratara de una persona adulta. Petrus utiliza esa palabra para referirse a sí mismo cuando reconoce que no es capaz de construir su propia casa porque ese no es un trabajo para el que un “chico” esté preparado. Por supuesto que Petrus se apropia de esa palabra para usarla en tono de burla porque ya está en una posición donde no tiene que someterse al poder y privilegio del hombre blanco.
Finalmente, la novela también muestra, aunque de manera limitada, cuán rota está la institucionalidad en el país dado que la policía es verdaderamente incapaz de proteger a sus ciudadanos. Por ejemplo, cuando la policía piensa que tiene el auto robado de Lurie y ha podido detener a dos de los asaltantes, Lurie pronto descubre que no solo se han equivocado de auto, sino que dejaron libres bajo fianza a los dos sospechosos.
La desgracia
El protagonista de la novela, David Lurie, debe lidiar tanto con su caída en desgracia ante los ojos de otros, como con la humillación que experimenta en lo privado. De este modo, Coetzee trata la desgracia a la vez que explora los límites entre lo privado y lo público. En primer lugar, Lurie pierde el respeto de sus pares y sus alumnos cuando se conoce la relación entre él y su alumna Melanie. En un primer momento, Lurie nota que cada vez menos alumnos asisten a sus clases. Luego, percibe los murmullos y los silencios incómodos en la sala de profesores. Finalmente, tras la denuncia formal en su contra y su comparecencia ante el tribunal disciplinario, su comportamiento pasa a estar en boca de todos. Su historia incluso aparece en el periódico local y su mujer recibe detalles escabrosos sobre el caso, como el rumor de que Melanie tomó somníferos.
Con todo ello, Lurie parece no comprender los tiempos que corren y minimiza la situación, se atreve incluso a decir que su relación no es asunto de nadie porque pertenece al ámbito de lo privado. Por supuesto que Lurie lo considera así porque imagina que lo que tuvo con Melanie fue una auténtica relación y no admite que se trató de un abuso. No obstante, las personas que lo rodean y que parecen tener algo de afecto por él, como Hakim, le advierten de que este es un asunto público y que no debiera esperar demasiada consideración a menos que reconozca públicamente su culpa. El interés que suscita el caso es lógico: se trata de un abuso sexual que desenmascara la violencia que ejercen quienes ocupan un lugar de autoridad y privilegio. Incluso los diarios locales quieren cubrir el hecho y conseguir una declaración por parte de Lurie. Cuando sale de la reunión con el tribunal, comete el error de responder a la pregunta de una de las periodistas que consigue solamente aumentar la condena social en su contra.
Aun así, Lurie arguye que el motivo por el cual el caso recibe tanta atención es por la tendencia actual a querer crear un espectáculo televisivo de todo: “Vivimos en una época puritana. La vida privada de las personas es un asunto público” (p.87). Lurie en realidad cree que su caída en desgracia no está justificada, si no fuera por el error que comenten otros al buscar el escándalo. Él, en cambio, se siente orgulloso porque interpreta su actitud como una cruzada en pro de derecho a la privacidad y al silencio.
Desde lo personal, Lurie experimenta humillación y vergüenza a medida que siente los efectos del paso del tiempo en su cuerpo y toma conciencia de que su estado físico y la percepción que otros tienen de él contrasta con la intensidad de su deseo sexual. La experiencia con Melanie atiende a su ego, en parte, pero también lo humilla. Cuando Rosalind señala lo inapropiado de su comportamiento con Melanie, Lurie piensa:
Tal vez los jóvenes tengan todo el derecho del mundo a vivir protegidos del espectáculo que dan sus mayores cuando están inmersos en los espasmos de la pasión. A fin de cuentas, para eso están las putas: para hacer de tripas corazón y aguantar los momentos de éxtasis de los que ya no tienen derecho al amor (p.59).
De todas formas, Lurie se aferra a la idea de que entre él y su alumna se dio algo auténtico, pero en su visita al teatro confirma que efectivamente la situación fue infamante cuando Ryan le deja saber que Melanie estaría dispuesta a escupirle en la cara. Justo después de ese comentario, Lurie acude a una prostituta, poniendo en práctica esa reflexión que había hecho a partir de los reproches de Rosalind. En gran medida, sus infamias personales están ligadas a que se siente un viejo y, por eso mismo, no tiene derecho al amor.
El ataque del que son víctimas Lurie y su hija solo acentúa su humillación personal porque su estado físico se deteriora y, además, siente patentemente su inutilidad para proteger a su hija. En la nota que aparece en el periódico sobre el asalto se refieren a él como “anciano padre”, algo que lo llena de vergüenza. Luego, accede a tener sexo con Bev y considera que eso solo confirma que está “en bancarrota” (p.188), porque él, a quien antes se le hacía tan fácil seducir a una mujer y cuya última “relación” fue con una joven estudiante, debe conformarse con una mujer tan poco atractiva como Bev.
Finalmente, podemos hablar de la desgracia en la que cae al ocupar el lugar de Petrus. A medida que la relación con Petrus se vuelve más tensa, afloran en él pensamientos racistas, pero también se ve obligado a aceptar que no puede hacer nada contra los cambios sociales que se están dando en Sudáfrica y eso agrega a su humillación. Por ejemplo, considera que aceptar dócilmente que Pollux haya “tenido ocasión de enmarañar sus raíces con Lucy y con la existencia misma de Lucy” (p.258) es una afrenta contra su honor. Asimismo, reconoce que su nuevo lugar en el mundo es la de un handlanger y un "hombre-perro", condiciones que antes estaban reservadas para e impuestas sobre alguien como Petrus. Acá las palabras del padre de Melanie sirven para describir la nueva condición del antiguo profesor universitario de Ciudad del Cabo: “¡hay que ver cómo caen los poderosos!” (p.209).
Lurie no es el único personaje que experimenta una caída en desgracia. Lucy también debe lidiar con la humillación a la que la someten sus violadores y, luego, aceptar su nuevo lugar en la sociedad como concubina de Petrus. Al principio Lucy quiere mantener su desgracia en lo privado, no quiere siquiera denunciar el crimen. Lurie, paradójicamente, desea que salga a la luz y lo considera un asunto público, ignorando cualquier paralelismo entre su historia con Melanie y la historia de su hija. Una vez que Lucy se entera de que ha quedado embarazada y elige tener a ese bebé el tema de la privacidad ya no es una preocupación. Es más, Lucy está dispuesta a permitir que Petrus controle el relato sobre su nueva condición social: “Di que puede contar por ahí todo lo que le dé la gana acerca de nuestra relación, que yo no lo contradeciré. Si quiere que a mí se me conozca en calidad de tercera esposa suya, así ha de ser. Si quiere que pase por ser su concubina, otro tanto de lo mismo” (p.253).
En lo que coinciden Lucy y su padre es que su humillación es también un camino de redención. En el caso de Lucy, aceptar ser concubina y tener a su hijo es un modo de ser mejor persona e inaugurar una nueva manera de relacionarse en Sudáfrica. Lurie, en cambio, acepta su condición de "hombre-perro" para redimirse: al colaborar con una muerte e incineración digna de los perros que Bev pone a dormir, finalmente es capaz de ponerse en los zapatos de los desposeídos porque él mismo ha caído en desgracia.
Pragmatismo vs idealismo
En la novela hay dos modos contrastantes de encarar las dificultades de la vida: el idealismo y el pragmatismo. David Lurie es quien encarna el idealismo y Lucy quien mejor encarna el pragmatismo. Este tema se entronca con la dicotomía campo/ciudad, civilización/barbarie e incluso alude al modo en que Sudáfrica deberá lidiar con los cambios que experimenta. Para comprender mejor el idealismo de Lurie podemos recurrir a la parte de la novela en la que dicta una clase sobre el poeta romántico inglés Wordsworth. Allí vemos a Lurie intentando explicar a sus alumnos la visión del poeta. Wordsworth escribe: “nos llenó de pena la impresión de esa imagen [la cima del Mont Blanc] sin alma en la retina que había desahuciado un pensamiento viviente que ya no podría existir” (p.30). A partir de esas líneas Lurie explica que para Wordsworth los grandes arquetipos mentales, las ideas puras, hacen que la percepción de la realidad concreta parezca decepcionante, por lo cual lo que debe suceder es que la imagen sensorial active la idea pura.
Esta teoría de los poetas románticos donde hay una conjunción entre la realidad y la idea pura que el poeta proyecta sobre el mundo es fundamental para comprender el modo en que Lurie mismo vive su vida. Incluso él lo reconoce cuando le dice a Melanie: “Wordsworth ha sido uno de mis maestros” (p.21). Lurie tiende a hacer un salto entre lo que experimenta realmente y las ideas que él forma sobre esas experiencias. Pensemos en su relación con Soraya: Lurie conoce que la relación entre ellos es transaccional, sin embargo, imagina o infunde esa realidad con un halo de sentimiento y de afecto que no es más que una idea. “Como ella lo complace, como el placer que le da es inagotable, él ha terminado por tomarle afecto. Cree que, hasta cierto punto, ese afecto es recíproco. Puede que el afecto no sea amor, pero al menos es primo hermano de este.” (p.8). Aquí vemos cómo, a partir de la experiencia sensorial, Lurie hace un salto de lo concreto y real (placer) a lo conceptual (amor). Esto mismo va a hacer Lurie en otras instancias.
En la vida de Lurie ciertos conceptos pesan tanto que ponen en peligro sus relaciones y su propia subsistencia. Por ejemplo, durante su comparecencia ante el tribunal disciplinario en la universidad, Lurie prefiere defender ideas abstractas como el derecho al silencio que su futuro en la institución. Asimismo, cuando Lurie ataca a Pollux tras encontrarlo espiando a Lucy, él reconoce que se ha equivocado y que lo mejor sería pedir disculpas, pero se aferra a las grandes ideas como el honor: “Lucy tal vez sea capaz de plegarse ante el temporal. Él no puede, o no puede hacerlo con honor” (p.258).
En su insistencia por mantenerse atado al mundo de las ideas Lurie ha desarrollado un romanticismo narcisista con el que no es capaz de conectar con otros. Gran parte de la alienación que experimenta Lurie radica en este modo de encarar la realidad. Lurie es extemporáneo: no ha podido adaptarse a los cambios en la academia, desconoce los códigos en torno a las relaciones entre los géneros, preserva una imagen idealizada y caduca de lo idílico del campo, incluso descubre que alberga pensamientos segregacionistas en una época post apartheid. Es decir, su afecto por el mundo de las ideas trascendentes y su desdén por el mundo material lo separa de la realidad circundante. Lo separa en especial de todo aquello que no puede imaginar desde su lugar de privilegio como hombre blanco. Por eso en la mayor parte de la novela es incapaz de ponerse en el lugar de los negros, las mujeres y los perros.
Por el contrario, el resto de los personajes parecen ser predominantemente pragmáticos. Quien encarna el pragmatismo en la obra es Lucy. Precisamente a eso apunta el comentario de Lurie citado anteriormente: Lucy es “capaz de plegarse ante el temporal” (p.258). Lucy le deja saber a su padre explícitamente que ella vive de un modo diferente a él: “Yo no actúo de acuerdo con meras abstracciones. Hasta que no hagas un esfuerzo por entenderlo, no puedo ayudarte” (p.143). De todas las muestras de practicidad de Lucy, la más significativa es su disposición a aceptar pasar a ser parte de la familia de Petrus para estar bajo su protección. Precisamente como contracara de Lurie, Lucy comprende mejor la realidad circundante. Por ese motivo, muchas veces es ella quien tiene que cumplir la función de guía para su padre, como cuando le tiene que explicar a Lurie por qué Petrus tiene atadas a dos ovejas a las que está por sacrificar y Lucy le dice: “Despierta, David. Estamos en el campo, estamos en África” (p.157).
En definitiva, parece ser que el comentario de Coetzee sobre Sudáfrica post apartheid es que el camino hacia el futuro tendrá que fundarse en el pragmatismo más que en las grandes ideas. Eso aparece reforzado por la redención que experimenta Lurie, en cuyo camino vital confluyen un mayor pragmatismo y su desplazamiento del lugar central de privilegio. Lurie pasa de discutir abstractamente sobre la inexistencia del alma en los perros citando a los Padres de la Iglesia, a poner su cuerpo en el cuidado de los animales. Así se describe la participación de Lurie en el Lösung, en el proceso de poner a dormir a los perros: “entonces, cuando el alma haya salido del cuerpo, podrá doblarlo en dos e introducirlo en su bolsa, y al día siguiente llevarse la bolsa a las llamas y comprobar que termine quemada” (p.271). Tanto él como Lucy aceptan un lugar humillante, pero en ese camino se preparan para ser mejores personas en un futuro.
El amor
En la novela se desarrollan tres tipos de amor principalmente: el amor romántico, el amor filial y el amor por los animales.
En cuanto al amor romántico, solo aparece en las fantasías de Lurie quien modifica la realidad para dotar sus encuentros sexuales de mayor significado. En su clase sobre el poema de Wordsworth acerca del Mont Blanc, Lurie explica que para el poeta es mejor no acceder al objeto, a aquello que puede ser percibido con los sentidos, porque la idea imaginada es muchas veces superior. Ese es el modo en que Lurie vive sus relaciones: idealiza sus encuentros. Esto sucede con Soraya, Melanie e incluso con mujeres con las que apenas pasó una noche y se imagina que quizá ellas lo recuerden también, como cuando piensa en la turista alemana a quien llevó en su auto y con quien tuvo sexo en un motel. No podemos encontrar una sola relación romántica auténtica en la obra.
El amor filial, por otra parte, ocupa un lugar central en la obra. La relación padre/hija es la que pone en movimiento la transformación más significativa del protagonista. En un principio la relación entre Lucy y Lurie es buena. Ella le ofrece un refugio a su padre y este está contentísimo de pasar tiempo con su hija. Su relación es abierta a tal punto que pueden hablar con libertad ambos. Solo Lurie se censura a veces ante Lucy, por ejemplo, cuando no se anima a utilizar la palabra “castrar” cuando habla sobre lo que el tribunal disciplinario piensa sobre él. Lurie no se jacta de ser un buen padre: le pide disculpas a su hija por no ser un buen guía y reconoce que para él: “la paternidad es un asunto un tanto abstracto” (pp.83-84).
Pronto, sin embargo, vemos que Lurie arrastra algunos de los hábitos que muestra en sus relaciones con otras mujeres a la relación con su hija. Por su mentalidad patriarcal, Lurie no presta demasiada atención a los deseos de las mujeres. Además, es un narcisista que siempre se ubica en el centro de la historia. Lucy le reprocha precisamente el que se comporte como si ella no fuera sino un personaje secundario. En un momento especialmente vulnerable en que Lucy finalmente se anima a hablar con su padre sobre su violación, Lurie no solo interrumpe a Lucy para obligarla a lidiar con el trauma en la manera en la que él considera necesaria, sino que torna el tema sobre él cuando revela la culpa que siente por no haber podido salvarla.
De todas maneras, Lurie logra transformar su relación con su hija cuando se reconoce a sí mismo como abuelo y, por lo tanto, acepta la decisión de su hija de tener al bebé. El lugar de abuelo, además, lo corre del lugar central, de la figura del padre y acepta ocupar un lugar más marginal. En el mismo momento en que es capaz de reconocerse a sí mismo como abuelo entra a la granja de Lucy como una visita nada más. Lurie abandona muchos espacios centrales a lo largo de la novela: se desplaza del lugar del seductor, del puesto que ocupa como profesor universitario, del rol de intelectual citadino, de hombre blanco que se impone ante el peón negro y, finalmente, se corre del lugar de autoridad como padre de familia.
En último lugar, la novela explora el amor por los animales. En un principio, Lurie no muestra demasiada empatía por ellos. Concuerda, a un nivel teórico, que los animales tienen derechos. De todas formas, cree que el buen trato que se le dé a los animales es producto de la generosidad de los hombres hacia ellos, pero no es una obligación. Por el contrario, Lucy cree que el motivo por el que hay que ser considerados con los animales es porque compartimos el planeta con ellos y no hay ninguna explicación posible a por qué los maltratamos. Bev, por su parte, jamás presenta en la novela sus ideas acerca de los derechos de los animales, pero se dedica con muchísimo esfuerzo a curar y poner a dormir a los animales que están desprotegidos.
Desde su superioridad moral e intelectual, Lurie siente cierto desdén por los amantes de los animales. Por ejemplo, le explica a Lucy que el tema espiritual con relación a los animales fue debatido ampliamente por los Padres de la Iglesia quienes concluyeron que los animales no tenían alma. Sin embargo, Lurie experimenta un cambio drástico en este aspecto: pasa de creer por principio en el buen trato de los animales a poner el cuerpo para atenderlos aún después de su muerte. Al final de la novela Lurie llora por los perros, los acompaña cuando su alma deja el cuerpo y los prepara para incinerarlos con dignidad.
El envejecimiento
La primera oración de la novela menciona que el protagonista tiene cincuenta y dos años y hace referencia a su vida sexual cuando dice que: “ha resuelto bien el problema del sexo” (p.7). El envejecimiento, especialmente relacionado con cómo afecta al deseo sexual, es central en el desarrollo de la novela y en los conflictos internos que vive el protagonista.
La solución para el problema del sexo al que se refiere la primera oración de la novela consiste en acudir a una prostituta todos los jueves por la tarde. El problema que lo obliga a recurrir a un servicio de acompañantes es que desde hace un tiempo nota que no recibe tantas miradas como antes y que quizá ya no es un hombre atractivo, seductor y mujeriego. En el pasado el sexo “ha sido la columna vertebral de su vida” (p.14) y de hecho su nombre, Lurie, remite a la palabra lure, que en inglés significa “tentar”. Sin embargo, Lurie empieza a sentir en un momento dado que ya no le resulta tan fácil conquistar a una mujer y que “se convirtió en una presencia fantasmal” (p.15) para ellas.
El declive de su vida sexual coincide con la toma de conciencia del paso del tiempo. En mucho más de un aspecto, Lurie se siente extemporáneo desfasado con respecto a los tiempos que corren. La persecución de Melanie, su alumna mucho más joven que él, se convierte en un último intento de vivir una pasión desenfrenada. No obstante, la fantasía de estar seduciendo a una muchacha convive con la conciencia de que se trata de algo inapropiado, especialmente porque en los momentos en los que Lurie intenta seducir a Melanie él toma conciencia de su edad. Por ejemplo, durante la cena en la casa de Lurie, este se pregunta: “¿Seguirán enamorándose los jóvenes, o ese es un mecanismo obsoleto a estas alturas, algo innecesario, pintoresco, similar a las locomotoras de vapor?” (p.21). De pronto cae en cuenta de la distancia que los separa y no está seguro de comprender los códigos de los jóvenes. De todas formas, porque Lurie es un narcisista, sus preocupaciones no calan demasiado profundo y él sigue adelante mostrándole a la joven un video de hace veinticinco años, recitando un poema de Shakespeare e incluso enviando un ramo de claveles con la intención de enamorarla. Evidentemente no comprende la naturaleza de su relación.
La doble conciencia que manifiesta Lurie al momento de justificar sus acciones y a la vez comprender, en cierta medida, lo inapropiado de su comportamiento, resulta clara en el intercambio que tiene con Rosalind. Ella cuestiona las decisiones que ha tomado Lurie a las que califica de vergonzosas. Si bien Lurie continúa imperturbable ante ella, en su interior piensa:
Tal vez los jóvenes tengan todo el derecho del mundo a vivir protegidos del espectáculo que dan sus mayores cuando están inmersos en los espasmos de la pasión. A fin de cuentas, para eso están las putas: para hacer de tripas corazón y aguantar los momentos de éxtasis de los que ya no tienen derecho al amor (p.59).
En definitiva, para Lurie envejecer es vergonzoso y degradante. Por ejemplo, agradece que en el periódico en el que reportan el ataque que sufren él y Lucy no aparezca su nombre completo y más detalles sobre su persona porque en el artículo se refieren a él como “el anciano padre” (p.147). Asimismo, se siente sumamente frustrado cuando su hija le habla como si fuera un anciano o un niño cuando él intenta acercarse a ella tras el ataque. Asimismo, cuando accede a tener sexo con Bev a pesar de encontrarla desprovista de cualquier atractivo, Lurie describe su situación como “bancarrota” (p.188).
Finalmente, la relación entre Lurie y el paso del tiempo es ambigua porque, si bien se resiste a la idea de envejecer, también se apoya en su edad para justificar su falta de disposición para el cambio. Sin duda, Lurie no desea cambiar, pero cuando alguien sugiere un cambio, Lurie sostiene que ya es muy viejo para ello: “Su temperamento ya no va a cambiar: es demasiado viejo. Su temperamento ya está cuajado, es inamovible. Primero el cráneo, luego el temperamento: las dos partes más duras del cuerpo” (p.8). La indisposición para el cambio es recurrente en la obra, no obstante, las experiencias por las que atraviesa Lurie efectivamente transforman su temperamento. De los cambios más significativos que experimenta es la aceptación de su nueva condición de abuelo. Cuando acepta la decisión de Lucy de tener a su hijo, Lurie se reconcilia en parte con su edad y su nuevo rol.
La alteridad
A lo largo de la novela es posible apreciar la sensación de alienación que experimenta el protagonista. Lurie se siente ajeno a la nueva realidad de su universidad, ajeno al mundo de las mujeres, ajeno al campo y ajeno a la nueva Sudáfrica post apartheid. Una de las luchas de Lurie es lidiar con su incomprensión de aquellos que constituyen un “otro” para él. Podemos identificar las siguientes dicotomías a través de las cuales se explora el tema de la alteridad: campo/ciudad, mujeres/hombres, blancos/negros, civilización/barbarie, amo/sirviente.
Lurie es un hombre de ciudad. Su formación, estilo de vida y costumbres son citadinas. Cuando llega a la casa de su hija su visión inicial coincide con la idealización del campo. En una de sus caminatas por los alrededores de la granja de Lucy, unos niños le devuelven el saludo a Lurie e inmediatamente él piensa: “Modales de campo. Ciudad del Cabo empieza a desaparecer engullida por el pasado” (p.85). Lurie asocia al campo con el pasado y a la ciudad con lo moderno y en un principio idealiza lo primero. Sin embargo, es en el campo donde se va a enfrentar a los cambios profundos que se viven en Sudáfrica y Lurie va a descubrir que su visión del campo es inexacta e ingenua. Por otra parte, la dicotomía campo/ciudad es también lo que lo aleja en cierta medida de su hija. Lurie se pregunta cómo es posible que “su madre y él, los dos gente de ciudad, intelectuales, hayan engendrado este paso atrás, a esta joven y recia colona” (p.81). Lucy le resulta enigmática a Lurie, no comprende su amor por la granja y considera que debe tratarse de una fase que algún rato va a superar. La visión que tiene Lurie del “otro”, del campesino, es por momentos negativa, ya que la asocia con el atraso y con un mero capricho de su hija.
Luego, vemos que otra cuestión que aliena a padre e hija es la visión contrastante de los hombres y las mujeres. Lurie no se ha mostrado empático con las mujeres con las que trata: acosa a Soraya, abusa de Melanie, y en ningún momento es capaz de reparar en los deseos de las mujeres, como cuando ni siquiera se pregunta por la satisfacción sexual de Melanie en su primer encuentro en el que el sexo es tan breve que no llegan a desnudarse del todo.
Durante la convivencia con su hija, Lurie no se va a mostrar capaz de empatizar y comprender a Lucy ni tampoco de respetar sus decisiones y el modo en que ella lidia con su propio trauma. En parte, esto es así porque para él las mujeres son un “otro”. Por ejemplo, Lurie mismo cae en la cuenta de que, si bien es capaz de ponerse en el lugar de los tres hombres que violan a su hija, no está seguro de poder ponerse en el lugar de la mujer. Luego de la violación de Lucy, Lurie se siente aún más alienado: “La menstruación, el parto, la violación y sus consecuencias: asuntos de sangre, la carga cuyo peso ha de soportar la mujer, el recinto mismo de la mujer. Se pregunta, y no es la primera vez, si las mujeres no serían más felices viviendo en comunidades exclusivamente femeninas” (p.132). Asimismo, Bev y Lucy aportan a la sensación de separación al marcar que las mujeres son más adaptables y “tienen una asombrosa capacidad para perdonar” (p.90), son esencialmente distintas al hombre.
Luego, la novela explora la alteridad a través de la representación de las tensiones raciales que se viven en Sudáfrica en ese momento histórico. En este sentido, Lurie y Lucy tienen modos muy distintos de lidiar con las diferencias culturales entre blancos y negros. Lucy desea mirar al futuro y borrar las barreras que dividen a unos y otros. La venta de parte del terreno y su decisión de seguir adelante con el embarazo y ser la concubina de Petrus simbolizan la voluntad de Lucy por desdibujar las barreras raciales. Por el contrario, Lurie no consigue congeniar con la idea de que las fronteras que dividían a negros y blancos dejen de existir sobre todo luego del ataque que sufren él y su hija. Por ejemplo, no se encuentra a gusto con la palabra “vecino” para referirse a Petrus y considera que viven muy cerca de él: “Es como compartir la casa con desconocidos compartir los ruidos, los olores” (p.161) Al reparar en los olores y los ruidos, en realidad Lurie apunta a las formas y las costumbres que para él son ajenas y las prefiere así. Además, a Lurie le inquieta que las relaciones entre quien ostenta el poder y quien se somete a él ya no estén tan claros. En un principio lo toma como un juego y considera que es una forma de “picantez histórica” (p.99) que sea Lurie quien trabaja para Petrus, pero luego la inversión de la dinámica entre amo/sirviente se va a tornar más seria cuando Lurie se siente frustrado de no poder hacer nada con Petrus porque ya no es alguien a quien puede despedir o “enseñarle cuál es su sitio en el mundo” (p.256).
La separación entre “nosotros” y “ellos” aparecen representada con claridad en la discusión entre Lurie y Petrus en torno al posible “casamiento” de Lucy con el mismo Petrus o con Pollux. Petrus le explica a Lurie cómo son las cosas en ese territorio y como Lucy necesita casarse para evitar cualquier otro peligro. Lurie, en cambio, desea explicarle que esa alternativa no es concebible en su propia cosmovisión. Acá Lurie marca una clara división entre Petrus y él cuando piensa: “Nosotros: a punto está de decir nosotros, los occidentales” (p.250). Esta sensación de pertenecer a una cultura totalmente distinta a la de Petrus a pesar de ser parte del mismo país se entronca con su condición de intelectual de ciudad y hombre blanco cuya educación es europea, como cuando no entiende las palabras de los asaltantes y repara en que su conocimiento del francés y el italiano de nada le sirven en “lo más tenebroso de África” (p.154).
Lurie representa el lugar central y privilegiado de la figura masculina blanca en Sudáfrica, pero aparecer constantemente marginado por su incomprensión del “otro”, especialmente porque corren tiempos en los que los roles de “nosotros” y “ellos” se encuentran en un momento de crisis y redefinición. Finalmente, Lurie pierde todos los privilegios asociados a su género y su origen étnico y pasa a ocupar un lugar auténticamente marginal, se convierte en ese “otro”, en el “hombre-perro”.
El lenguaje
Las ideas de Lurie, profesor universitario en la Facultad de Comunicación de la Universidad Técnica de Ciudad del Cabo, poco tienen que ver con las que aparecen en los manuales de la universidad. Para él, el lenguaje no tiene por finalidad “comunicarnos unos a otros nuestros pensamientos, sentimientos e intenciones. Su opinión, por más que no la airee, es que el origen del habla radica en la canción, y el origen de la canción, en la necesidad de llenar por medio del sonido la inmensidad y el vacío del alma humana” (p.10). Aun así, paradójicamente, Lurie tiene un grado de obsesión por la precisión en el lenguaje. Muchas veces corrige el uso de tal o cual palabra reparando en la implicancia de utilizarlas en determinado contexto. Por ejemplo, en su conversación por teléfono con Soraya, la prostituta, ella le pide que no vuelva a llamar a su casa. En su mente, sin embargo, Lurie corrige a Soraya porque comprende que en realidad la palabra precisa sería “exigir” y no "pedir", ya que en su tono hay una seria advertencia.
Luego, varias veces Lurie recurre a palabras del afrikáans o del alemán para definir con precisión algunas de sus experiencias. Por ejemplo, cuando quiere dar cuenta de lo que hace verdaderamente Bev en la clínica, la única palabra que le parece adecuada es Lösung en alemán, una lengua que él considera que siempre tiene maneras de expresar “apropiadas y nítidas abstracciones” (p.178).
Por otra parte, el lenguaje se vincula al tema de la alteridad porque muestra algunos de los modos en los que Lurie se siente aislado o ajeno a la cultura que lo rodea mientras vive en el campo con Lucy. Más de una vez escucha a otras personas comunicarse en xhosa y sotho, lenguas locales que él no conoce. Asimismo, durante el asalto en la casa de Lucy, Lurie escucha a los asaltantes hablar en un idioma desconocido para él que lo lleva a reparar en la inutilidad de saber francés e italiano en “lo más tenebroso de África” (p.157).
Además, Lurie reconoce que el inglés, único idioma en el que él se puede comunicar con alguien como Petrus, por ejemplo, no es adecuado. No desea conocer la historia de Petrus porque sabe que Petrus tendría que narrársela en inglés, un idioma que le es en cierta medida ajeno y que no puede expresar verdaderamente sus experiencias. Esto piensa Lurie sobre el inglés, su lengua materna:
Cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica. Hay trechos del código lingüístico inglés, frases enteras que hace tiempo se han atrofiado, han perdido sus articulaciones, su capacidad articulatoria, sus posibilidades de articularse. Como un dinosaurio que expira hundido en el fango, la lengua se ha quedado envarada. Comprimida en el molde del inglés, la historia de Petrus saldría artrítica, antañona (p.149).
Sabemos que Lurie mismo es considerado un remanente del pasado, y el lenguaje es comparado con un dinosaurio. El lenguaje de los opresores así como los hombres blancos que ocupan el lugar de privilegio se está desplazando hacia a los márgenes y, en el contexto de cambio de Sudáfrica, ni Lurie ni el inglés son los medios adecuados para reflejar lo que sucede en el país.