Durante su vida, Harold Pinter acumuló una fama considerable, así como la aclamación de la crítica. En una introducción a la colección The Cambridge Companion to Harold Pinter (2001), el académico Peter Raby explica que Pinter ha sido, según las estadísticas, uno de los dramaturgos más conocidos y más representados del mundo contemporáneo. Su fama y status no hicieron más que consolidarse al recibir el Premio Nobel de Literatura en el año 2005.
El Premio Nobel de Literatura ha sido considerado el premio más codiciado y prestigioso otorgado a un escritor vivo. Cada año, los dieciocho miembros de la Academia Sueca seleccionan a un destinatario y proporcionan una breve cita o explicación que justifica su elección. En el caso de Pinter, la cita de la Academia Sueca afirma que las obras de Pinter “descubren el precipicio bajo el parloteo cotidiano y obligan a entrar en las habitaciones cerradas de la opresión” (“his plays uncovers the precipice under everyday prattle and forces entry into oppression’s closed rooms”, 2005). Esta breve pero potente declaración requiere un poco de análisis. Hacerlo nos permitirá comprender un poco mejor las formas en las que Traición es una obra ejemplar del estilo característico de Pinter.
Un buen modo de comenzar este análisis es desglosar la cita en dos partes. En principio, cuando la Academia expresa que Pinter “descubre el precipicio bajo el parloteo cotidiano”, lo que hace es destacar su habilidad para dramatizar las dificultades inherentes a las relaciones humanas a través de las interacciones -en apariencia, triviales y cotidianas- que se producen entre sus personajes. La idea del precipicio cubre con un manto de peligro y oscuridad estos vínculos, y transmite que Pinter no ofrece una visión positiva acerca de la sociedad. Esto es especialmente evidente en Traición, una obra en la que hasta los pequeños silencios que interrumpen las conversaciones dejan entrever oscuras formas de violencia, insatisfacción, deslealtades, culpas y arrepentimientos. Así, el odio y la pasión siempre acechan detrás de diálogos que, de otro modo, podrían parecer planos o sin incidentes.
Ahora bien, Pinter nunca se interesó por la psicología de los personajes como una realidad externa o atomizada, separada del mundo interior. Por el contrario, este precipicio que asoma bajo las presuntas banalidades de una conversación es la consecuencia de un mundo opresivo y violento, que encarcela a los hombres y condiciona sus formas de relacionarse. Es por eso que la Academia observa que su obra nos “obliga a entrar en los espacios cerrados de la opresión”. El mundo pinteriano es un mundo repleto de instituciones opresivas, represivas, y, como contracara, transgresiones y controversias. En Traición, como vemos, es la propia familia lo que se configura como una institución que reprime las pasiones y deseos de los individuos, arrastrándolos a relaciones sin amor, que se sostienen hipócritamente con el único objetivo de mantener las apariencias. Así, lejos de propiciar el amor y el cuidado, el matrimonio parece sofocarlos y, con ello, se ofrece como el caldo de cultivo para la deslealtad y la mentira.
Quizá sea por esta capacidad de dejar entrever, mediante diálogos en apariencia superficiales, el lado más oscuro del ser humano, lo que ha congratulado a Harold Pinter, quien murió apenas tres años después de recibir el Premio Nobel. Casi veinte años más tarde, su influencia en el campo literario, teatral y cinematográfico sigue intacta, y Traición continúa siendo una obra que muestra al maestro en la cima de su talento.