Resumen
Capítulo VI
Durante el viaje a Guinea, el barco es afectado por dos tempestades y queda encallado en un banco de arena. La tripulación trata de escapar en una canoa, pero esta tampoco resiste la tempestad y termina naufragando. Todos los marineros mueren, salvo Robinson, quien llega hasta la costa de una isla. Esa noche, Robinson duerme sobre un árbol, por temor a los animales y las tribus salvajes.
Capítulo VII
El narrador descubre que, de permanecer en el barco, la tripulación estaría viva, ya que al bajar la marea nota que este permanece a flote. Robinson improvisa una balsa y aborda once veces el barco para rescatar todos los suministros posibles (alimento, armas, maderas, herramientas, telas y metales) y llevarlos a la isla. Luego, se dedica a armar una tienda. En todos esos días, se percata de que es el único habitante de la isla.
Capítulo VIII
Robinson traslada su tienda para estar mejor protegido, la ubica en una llanura al pie de una elevación y le construye un muro alrededor, razón por la cual requiere de una escalera para acceder. Construir el refugio le toma semanas, tiempo en el que su estado de ánimo varía de la tristeza al agradecimiento. El narrador advierte que va a contar de manera ordenada su estadía en la isla y se remonta al día de su llegada, el 30 de septiembre. Para poder contar el paso del tiempo, Robinson crea un calendario mediante el trazado de rayas en un poste de madera. Luego, relata que rescató del barco dos gatos y un perro, tres Biblias, papel y pluma para escribir. La construcción de su hogar le resulta dificultosa por la falta de herramientas óptimas; aun así, logra escarbar una roca para crear una pequeña cueva en la que pone estantes, una mesa y una silla. Una vez instalado en su refugio amueblado, comienza a escribir su diario. Los siguientes capítulos se presentan como extractos del mismo.
Capítulo IX
El diario detalla sus actividades día por día: el momento en que alza la tienda, cuando cava la roca de atrás para generar la cueva, la construcción de herramientas de madera, el ensanchamiento de la cueva y el posterior desprendimiento del techo, que lo obliga a apuntalarlo con maderas a modo de columnas. También describe la colocación de muebles y, posteriormente, la creación de la muralla protectora.
Capítulo X
El capítulo continúa con los extractos del diario. Cuenta cómo Robinson hace velas y describe también la siembra accidental de unos granos que crecen en la isla y le demuestran al protagonista que puede llegar a cultivar trigo y arroz. Además, Robinson cuenta sobre un temblor que produce un gran temporal y lo obliga a construir un canal para que su casa no se inunde. Con la intención de mover su refugio de lugar, Robinson crea un afilador y luego afila todas sus herramientas. Sin embargo, antes de mudarse, descubre que la tormenta acercó restos del barco a la costa y se aboca a sacar provisiones y partes de la embarcación. El capítulo termina relatando el primer encuentro de Robinson con una tortuga en la isla.
Capítulo XI
El narrador continúa con los extractos del diario. En este capítulo se aborda un periodo en el que Robinson se enferma y padece fiebre y dolores de cabeza. Una noche, sueña con un hombre que baja del cielo y le anuncia que por la falta de arrepentimiento está condenado a la muerte. Aun enfermo, Crusoe experimenta con el tabaco como remedio. Levemente mejor, se entrega a la lectura de la Biblia, actividad que le da un gran consuelo y que convierte en una rutina para el resto de su vida.
Capítulo XII
Este capítulo es el último dedicado a los extractos del diario y abarca las exploraciones de Robinson por la isla y su descubrimiento de un sector más fértil, en donde hay tabaco verde, frutos, y agua fresca. El colono considera la posibilidad de mudarse a aquel valle, pero prefiere quedarse cerca de la costa por si aparecen barcos. Aun así, crea una segunda tienda a la que llama casa de campo, y vive de manera intermitente en ambos lugares. Robinson cumple un año de estadía en la isla y celebra solemnemente el aniversario con un ayuno, actividad que transforma en un ritual anual. Crusoe decide escribir solamente lo más importante en su diario, ya que se le acaba la tinta.
Análisis
Tras escaparse de sus captores en Marruecos, Robinson llega a Brasil, donde se convierte en capataz de una plantación de azúcar que utiliza mano de obra esclava. Si bien abordaremos la cuestión de la perspectiva eurocéntrica en mayor profundidad a partir de la cuarta sección de la guía, cabe mencionar en este momento hasta qué punto Robinson representa el modo de observar y comprender el mundo de las potencias coloniales europeas; para él, Europa (y especialmente Inglaterra) representan los ideales de excelencia y de progreso con los que se debe juzgar al resto de culturas y, en este sentido, las vidas humanas tienen un valor según su procedencia. En el siguiente apartado encontramos un ejemplo de ello. Cuando se instala en Brasil, Robinson indica:
Todas mis mercancías eran de fabricación inglesa, paños, tejidos y otras cosas muy solicitadas en Brasil, por lo cual logré muy buena venta con ellas y cuadripliqué el valor de mi primer cargamento; así pude mejorar mi plantación mucho más que mi vecino, ya que empecé por comprar un esclavo negro y alquilé un servidor europeo, además del que el capitán me había traído de Lisboa (p. 36).
Aquí, el valor que se atribuye a la vida según el color de piel y la etnia queda claro: los negros africanos pueden comprarse como mercancías, mientras que los blancos europeos se alquilan como servidores, por un tiempo determinado y con determinadas garantías que los primeros no poseen. En ningún momento Robinson problematiza moralmente el comercio de seres humanos, sino todo lo contrario: lo da como un hecho natural, y él mismo emprende un viaje a África para comprar más esclavos para sus plantaciones y las de sus vecinos. Es durante este viaje que su barco naufraga y él se convierte en el único sobreviviente.
Crusoe se vuelve un colono de la isla; en los primeros días, se preocupa por recuperar del barco destruido todos los objetos que puedan serle útiles para sobrevivir en su nueva realidad. Como veremos a lo largo de toda la novela, el protagonista solo está interesado por aquello que puede serle útil. En el primer reconocimiento que realiza de la fauna, por ejemplo, indica lo siguiente:
También reconocí que la isla en que me hallaba encerrado estaba sin cultivar, todo me llevaba a suponer que no tenía habitantes, excepto, tal vez, animales feroces; sin embargo, yo no veía ninguno, pero sí gran cantidad de aves cuya especie desconocía, como también el uso que pudiera hacer de ellas una vez que las hubiera cazado (...) [;] en cuanto al pájaro que había matado, lo tomé por una especie de gavilán, ya que su color y pico se le asemejaban a aquel, aunque no los espolones ni las garras; su carne, de un olor fuerte, no era comestible (p. 50).
Esta forma de pensar del narrador coincide con el utilitarismo propio del capitalismo en auge durante los siglos XVII y XVIII. El hombre económico -sobre el que profundizaremos en la siguiente sección- se enfoca en aquello que puede utilizar de su entorno para generar mercancías y riquezas. Formado en esa mirada, Robinson contempla la isla preocupado por descubrir todo aquello que puede serle útil, no solo para su supervivencia sino también para su comodidad. Desde que acepta su nueva realidad, se esfuerza por recrear su estilo de vida europeo. Para ello, una de las primeras preocupaciones que experimenta es la de no perder la noción del tiempo, por lo que diseña un calendario y decide escribir un diario mientras tenga tinta y papel. Estas dos son las primeras tareas notables con las que el narrador demuestra su deseo de replicar el sentido del tiempo y la división de las jornadas propios de la cultura occidental moderna:
Al quinto día de mi aparición en la isla, pensé que perdería el cálculo del tiempo, por carecer de cuadernos, pluma y tinta; y que no podría distinguir los domingos de los días de labor, si no remediaba ese asunto. Para evitar tal confusión, erigí junto a la playa, en el punto en que había pisado tierra por primera vez, un gran poste cuadrado en el cual tracé esta inscripción: “abordé aquí el 30 de septiembre de 1659”. A los costados del poste marqué, cada día, una muesca; cada siete días una de doble tamaño; y el primer día de cada mes, otra que sobresalía el doble de la del séptimo día, y de ese modo tuve ya un calendario, es decir, mi cálculo de semanas, meses y años (pp. 60-61).
Una vez que Robinson recrea el calendario y puede llevar la cuenta de los días, se preocupa por la estructuración de la jornada, enfocándose siempre en la productividad:
La mañana del día 4 me fijé una regla que consideré como deber cumplir cada día en lo sucesivo, la de distribuir el tiempo para trabajar, para pasear con la escopeta, para dormir y para mis pequeñas diversiones. Ordené las cosas del siguiente modo: por la mañana, salía con la escopeta durante dos o tres horas, si no llovía; luego trabajaba hasta las once, aproximadamente; después copia lo que la Providencia y mi manufactura me deparaban. Al mediodía me acostaba a dormir hasta las dos, porque a esa hora el calor era excesivo; por último, volvía a trabajar hasta el anochecer (p. 65).
Una vez más, queda claro que Robinson aplica a sus días la estructura temporal que ritma la vida de las grandes ciudades: fija un tiempo para trabajar, otro para explorar la isla y seguir descubriendo cómo sacarle provecho a la naturaleza y, finalmente, un tiempo para su propio entretenimiento y recreación. Estructurar el tiempo es el primer gesto con el que el narrador intenta domesticar la naturaleza salvaje y someterla a los esquemas de la civilización occidental; calendarizar la vida, como gesto ritual, simboliza la fundación de un tiempo en el que Robinson puede existir sin perder su identidad y sus costumbres.
Los capítulos IX a XII recuperan la información que Robinson consigna en su diario los primeros años en la isla, mientras tiene suministros de papel y de tinta. Las notas del diario aproximan la novela al género epistolar, abundante en reflexiones íntimas que se orientan hacia la comprensión del estado psicológico interno del personaje. En este sentido, los pasajes del diario de Robinson acercan la psicología del personaje a sus lectores y, al mismo tiempo, permiten a la narración detenerse en los pormenores de los primeros meses en la isla, que son los más intensos e importantes para la construcción de una morada y para establecer las rutinas que luego se repetirán en los años siguientes.
Si en los primeros capítulos del libro la fatalidad está presente como una fuerza que empuja al protagonista hacia su desgracia, una vez en la isla esta vacancia simbólica pasa a ser ocupada por la Providencia. Este concepto, común durante toda la modernidad, implica la creencia en una potencia divina que gobierna el universo y presta socorro a la humanidad. La creencia en la Providencia implica una concepción de Dios que no es solo creador del mundo, sino que obra sobre su creación de forma constante para provecho de las personas. Si bien al principio se lamenta por su suerte, el narrador comprende rápidamente que es un milagro haber sobrevivido y agradece a la Providencia por haberlo salvado de una muerte segura durante el naufragio de su barco, y por haberlo depositado en una isla fértil y libre de amenazas o peligros. Mediante la Providencia, Robinson puede justificar su destino y cambiar la perspectiva que tiene sobre la vida que le ha tocado en suerte: gracias al simple hecho de estar vivo y poder trabajar para proveer todo lo que necesita, la mirada de Robinson sobre su realidad se vuelve positiva. De sus años en la isla, Robinson aprende lo siguiente: “Reflexionando acerca de todo lo sucedido, deduje de ello una consecuencia indiscutiblemente cierta y es que no hay en la vida condición tan miserable en que no exista algo positivo o negativo que haya de mirarse como un favor de la Providencia” (p. 62).
En estos primeros capítulos de la novela, la creencia en la Providencia demuestra que Robinson es un sujeto religioso -en tanto que cree en Dios- pero que no está comprometido con la religión institucionalizada y no es un ferviente practicante de ninguna de las doctrinas cristianas. Sin embargo, tras una terrible fiebre que sufre en la isla y que lo deja postrado durante semanas, experimenta un renacer espiritual y se acerca a la religión. La Biblia es el único libro que ha podido rescatar del naufragio y se convierte en la pauta rectora de su nuevo ser. De su lectura, lo primero que comprende Robinson es que la vida que ha llevado hasta ese momento está llena de pecado:
La mañana del 4 de julio, tomé la Biblia y empecé el Nuevo Testamento. Lo leía detenidamente, dedicando mañana y noche a esto, sin interesarme por algunos capítulos, sino según mi estado espiritual. Al poco tiempo de practicar ese ejercicio, sentí en mi corazón un pesar más profundo y sincero por mis culpas pasadas; se despertó la impresión de mi sueño y me conmovían sobre todo estas palabras: “Al ver tantas señales, no te has arrepentido (p. 83).
A partir de los preceptos religiosos contenidos en las Sagradas Escrituras, toda la vida de Robinson toma otro sentido: el náufrago ya no sufre tanto el aislamiento físico, sino que se preocupa por la rehabilitación de su naturaleza espiritual, como lo expresa en el siguiente pasaje:
—Jesús, hijo de David, príncipe y salvador, que fuiste creado para el arrepentimiento, dámelo a mí. (...) A partir de ese minuto, el pasaje: “Invócame y yo te liberaré” me pareció encerrar un sentido que aún no había encontrado; porque, antes, no tenía otra idea de liberación que la de quedar exento del cautiverio en que estaba detenido, es decir, salir de la isla que, por enorme que fuese, no dejaba de ser un lugar de encierro para mí, y de los más terribles; pero hoy me veo iluminado por una luz nueva, aprendo a interpretar de otra manera las palabras que había leído: ahora repaso con horror una vida culpable, la imagen de mis crímenes me inspira espanto y no pido a Dios sino que libre mi alma de un peso bajo el cual gime. En cuanto a mi vida solitaria, ya no me aflige; ya no pido siquiera a Dios que me libre de ella; ni en ella pienso, y ninguno de los otros males me afecta nada en comparación con este (p. 83).
La lectura terapéutica de la Biblia le restituye a Robinson su humanidad. La experiencia religiosa que sufre en la isla puede asociarse a la expresión calvinista del cristianismo: esta institución religiosa propone la lectura personal y directa de los evangelios, sin la intermediación del sacerdote propia del catolicismo, como vía de comunicación con Dios. Además, los calvinistas creen en la predestinación divina, en la austeridad y el esfuerzo personal, dos cualidades que llevan a Robinson a crear en la isla las condiciones necesarias para vivir con holgura. En verdad, todo el trabajo que realiza el narrador para domesticar la naturaleza salvaje y generar riquezas en la isla es un ejemplo fiel de la ética puritana que llevó a los países protestantes al dominio capitalista del mundo. En la sección siguiente veremos cómo los valores religiosos y morales de Robinson son una muestra de la fe en el progreso moral y económico del hombre característicos de la Ilustración e impulsores del capitalismo moderno.