Nuestra parte de noche

Nuestra parte de noche El terror gótico latinoamericano

El terror gótico nace a finales del siglo XVIII en Inglaterra. El castillo de Otranto, novela de Horace Warpole publicada en 1764, es considerada la primera novela de este género literario que, en el siglo XIX, gracias a obras de la talla de Frankestein, de Mary Shelley; Drácula, de Bram Stoker, y Canción de Navidad, de Charles Dickens, trasciende las fronteras y llega a toda Europa y Norteamérica.

El terror gótico es prácticamente contemporáneo al romanticismo y comparte varias de sus características. En ambos géneros, se privilegia la emoción por sobre la razón, hay una gran fascinación por lo sublime y lo desmedido, y lo sobrenatural se presenta como una fuerza magnética que atrapa a los personajes. Mansiones embrujadas, fantasmas, muertes truculentas y familias oscuras que esconden tenebrosos secretos son algunos de los motivos típicos de este género que, con su llegada al cine en el siglo XX, encuentra la apoteosis de su popularidad.

Tal como su nombre lo indica, el terror gótico latinoamericano es una adaptación de este género europeo. Sus primeras obras se remontan a las décadas de 1920 y 1930. La novela La amortajada (1938), de la autora chilena María Luisa Bombal, que trata temas como el aborto y el terror social; los cuentos de los autores uruguayos Horacio Quiroga y Armonía Somers, en los que abundan las familias crueles, la locura, las muertes trágicas y la fascinación por lo oscuro, y los cuentos de Silvina Ocampo, plagados de niños crueles y fantasmagóricos, así como de venganzas atravesadas por las diferencias de clase social, son algunos ejemplos destacados de este género que Latinoamérica adoptó y adaptó en el siglo XX.

Ahora bien, ¿qué diferencias hay entre el terror gótico clásico y su subgénero, el terror gótico latinoamericano? En primer lugar, por supuesto, la locación. En el terror gótico latinoamericano hay mansiones e iglesias, pero sobre todo hay naturaleza: el mal y el horror viven en la selva, en las montañas de los Andes, en los ríos y los manglares. Y, en segundo lugar, ambos géneros se diferencian por la importancia que les dan a las problemáticas sociopolíticas. El terror gótico europeo (y también el norteamericano), en general, está al margen de los conflictos sociales. El mal surge en la mente de sujetos macabros y se instala en el ámbito privado, dentro de las familias. Por el contrario, en el terror gótico latinoamericano, el mal es un producto que nace a partir de las problemáticas políticas y sociales.

Esto es lo que en el siglo XXI, tras algunas décadas en las que este subgénero entró prácticamente en desuso, recuperaron y explotaron al máximo autores y autoras como Mariana Enríquez. La expansión del terror gótico latinoamericano en las últimas dos décadas se explica en gran parte por la fusión entre ficción y realidad sociopolítica. Tierra fresca de su tumba (2021), el volumen de cuentos de la autora boliviana Giovanna Rivero, fusiona la misoginia idiosincrática de la sociedad andina con la figura arquetípica del terror de “la mujer loca”; Sacrificios humanos (2021), de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero, también toma la locura como tópico, pero la fusiona con la problemática de la inmigración; Distancia de rescate (2014), de la argentina Samantha Schweblin, aborda la crisis ambiental a través de la figura de un niño fantasma que murió por tener contacto con el glifosato. Como hemos visto a lo largo de este análisis, Mariana Enríquez, en Nuestra parte de noche (2019), la novela más exitosa de este subgénero, fusiona el terror con el terrorismo de Estado de la última dictadura argentina.

Si elaboráramos una lista con los tópicos y motivos del terror gótico clásico, probablemente encontraríamos que cada uno de ellos encuentra su forma en Nuestra parte de noche: hay una mansión, hay fantasmas, hay familias oscuras, hay locura, hay muertes truculentas. Por otro lado, la selva misionera, con su espesor y su salvajismo, reemplaza los jardines europeos abandonados; y el mal como un instrumento del Estado reemplaza al que nace en la mente del sujeto macabro. Las formas típicas del terror gótico latinoamericano, por su parte, abundan dentro de la novela. Podrá discutirse su calidad y originalidad, podrá decirse que hay escenas que ya se han visto en otras obras (tanto literarias como fílmicas), pero esta combinación entre lo clásico y lo nuevo, entre la ficción y la realidad, entre lo europeo y lo latinoamericano (lo argentino, más específicamente), ha resultado infalible en términos de mercado. De la mano de Enríquez, el gótico, aquel género que doscientos cincuenta años atrás nació en la Londres industrial, y cincuenta años después comenzó a leerse en Latinoamérica, en el siglo XXI ha vuelto al viejo continente para ocupar las portadas de los suplementos culturales. ¿Genialidad u oportunismo? ¿Adaptación o mera copia? ¿Novedad o fórmula? Cada lector tendrá sus respuestas a estas preguntas, pero, mientras tanto, Nuestra parte de noche, nuestra oscuridad latinoamericana, se vuelve parte de la noche de más y más lectores de todos los países del mundo.

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