“Las condiciones en que se desliza la vida actual hacen a la mayoría de la gente opaca y sin interés. Hoy, a casi nadie le ocurre algo digno de ser contado. La generalidad de los hombres nadamos en el océano de la vulgaridad. Ni nuestros amores, ni nuestras aventuras, ni nuestros pensamientos tienen bastante interés para ser comunicados a los demás, a no ser que se exageren y se transformen. La sociedad va uniformando la vida, las ideas, las aspiraciones de todos".
De esta manera comienza la novela, estableciendo un tono crítico hacia la sociedad contemporánea, sugiriendo que la vida actual ha vuelto a la mayoría de las personas mundanas y carentes de experiencias significativas. El narrador reflexiona sobre la falta de eventos interesantes y la uniformidad que impone la sociedad a las vidas individuales. Aquí, la crítica social se manifiesta en la observación de cómo la cotidianidad y la conformidad han empañado la singularidad de las vidas. Se sugiere que las experiencias humanas, como amores, aventuras y pensamientos, han perdido su profundidad y autenticidad en la uniformidad impuesta por la sociedad. La narrativa, desde el principio, presenta una perspectiva crítica hacia la homogeneización de la vida moderna.
“Nuestra aventura fue muy sonada en Lúzaro; todo el mundo se enteró, y hubo que pagar el Cachalote a Zapiain, el relojero y corredor de comercio.
Para nosotros no era cosa de avergonzarnos; los chicos nos admiraban. Yo conté de mil maneras distintas las impresiones que se experimentaban en la cueva del Izarra y demostré que en ella no había nada maravilloso, sino restos del paso de contrabandistas.
Mi abuela y mi madre no quisieron, sin duda, dejarme envanecer con esta aura popular, y después de los exámenes en la Escuela de Náutica, me entregaron en manos de don Ciríaco Andonaegui, capitán de una fragata de la derrota de Cádiz a Filipinas y de Filipinas a Cádiz.
Don Ciríaco había comenzado su carrera de marino de la misma manera, con mi abuelo, y era justo hiciese por mí lo que uno de mi familia había hecho por él".
En esta cita, el narrador relata una aventura que tuvo con sus amigos en la cueva del Izarra. La anécdota, aunque vista como algo destacado por los chicos, es interpretada de manera diferente por la familia del narrador. La diferencia en la percepción de la aventura revela la brecha entre la perspectiva de la juventud y la de la generación mayor. La anécdota resalta la dualidad de interpretaciones y cómo las experiencias pueden variar según la edad y la perspectiva social. Además, la entrega del narrador a don Ciríaco Andonaegui para iniciar su carrera marina simboliza el traspaso de experiencias y conocimientos entre generaciones, vinculando el pasado y el presente.
“Como todos los hombres sentimentales que esperan demasiado de las mujeres, he tenido momentos de aborrecer al bello sexo. Don Ciríaco muchas veces me decía, con una exasperación alegre que le era característica:
—Shanti, ten esto en cuenta. De cien mujeres, noventa y nueve son animales de instintos vanidosos y crueles, y la una que queda, que es buena, casi una santa, sirve de pasto para satisfacer la bestialidad y la crueldad de algún hombrecito petulante y farsantuelo. Así nos vamos vengando unos en otros, de la manera más inhumana y estúpida.
Realmente, la naturaleza es pródiga con el hombre egoísta y con la mujer voluble e insensible. Quizá es lo natural en el hombre ser un poco canalla, y en la mujer un poco cruel. Hasta es posible que la bondad y la generosidad sean una anomalía".
Don Ciríaco comparte su visión pesimista sobre las mujeres, generalizando su comportamiento como vanidoso y cruel. Expresa la idea de que la naturaleza ha dotado al hombre de ciertas características negativas, y la mujer, de otras igualmente perjudiciales. La perspectiva de Don Ciríaco destaca un enfoque pesimista y generalizador sobre las relaciones entre hombres y mujeres. La reflexión sobre la naturaleza humana y de género revela un tono crítico hacia la sociedad y las expectativas culturales. Este análisis se enriquece con la exploración de la complejidad de las relaciones sentimentales y cómo los personajes interpretan y responden a las complejidades del amor.
“A veces me preocupa la idea de si alguno de mis hijos tendrá inclinación por ser marino o aventurero.
Pero no, no la tienen, y yo me alegro…, y, sin embargo…
Ya en Lúzaro nadie quiere ser marino; los muchachos de familias acomodadas se hacen ingenieros o médicos. Los vascos se retiran del mar.
¡Oh, gallardas arboladuras! ¡Velas blancas, muy blancas! ¡Fragatas airosas, con su proa levantada y su mascarón en el tajamar! ¡Redondas urcas, veleros bergantines! ¡Qué pena me da el pensar que vais a desaparecer, que ya no os volveré a ver más!
Sí, yo me alegro de que mis hijos no quieran ser marinos…, y, sin embargo…”
De esta manera termina la novela. El narrador expresa su preocupación por la falta de interés de sus hijos por la vida marina, a pesar de su propio amor por la aventura. La nostalgia se manifiesta en la descripción apasionada de los barcos y la tristeza al pensar en su desaparición. La preocupación del narrador refleja la evolución de los valores y aspiraciones a lo largo del tiempo. La disminución del interés por la vida marina simboliza cambios culturales y sociales, así como la pérdida de conexiones con las tradiciones. La dualidad de emociones, el regocijo por la elección de sus hijos y la nostalgia por la desaparición de una forma de vida, agrega complejidad y profundidad al tema de la evolución cultural en la novela.