Resumen
Se hace de día nuevamente. La llanura comienza a prenderse fuego y el viento alimenta las llamas. El fuego avanza velozmente y María le pide a Dios que tenga piedad de ellos y les permita salvarse del incendio. Como Brián sigue sin poder caminar, si las llamas los alcanzan no van a poder escapar de ellas.
Detrás de donde están corre un arroyo profundo. Delante de ellos, avanza el fuego en su dirección. Brián, ya muy debilitado, le dice a María, nuevamente, que huya sin él, que las llamas los alcanzarán pronto. Ella responde que Dios los protegerá y que no los ha olvidado; se salvarán los dos o ninguno. Luego, con una fortaleza increíble, se incorpora y carga el cuerpo moribundo de Brián. Se tira al arroyo y nada con un brazo mientras, con el otro, sostiene a su marido y lo mantiene a flote.
María logra cruzar el arroyo a nado y salvarle la vida a Brián otra vez. El viento se calma en la otra orilla y el fuego detiene su rápido avance por el pajonal. Finalmente, el incendio se apaga a la orilla del arroyo, dejando atrás un rastro negro de destrucción.
Análisis
El incendio del pajonal es un símbolo del poder de la naturaleza, hostil hacia los protagonistas. Una vez que vencieron la amenaza del tigre, la naturaleza los ataca una vez más. En la descripción del incendio, Echeverría dota al fuego de cualidades humanas o animadas: "Ardiendo, sus ojos / relucen, chispean", "Sutil, se difunde / camina, se mueve", "Ella era, y pastales / densos pajonales / cardos y animales / ceniza, humo son". Por medio de esta personificación de la llama, Echeverría construye un nuevo antagonista para los personajes.
En los primeros cantos, la tribu de indios era el antagonista principal, pero esta era descrita con cualidades animalizadas. Es decir, la humanidad de los indios estaba borrada en función de su descripción como parte de la naturaleza y el paisaje que habitaban. En este canto, la personificación del incendio en la llanura opera en sentido inverso: un elemento de la naturaleza cobra características humanas, o animadas, con cierta voluntad propia, con el sentido de establecer claramente la oposición que la naturaleza establece al objetivo de los protagonistas.
En este canto, Echeverría retoma la metáfora del desierto como mar. En el primer canto, el poeta construía el paisaje del desierto por medio de la similitud con el mar: "El Desierto / inconmensurable, abierto (...) / se extiende (...) / como el mar". En esta primera parte, se tomaban algunos aspectos para establecer la comparación, como la vastedad, la extensión y el gran tamaño. En "La quemazón", Echeverría vuelve a hacer uso de esta comparación a fines descriptivos, pero tomando otras cualidades. La llanura en llamas se asemeja a un mar tempestuoso: "melenas encrespadas / de ardiente, agitado mar". Esta imagen, que establece una similitud entre las llamas y las olas del mar, también presenta un oxímoron de sentido: es imposible que el mar se prenda fuego.
El incendio también presagia el trágico final de los protagonistas. Las nubes negras, que hacen que se haga de noche en pleno día, anuncian, en la tradición cristiana, el día del juicio final. La cercanía del apocalipsis y el fin de los días está explicito en el poema, al señalar que las llamas, el humo y el fuego son "signo de calamidad" e "indicio fatal, estupendo, del día tremendo que anunciado está".
Finalmente, se refuerza aquí también el ideal del amor romántico que todo lo puede. María cobra una fuerza increíble para cargar el peso de Brián casi muerto, producida por "la pasión que atesora". Anteriormente, el yo lírico había mencionado la fortaleza mental y emocional de la heroína, así como su coraje. En este canto se le agrega una fuerza física excepcional, no "sujeta a ley humana", que sobreviene ante la amenaza a su amado.