Resumen
Capítulo 7
Conversan dos hermanos del barrio. Tito, el menor, le cuenta a Gabriel que ha tratado de tener sexo con la Gina usando la máscara del Gigante, pero no ha podido porque se apareció una perra amarilla que siempre sigue a la chica. El hermano mayor es dueño de una tienda de revistas y novelas usadas donde se reúnen muchos chicos del barrio, y a veces también van la Gina y el Mudito. Romualdo está allí jugando al futbolín. Gabriel le pide que le devuelva el dinero de su hermano, porque no pudo tener sexo con la chica. Romualdo se niega y los Cuatro Ases, muy amigos de Tito, lo golpean. Se desata una gran pelea; Gabriel, Tito y los Cuatro Ases atacan a Romualdo. Lo tratan de proxeneta y le dicen que se aprovecha de Gina porque ella es "medio tocada del cerebro" (p. 131). Gina y el Mudito también están allí. Ella chilla; le preocupa que se rompa la cabeza del Gigante, pero nadie le presta atención.
Por momentos, el Mudito parece estar dentro del disfraz; otras veces, la cabeza de cartonpiedra parece tener vida propia. Los chicos comienzan a revolear la cabeza por el aire. Iris se asusta porque cree que es el chonchón. Se rompe una oreja de la cabeza y luego Aniceto, uno de los Cuatro Ases, le da una patada en la cara. La cabeza queda reducida a la enorme nariz, que parece un falo. Romualdo desespera porque el disfraz pertenece a sus jefes y perderá el trabajo. Sale corriendo y desaparece por las calles. Más tarde, los otros también salen del negocio, pero antes limpian el desorden de la pelea. Mientras tanto, conversan: uno dice que Gina no entiende lo que pasa cuando tienen sexo con ella, que cree que solo son caricias, y por eso lo llama "hacer nanay".
Capítulo 8
Las siete viejas están en el sótano, donde guardan el secreto del embarazo de Iris. La chica no está bien. La abrigan y la recuestan en la cama. La han encontrado desnuda, tirada en un charco de agua en la entrada de la casa. Cuando toma noción de la situación, se muestra aterrada. Las viejas han elegido un reemplazo para la Brígida, que acaba de morir: es la Damiana, una mujer muy pequeña y con la boca desdentada. Iris llora y Damiana se hace pasar por un bebé para consolarla: se pone un babero y se mete en la cuna que han preparado para el hijo milagroso. Iris le hace upa y luego le da la teta. Damiana chupa el pezón de la chica mientras las viejas se ríen a carcajadas. Luego se orina e Iris la limpia. Cree que es su hija o la muñeca que habla que le han prometido. A partir de ese día, a Damiana las viejas le dicen "la guagua de la Iris" (p. 151). El Mudito, por ser aceptado en ese juego secreto e íntimo, ha anulado su sexo; es una vieja más. Guarda su sexo como ha guardado su voz y cien ejemplares de un libro que ha escrito, reservados en la biblioteca de Jerónimo. Se pregunta qué hará con el cuerpo de Iris después de que nazca el niño. Quiere conservarlo para él mismo y prepara una casita, una cajita de música en forma de chalet suizo. Se propone meter a Iris y a Damiana allí dentro después del parto, para que vivan una existencia de juguete.
Cuando están solas, Damiana le lee los diarios a Iris y le avisa que las otras viejas se aprovechan de ella. Insiste en buscar a Romualdo para que se casen. El Mudito se da cuenta y decide no dejarlas solas nunca más; cree que Damiana quiere quedarse con el bebé. Luego, las viejas se reúnen de nuevo en el sótano. María Benítez, que es meica, prepara una infusión. La narración recuerda que Jerónimo e Inés han tenido un hijo monstruoso; las viejas temen que un hombre tenga sexo con Iris y su hijo también sea un monstruo. El Mudito sabe que muchos han tenido sexo con la chica cuando ya estaba embarazada y, por eso, está seguro de que el niño será, en efecto, un monstruo. Las viejas, por su parte, aseguran que es un milagro, que no hay ningún hombre implicado en el asunto. Dicen que la Brígida ha inventado ese embarazo milagroso. Iris le pide ayuda al Mudito para salir a buscar a Romualdo, porque no quiere quedarse con la Damiana. El Mudito dice que él buscará al padre y luego le confiesa que es él mismo, pero ella no le cree. En la calle, lo golpean los carabineros y no puede volver a entrar en la Casa porque han cerrado el portón.
Capítulo 9
El Mudito, en tono de confesión, le habla a la Madre Benita, que le toma la mano y lo cuida, porque está enfermo después de los golpes de los carabineros. Se ha rajado heridas con una cuchilla para que le tuvieran piedad y no lo torturaran. Lo llevaron a un hospital. Se ha robado algo de la casa de Jerónimo, un ejemplar de su libro. Le fascina ver su nombre, Humberto Peñaloza, impreso en las páginas, porque confirma su propia existencia. Sin embargo, afirma que ya no existe, ya no es. Piensa que en el futuro podrá recuperar los otros noventa y nueve ejemplares de su libro y prenderlos fuego en una llama inmensa que también lo consuma a él.
Ahora, el Mudito se dirige a otro, un ser humano mostruoso, pero al principio no queda claro quién es. El doctor Azula lo ha operado para construirle párpados, injertarle orejas, dibujarle una mandíbula. Este sujeto ha nacido sin rostro a pesar de ser un Azcoitía. El Mudito recuerda haber estado a cargo de cuidarlo hasta los cuatro años en la Rinconada, y haberlo visto en una esquina de la ciudad muchos años después. Se trata del hijo de don Jerónimo, llamado Boy. Humberto ha entrado a su casa para robar el ejemplar de su libro, y por eso lo retienen los carabineros. Boy ha leído el libro, pero no le cree que él sea el autor. Humberto reescribe el prólogo de memoria para demostrárselo. El libro es una biografía de Jerónimo que comienza con el nacimiento de Boy. Al ver sus deformidades, el padre siente el impulso de matarlo, pero no lo hace, sino que le construye una casa en la Rinconada para que viva aislado, aunque con muchas comodidades. Humberto es la única persona que ve al bebé antes de que lo encierren allí. Jerónimo olvida a su hijo y asciende en su carrera política hasta que la abandona y parece desaparecer por completo. Finalmente, muere. El país entero le dedica grandes homenajes. En ese punto termina el prólogo que Humberto reescribe para Boy. Los carabineros lo dejan en libertad. Afuera llueve; quiere volver a la Casa pero se pierde. La ciudad es como un laberinto.
Capítulo 10
Jerónimo se presenta en la casa de su tío, el Reverendo Padre don Clemente de Azcoitía. El joven acaba de llegar de Europa, donde ha estallado la guerra. No sabe si se quedará en Chile o volverá a viajar. El Arzobispo ha dispensado a Clemente de sus responsabilidades como sacerdote para que pueda vivir sus últimos años como un gran señor. Todos los viernes, Clemente organiza una comida para los hombres más distinguidos del país, quienes determinan su economía y su política. Pero, por fuera de la casa, se rumorea que es la cocinera de toda la vida de don Clemente, María Benítez, quien toma realmente las decisiones, revolviendo una gran olla rotulada con el nombre del país, donde prepara las comidas de los señores.
En esta época, Jerónimo tiene treinta y un años. Su tío y los otros caballeros lo convencen de que debe quedarse en el país, casarse y lanzar su carrera política. Se ha organizado su candidatura a diputado. Aunque él no lo desea realmente, en una conversación a solas el tío le dice que es su responsabilidad como miembro de la clase alta. Es la obligación que Dios les ha impuesto para mantener el orden divino en la tierra. Para finalizar la conversación, don Clemente le pregunta si ha visitado la Casa. Jerónimo piensa que se refiere a La Rinconada, pero el anciano pregunta por la Casa de Ejercicios Espirituales de la Encarnación de la Chimba. Para el sobrino son todas iguales y las confunde. La vida que el tío ha planeado para él es una prisión. Cree que quiere apropiarse de su existencia y de su cuerpo. Sin embargo, le promete que cumplirá con lo que se le exige.
Capítulo 11
Jerónimo comienza su campaña para ser diputado. Conoce a Inés Santillana, una prima lejana, y se enamora de ella. Es heredera de una gran fortuna y muy bella. Sus ojos cambian de color, del amarillo al pardo y al verde. Ella lo ama desde el primer momento en que lo ve. Toda la familia está contenta con el noviazgo; son la pareja perfecta. Una semana antes del matrimonio, conversan a solas en medio de un jardín. Ella está impresionada porque después de casarse se llamará igual que la niña-beata de la leyenda familiar: Inés de Azcoitía. Él no conoce la historia. A Inés se la contó su niñera, la Peta Ponce, que vive en ese mismo terreno, detrás de los gallineros. La joven le dice a su novio que quiere llevarla consigo al hogar donde vivirán juntos como matrimonio. Entran en la casa de la Peta. Jerónimo se desorienta por el desorden y los intensos olores. Encuentran a la vieja, sentada en el piso, en harapos. Instantáneamente, él se da cuenta de que no es buena idea estar cerca de esa mujer; la reconoce como una enemiga poderosa y está seguro de que tiene habilidades de bruja.
La pareja se retira. Jerónimo le dice a Inés que no quiere que tenga nada que ver con esa vieja. Ella le cuenta que, de pequeña, la madre, embarazada de su hermano, enfermó, e Inés fue enviada a la Casa de la Encarnación de la Chimba. La Peta Ponce fue junto a la chica para cuidarla. Allí, Inés se enfermó, tuvo mucho dolor en el vientre. El día que sufrió los dolores más terribles, la Peta chupó su cuerpo en el foco del dolor hasta que lo calmó, pero la Peta comenzó a sufrir exactamente la misma enfermedad. La vieja le hizo jurar que no se lo contaría a nadie. Jerónimo es el primero en enterarse; no lo sabe ni siquiera la madre de Inés. Desde ese momento, Inés siente un vacío. Jerónimo dice que la vieja es una bruja y su novia lo ataca. La semana siguiente, él entra en la iglesia donde se celebra el matrimonio con cicatrices en el rostro. En la ceremonia, Inés jura en falso obediencia a su marido. Más tarde, ella sabe que él desea fervientemente tener sexo con ella y se niega a hacerlo si él no acepta la presencia de la Peta. Desde esa noche, jamás han dormido solos: siempre los acompaña alguna otra presencia.
Capítulo 12
Los cuatro perros negros de Jerónimo gruñen mientras devoran un pedazo de carne todavía caliente. La perra amarilla aprovecha la desesperación y les roba un poco de carne. Jerónimo le pregunta a su peón si es el dueño, pero la perra no es de nadie. A veces entra a robar basura de la casa. Inés no permite que la echen ni que la maten. Por la noche, Jerónimo se recuesta al aire libre junto a su esposa y contemplan las estrellas. Llevan cinco años de casados y no logran tener un hijo. Él la lleva hasta el medio de unos matorrales para tener sexo. Están rodeados por miradas brillantes. Son los ojos de sus perros y de otros testigos escondidos entre las plantas y la oscuridad. Jerónimo gana su potencia sexual gracias a esas miradas. Al final, él grita de placer, pero también de terror, porque los acecha la perra amarilla. El Mudito es uno de los testigos que los observan esa noche, y ahora se lo cuenta a la Madre Benita. Sigue recostado y enfermo en la Casa. En sus pensamientos se confunde con Jerónimo y desea a Inés.
Muchos años antes, se conoce la noticia de que en el pueblo se han robado las urnas donde votan los mineros. La masa de hombres trabajadores culpa a los poderosos conservadores, entre ellos a Jerónimo de Azcoitía. Estos se encierran en el Club Social, que está rodeado por la multitud popular. Él quiere salir, volver a su casa. Asegura que no tiene nada que ver con el hecho, y que esconderse es un modo de admitir su culpabilidad. Traza un plan con Humberto para marcharse. Abren las puertas del club y Jerónimo sale llevando un sombrero. La multitud, sorprendida, lo contempla. Le piden que hable, pero no tiene nada para decir. Avanza fumando. En un punto se siente amenazado, saca su pistola e insulta a los trabajadores. Estos reaccionan, pero él logra refugiarse en una parroquia. Sube al techo de la iglesia, para huir desde allí hasta su auto. La multitud lo ve sobre el tejado, le disparan y cae. Esa es la versión oficial.
Pero, en realidad, es el Mudito quien recibe el balazo. Se esconde bajo el poncho de Jerónimo para atravesar la plaza y luego sube al tejado haciéndose pasar por él. El disparo roza su brazo en el punto exacto donde años antes lo tocó el guante de Jerónimo. Luego, Jerónimo, simulando que tiene el brazo herido y habiéndole sacado un poco de sangre a Humberto para manchar las vendas, sale a dar declaraciones en la puerta de la parroquia. La historia recupera el episodio como el principio del declinio del poder de la oligarquía en el país.
Análisis
Desde la sección anterior, el Mudito ofrece una explicación alternativa a la idea del embarazo milagroso que sostienen las viejas: Iris tiene sexo con él mismo y con muchos otros hombres que se disfrazan con la cabeza del Gigante. Así, se profundizan dos cuestiones interrelacionadas. Por un lado, notamos la ausencia de un sentido único en el texto: muchas verdades y posibilidades coexisten en su interior. Por el otro, está la fragmentación y la multiplicación de identidades, que Donoso lleva al extremo en la obra. Todos esos hombres que tienen sexo con la chica son uno mismo, escondidos dentro del disfraz, y, como contrapunto, el Gigante no es un único personaje, sino que se desdobla en una larga serie de figuras masculinas.
Resulta particularmente importante la confusión de la figura del Mudito con la de Jerónimo de Azcoitía, confusión que se marca cada vez más hasta el final de la novela. La simbiosis entre ambos está muy ligada a la sexualidad. Jerónimo es uno de los tantos hombres que tienen sexo con Iris Mateluna usando la máscara. Si bien ella ya está embarazada, y el Mudito está convencido de ser el padre, se propone hacerle creer al patrón que, en realidad, la criatura es su hijo. Esto forma parte de un plan para heredar la fortuna de Azcoitía y que la Casa no sea demolida: que el niño tenga su sangre, pero el apellido del otro. Es decir que, en este punto, el Mudito pretende usar, manipular al patrón. Pero, en general, sucede lo contrario: Jerónimo hace uso del cuerpo del otro como si fuera un objeto que le pertenece. El hombre no puede tener relaciones sexuales sin ser observado por el Mudito, y lo obliga a ser testigo de su intimidad. El patrón necesita ser reconocido como superior, como privilegiado, por su empleado. Necesita compararse con él, usarlo de espejo. Por otra parte, la confusión entre ambos también tiene un carácter político, ya que el Mudito se ha hecho pasar por Jerónimo y ha recibido un balazo en medio de una revuelta popular. Luego, Azcoitía simula tener la herida en su propio brazo y se mancha con la sangre del empleado. Sus cuerpos se van combinando, entremezclando cada vez más.
Es importante destacar cómo Iris/Gina es permanentemente engañada, tanto fuera de la Casa, por figuras masculinas, como dentro, por figuras femeninas. Afuera, ella no sabe que tiene sexo con esos hombres: parece pensar que solo le hacen caricias, y, además, cree que se encuentra con su novio, Romualdo. Por su parte, las viejas de la Casa le mienten de manera sistemática: le ocultan que está embarazada y no le dicen que piensan quedarse con su hijo, ni lo que planean hacer con él para convertirlo en santo. Por el contrario, le inventan supuestas muñecas que, en realidad, son adultos haciéndose pasar por bebés, y le cuentan mentiras con la intención de entrenarla para la maternidad. En todas esas situaciones, el engaño se entremezcla con la sexualidad, y la chica es víctima de abusos: no solo los hombres tienen sexo con ella, que es una niña, sin que entienda bien qué ocurre, sino que también, dentro de la Casa, la vieja llamada Damiana, en complicidad con las demás, se hace pasar por bebé y, engañada, la chica le da de mamar. En ambas secuencias, el Mudito transmuta en otras identidades para ser también un personaje que engaña abusivamente a Iris: se convierte en el Gigante fuera de la Casa y en la séptima vieja adentro.
Otro aspecto que empieza a cobrar fuerza en esta sección de la novela es el uso de la segunda persona en la voz del narrador. El Mudito se encuentra en cama porque lo han golpeado y empieza a relatar la historia dirigiéndose a la Madre Benita, que le sostiene la mano y lo cuida: "Agua, más agua... un paño frío en la frente pero no me quite su mano, Madre Benita, por favor, déjeme seguir así con mi mano en la suya hasta que se vayan..." (p. 177). En ese sentido, se destaca una de las grandes ironías de la novela: su narrador es mudo, o sea, no tiene la capacidad de hablar. Es decir, se crea una especie de diálogo o de situación comunicativa artificial, porque, en realidad, todo sucede dentro del fluir de la conciencia del Mudito. Él no está realmente conversando con la Madre Benita. La crítica especializada afirma que toda la narración puede pensarse como un monólogo interior del protagonista, y eso alimenta la estructura caótica, laberíntica del texto. Este se parece más al devenir de un sueño o a un delirio que a una narración tradicional: no tiene tiempos, espacios ni personajes bien delimitados.
En esta serie de capítulos, desordenando la temporalidad por completo, el Mudito cuenta que sale de la Casa y se dirige a la casa amarilla donde antes ha vivido Jerónimo. Ahora, el que está allí es Boy, el hijo monstruoso, que será una figura central más adelante en la novela, y que ahora aparece como paralelo del futuro hijo de Iris. El Mudito roba de la biblioteca de la casa amarilla un ejemplar del libro que él mismo ha escrito, una biografía de Jerónimo de Azcoitía. Es por eso que los carabineros lo atrapan y lo golpean. Pero cuando el protagonista habla con Boy, le explica que es el autor del libro y, para probarlo, repite palabra por palabra el texto del prólogo. En ese punto, en el capítulo 9, aparece por primera vez una versión del párrafo inicial de esa biografía, que se repite con variaciones en los capítulos 13 y 16: allí se narra el nacimiento de Boy y se menciona por primera vez el plan de aislarlo en la Rinconada, cuestión que se amplía más adelante en el libro. Donoso declara, en "Claves de un delirio", que ese párrafo es el primer fragmento que escribe de la obra. Esto genera una confusión entre la escritura del autor y la de su personaje: El obsceno pájaro de la noche integra los textos escritos por su protagonista dentro del universo ficcional, y Donoso crea un protagonista y narrador que escribe.
De esta manera, se empieza a definir mejor el perfil de escritor del Mudito, ahora llamado Humberto Peñaloza. Para él, la escritura es una forma de construir su identidad, ya que, como se cuenta en el capítulo 6, el padre le ha explicado que, por haber nacido en una familia pobre, él no es nadie, y debe trabajar para ser alguien. Entonces procura ver su nombre escrito en aquellas páginas para confirmar su existencia: "... y mi nombre arriba, sobre el texto de todas las páginas izquierdas, Humberto Peñaloza, Humberto Peñaloza, Humberto Peñaloza, esa reiteración de mi nombre destinada a conjurar su vergüenza, a consolar a mi padre, a burlar a mi madre, a asegurarme a mí mismo que al fin y al cabo, con mi nombre impreso tantas veces, nadie podía dudar de mi existencia" (p. 178).
Finalmente, gracias a la inclusión de la biografía de Jerónimo escrita por Humberto, los desplazamientos en el tiempo nos mueven hacia adelante y hacia atrás. Como se ha mencionado, se introduce la figura de Boy, el hijo monstruoso, que aparece crecido y ocupando la casa que antes ha habitado su padre. Ese es un desplazamiento hacia el futuro. Los movimientos hacia el pasado, por su parte, nos llevan a conocer la historia de vida de Jerónimo. En primer lugar, se cuenta cómo comienza su carrera política por mandato familiar, presionado por el tío sacerdote, don Clemente. Se refuerza, de este modo, la pertenencia de la familia a la clase alta, dominante: ellos creen que, por decisión divina, son los dueños del país y deben administrarlo. En segundo lugar, se narra el matrimonio de Jerónimo con Inés Santillana, personaje que comienza a tener cada vez más protagonismo en la novela. De la mano de Inés, crece la relevancia de otro personaje, la Peta Ponce. Esta línea del texto establece nuevas conexiones con las consejas relatadas en la primera sección: Inés y la Peta reproducen en paralelo el vínculo de la niña-bruja con su cuidadora. A su vez, se establece un paralelo entre Inés y la niña-beata de la otra conseja, ya que, después de casarse con Jerónimo y tomar su apellido, ambas tienen el mismo nombre: Inés de Azcoitía. Todas esas figuras femeninas suelen aparecer acompañadas por una perra amarilla, que es una presencia constante en la obra, y que desde las consejas representa a la bruja.