Resumen
Escena 1
Alcestes se presenta en casa de Celimena. Le anuncia que deberán romper porque no le agrada su modo de obrar: la muchacha tiene muchos pretendientes y el modo en que ella los trata, según Alcestes, alimenta las expectativas de los enamorados. “Si menos complacencia tuvieseis, menos séquito veríais de adoradores” (p.95), plantea el protagonista. Celimena defiende su posición de ser amable con quienes la tratan amablemente. Además, precisa la ayuda de uno de esos hombres para resolver un problema que tiene. Alcestes pregunta cómo puede saber él que el corazón de Celimena le pertenece si la dama lo trata igual que a otros hombres. Celimena plantea que el hecho de que ella le haya dicho que lo ama debería bastarle. Alcestes lamenta el amor que siente por ella, ya que le hace sufrir demasiado.
Escena 2
Vasco, el criado, anuncia la llegada de Clitandro, y Celimena dice que le haga pasar. Alcestes protesta por no poder nunca hablar a solas con Celimena. La muchacha explica que Clitandro posee poder en la Corte y, por ende, no puede sino tratarlo cortésmente cuando aparece. Alcestes la acusa de siempre encontrar “razones para tolerar a todos” (p.96).
Escena 3
Vasco anuncia el ingreso de Clitandro. Alcestes saluda para retirarse aunque Celimena insiste en que se quede.
Escena 4
Ingresan Elianta, Filinto, y los marqueses Acasto y Clitandro. Alcestes dice que se quedará porque quiere que Celimena explique sus sentimientos y elija entre ellos y él. La muchacha le ruega que se calle.
Clitandro critica a un tal Cleanto, a quien vio en la recepción del Louvre horas antes. Celimena complace a Clitandro criticando también a Cleanto. Acasto critica a otro hombre llamado Damon, y Celimena se suma también a esa crítica. Luego Clitandro alaba a un tal Timanto, y Celimena se posiciona en contra de aquel. Entonces Acasto le pregunta su opinión sobre otras tres personas y la muchacha describe a cada uno expandiéndose en críticas. Los marqueses alaban la habilidad de Celimena para retratar a las personas. Alcestes interrumpe para llamar a todos hipócritas, dado que generalmente hacen lisonjas a todas esas personas que critican, cuando están frente a ellas. El protagonista acusa a los marqueses de incentivar a Celimena a comportarse con la misma hipocresía que ellos. Filinto no comprende por qué Alcestes defiende a personas (las recién criticadas por los demás) que él también considera despreciables. Celimena dice que Alcestes siempre contradice todo, siempre quiere estar en contra de lo que los demás dicen. Alcestes se justifica: “Los hombres nunca tienen razón” (p.99). Luego, Clitandro y Acasto dicen que no ven defectos en Celimena. “Pues yo sí, y bien sabe ella que, lejos de ocultarlos, tengo buen cuidado de reprendérselos” (ibid.), responde Alcestes, indignado por la adulación falsa de los marqueses. Celimena discute la idea del amor de Alcestes, que encuentra más injuriosa que dulce. Elianta encuentra que los enamorados elogian siempre a quien aman, incluso sus defectos, que pasan por perfecciones.
Escena 5
Vasco ingresa para anunciarle a Alcestes que un hombre lo busca por un asunto urgente.
Escena 6
Entra un Guardia, dice a Alcestes que unos mariscales lo esperan con urgencia por la discusión con Orontes. Alcestes afirma que no modificará su opinión sobre los versos de aquel poeta. Filinto le ruega se muestre más benigno y decide acompañarlo. Alcestes asegura a Celimena que volverá pronto, y ambos hombres salen.
Análisis
El conflicto interno de Alcestes, entre los valores que él defiende y su atracción por una mujer que no coincide con estos, puede leerse desde la teoría de los humores planteada en el análisis anteriormente. Si bien el protagonista parece identificarse más que nada con la bilis, lo cual vuelve su carácter melancólico a la vez que construye su misantropía, hay un fuerte componente sanguíneo que conflictúa su configuración interna. Como señalábamos anteriormente, la obra lleva el título de El misántropo o El atrabiliario enamorado. Es entonces que desde el título mismo que se establece esta asociación entre dos fuerzas: por un lado, lo atrabiliario del personaje, pero por el otro, su condición de enamorado. Este enamoramiento empuja al personaje a un tipo más bien sanguíneo, pulsional, y dicha pulsión aparece manifestada en los parlamentos de Alcestes, identificada con elementos como el “ardor” (p.90), la “llama” (p.110) o, como veremos más tarde, el propio “fuego” (p.119). Dichos elementos ligados al fuego componen un motivo que se asocia a la fuerza irrefrenable, irracional, del deseo, y que constituye una de las mitades en tensión al interior del protagonista. “No es la razón lo que gobierna el amor” (p.90) se lamentaba o justificaba el mismo Alcestes frente a Filinto, quien le cuestionaba la incongruencia entre sus ideales y su elección amorosa.
En esta línea, el primer acto ya adelantaba la no coincidencia entre los valores de honestidad y franqueza, promulgados por el protagonista, y los atributos de la mujer a la cual este ama. Aunque Celimena no había aparecido en escena, ya había sido presentada, por los personajes de Alcestes y de Filinto, como una mujer cercana a las modas de comportamiento tan criticadas por el protagonista. En efecto, el segundo acto nos muestra al principal personaje femenino de la obra, su comportamiento coincide, quizá más que el de cualquier otro personaje, con su previa presentación. Así, Celimena se muestra complaciente en exceso con las opiniones de los demás, a la vez que extremadamente crítica para con gente ausente en la reunión.
Sin embargo, la primera escena de este acto deja en evidencia lo que realmente parecería perturbar a Alcestes, el punto en el que se unen su carácter pasional con su carácter racional en un mismo fervor. De algún modo, se deja ver que la falta de transparencia en Celimena no molesta a Alcestes por una cuestión meramente moral, sino porque este atributo de la muchacha le hace sospechar al protagonista acerca del amor de su amada. Así lo demuestra el intercambio siguiente entre los personajes, que se detona luego de que un planteo de Alcestes le hace a Celimena etiquetarlo de celoso:
ALCESTES: Pero yo, a quien acusáis de celoso, decidme, señora: ¿qué ventaja tengo sobre ellos en vuestro corazón?
CELIMENA: La dicha de saber que sois amado.
ALCESTES: ¿Y qué motivos me asisten para creerlo?
CELIMENA: Pienso que, habiéndome ocupado de decíroslo, esa confesión os debiera bastar.
ALCESTES: ¿Y quién me asegura que no decís lo mismo a todos a la vez? (p.96).
El hecho de que Celimena no sea honesta perturba al enamorado que debe confiar en las palabras de la mujer que ama. La desconfianza, la sospecha, acechan a Alcestes en forma de celos. Y es que el protagonista, que no ve a su alrededor más que máscaras, no puede escuchar palabra sin considerarla falsa. Esa desconfianza no hace sino obstaculizar su amor, separarlo de él, tornando a su amada en un adversario. Alcestes acusa a Celimena de decir iguales palabras de amor a todos sus pretendientes, traicionando así su relación. La muchacha exclama entonces: “¡Linda flor para ofrecida por un enamorado, y de buena persona me tratáis!” (p.96). La frase constituye una clara ironía verbal, en tanto la mujer busca significar lo opuesto a lo que dice: el comentario de su supuesto enamorado es todo lo contrario a una linda ofrenda, como una flor, y el planteo de Alcestes la pinta a ella como a una mentirosa cruel, lo opuesto a una “buena persona”. El procedimiento de la ironía se asociará en más de una ocasión, durante la pieza, al personaje de Celimena, lo cual no deja de acentuar este atributo de distancia entre lo que la muchacha dice y lo que realmente piensa, siente o es.
El segundo acto permite a su vez introducir una discusión en torno al amor, o al comportamiento que se supone correspondiente a un enamorado. En principio, la primera escena enfrenta a un enamorado, que no hace sino reprochar el comportamiento de su amada, y a la destinataria de ese supuesto amor, que no encuentra coherente tal actitud. “Amáis a las mujeres para buscarles disputa; vuestro ardor estalla en palabras hirientes, y jamás he visto amor más rezongón” (p.96), protesta Celimena frente a Alcestes, llamando la atención sobre el paradójico cauce de comportamiento que toma el supuesto amor de su enamorado. Por otra parte, el segundo acto ofrece divergentes perspectivas sobre el mismo tópico: qué actitud debe tomarse en relación a los defectos o vicios del ser amado. Mientras que Alcestes parece sostener que se debe señalar los defectos de las personas queridas, y también intentar reprenderlos y corregirlos, otros, como Acasto o Clitandro, dicen no ver sino virtudes en la persona que aman. Esta segunda opinión es la que resume en su teoría Elianta, quien declara que “los amantes extremados aman hasta los defectos de sus preferidas” y que “nunca su pasión halla en ellos nada de censurable, sino que todo es satisfactorio en el ser amado” (p.99). Sin embargo, el protagonista no logra encauzar dentro de sí las fuerzas contrapuestas que, por un lado, condenan a Celimena y, por el otro, se aferran a su amor. Esta batalla en su interior le hace estallar en furia cuando su enamorada exacerba un comportamiento que él considera indigno, y más aún cuando los otros pretendientes, por ceguera o por hipocresía, se lo festejan:
Sos vosotros, con vuestras complacientes risas, los que arrancáis a su ánimo esas maledicencias. El humor satírico de Celimena hállase nutrido sin cesar por el culposo incienso de vuestras lisonjas, y su corazón hallaría menos aliciente en murmurar si no se viese aplaudida. Con quienes hemos de ofendernos es con los aduladores de los humanos vicios (p.99).
Fiel a sus convicciones, Alcestes fue capaz de perder los buenos contactos en la Corte por ser honesto, por no lisonjear ni adular a quien no lo merece. Esto repite un tema, a su vez, muy presente en las obras de Molière de índole de denuncia moral: el problema no son solo los aduladores, sino aquellos que quieren ser adulados. Esto es señalado en varios momentos por Alcestes, quien denuncia que Celimena ilusione falsamente a sus pretendientes: pareciera que la muchacha disfruta de la adulación de estos hombres, a los cuales no necesariamente quiere ni respeta demasiado. “Cuando más se ama a una persona, menos se soporta que se la adule” (p.99), explicita de hecho Alcestes, y luego sentencia:
El amor puro procura no perdonar nada; y si yo fuera ella, expulsaría a todos los viles amantes que viera sometidos a mis sentimientos y que, a todo propósito, dieran incienso a mis extravagancias con sus blandas complacencias (p.99).
Así, el protagonista parecería, de algún modo, no estar muy lejos de lo que Elianta definía como propio del enamorado. Si bien él detecta los vicios, los defectos en Celimena, también parece intentar creer que no se trata de la esencia de la muchacha, sino del resultado de un incentivo de sus aduladores. Los verdaderos culpables, así, serían los otros hombres, que empujarían a Celimena a alejarse de la virtud. Es el mismo Alcestes, parece pensar el personaje, quien por ende podría reemplazar a esas malas influencias, alejando a esos pretendientes, para así conducir a su amada al camino de la franqueza, la pureza y la sinceridad.