Resumen
El Eternauta retoma el relato contando los preparativos para el viaje a Pergamino. Consiguen un camión y flores para Elena. Cargan sus provisiones y se lanzan a la calle. A la altura del Hipódromo de San Isidro un camión pasa rápidamente al lado del suyo, y más adelante otro vehículo también se aparta de ellos. Consideran que es el miedo el que impide el contacto.
Cuando ya llevan más de dos horas en marcha, a veinte kilómetros de Pergamino, sucede lo que tanto anhelan: se acaba la nevada. Un letrero anuncia que ya ingresaron a la zona de seguridad y pueden quitarse los trajes. Luego de unos pocos metros, un soldado coloca otro cartel y se esconde rápidamente entre los arbustos. La leyenda indica que deben ir hasta el arroyo para encontrarse con los inspectores. “Entiendo… A cada vehículo que llega con sobrevivientes lo mandan a un lugar diferente… Querrán evitar aglomeraciones” (p.337), dice Favalli.
Una vez en el arroyo, el grupo improvisa un picnic para festejar. Están fascinados al enterarse de que hay renacuajos. Distraídos viendo al animal, no perciben que a sus espaldas se forma una fila de soldados.
Después de un temor inicial, los Salvo y sus amigos ven que los soldados sonríen y se acercan a ellos. Sin embargo, pronto los hombres les piden que se detengan y que entreguen las armas. Juan percibe que uno de los soldados habla “a remezones, como si alguien le dictara” (p.340). Antes de que Favalli pueda entregar su rifle, Franco grita para advertir que los soldados tienen teledirectores en las manos. Inmediatamente se desata un tiroteo. Se apresuran a subirse al camión y escapar, pero en la ruta hay tres inmensos gurbos. Una vez más, los protagonistas quedan atrapados.
Buscando otras rutas, aparece sobre ellos otra nave idéntica a la que sobrevoló el estadio de River Plate. El volante del camión deja de responder y vuelcan, pero sobreviven. Usan como trinchera un zanjón cercano. Desde allí ven a muchos hombres-robots acercarse.
Favalli esgrime un plan determinante: Juan y su familia volverán al camión y escaparán mientras ellos disparan contra los hombres-robots. El trío Salvo, lamentablemente, nunca llega al vehículo: los enemigos lo hacen volar con un mortero. Pronto ven que Favalli, Mosca y Pablo fueron capturados y convertidos en hombres-robots.
En un rapto de optimismo, a Juan se le ocurre apoderarse de la nave. Se sube junto a Elena y Martita y empieza a tocar botones y palancas indiscriminadamente. Uno de estos movimientos desata un ruido muy agudo. Todo a su alrededor se transforma.
Tres imágenes inconexas se presentan ante los ojos de Juan: un grupo de soldados llevando un cañón por una calle de piedra, un dinosaurio gritando y un cohete despegando. A continuación, se siente caer hasta que choca con el suelo de un planeta que no conoce.
Un mano muy viejo aparece y pronuncia: “es inútil gritar, Juan Salvo… No te pueden oír ya… Tú estás en el Continum 4” (p.357). Le explica que logró lo que muy pocos pudieron: escapar de los Ellos. Sin quererlo, activó la máquina de tiempo de la cosmo esfera y esta lo envió fuera del espacio y del tiempo terrestre. El Continum 4 es uno de los infinitos continums. El mano le hace saber que todas las especies del universo comparten el espíritu, y eso hace que exista solidaridad entre todas ellas.
El Eternauta vuelve a estar en frente al guionista, que le pregunta si siguió buscando a Elena y Martita. Juan le cuenta que pasó mucho tiempo buscándolas, hasta que el azar de los continums lo llevó hasta su casa. El guionista, desconcertado, le pregunta en qué año pasó todo lo que Juan le contó, a lo que responde que fue en 1963. En ese momento transcurre el año 1959, y eso... “¡Quiere decir que quizá hay alguna forma de evitar que ocurra todo ese espanto!” (p.357), exclama el guionista. El Eternauta responde que no lo sabe, porque no es hombre de ciencia, pero se alegra por tener la posibilidad de ir a su casa a ver a Elena y Martita. Acto seguido, sale corriendo por la puerta.
Más confundido que antes, el guionista lo sigue y presencia el reencuentro de la familia. Elena le pregunta a Juan quién es el guionista, y él dice que no lo sabe, que es la primera vez que lo ve. Ante el desconocimiento, el guionista comienza a suponer que imaginó todo lo sucedido, pero decide ir a la ferretería para comprobar si un chico llamado Pablo trabaja allí. Inmediatamente se cruza con Polsky, Lucas y Favalli. Entonces entiende que “lo que contó el Eternauta es cierto (…). ¡Él se ha olvidado de todo al volver al pasado!” (p.362). Esta revelación indica que en cuatro años la nevada mortal llegará y, con ella, la invasión. Contempla el chalet de la familia Salvo y la historieta termina con su pregunta “¿Será posible evitarlo publicando todo lo que el Eternauta me contó? ¿Será posible?” (p.362).
Análisis
Como comentábamos en la sección anterior, ocupa un rol importante en esta nueva posibilidad de salvación el ramo de claveles que Favalli, Franco y Pablo le regalan a la señora Salvo. Elena se emociona, revelando incluso otro rasgo ligado a la femineidad, su fuerte sentimentalismo, y Juan se muestra conmovido por sus lágrimas. El ramo en sí mismo es un símbolo de la humanidad que los sobrevivientes tuvieron que resignar a la hora de combatir la invasión. El hecho de que ahora puedan prestarle atención a objetos superfluos al objetivo de la supervivencia da cuenta de que se sienten a salvo y esperanzados por un posible fin del apocalipsis.
En su camino hacia Pergamino, se vuelve evidente para los sobrevivientes que la “ley de la jungla” volvió a regir entre los humanos. En la ausencia de contacto con los demás, Juan y los suyos resienten oportunidades perdidas, porque ya conocen la experiencia de la construcción colectiva y es gracias a ella que todavía están vivos. La falta de solidaridad, releída a través de las palabras del mano del Continum 4, es antinatural para las especies inteligentes. Cabe preguntarse, entonces, si los pasajeros a bordo de los camiones con los que se encuentran los protagonistas en la ruta son humanos o si son hombres-robots bajo las órdenes de los invasores.
Resulta llamativa la actitud de Favalli, que elige justificar el cómico ocultamiento del soldado que coloca el segundo cartel a la entrada de la zona segura de Pergamino. Este personaje, que demostró sobradamente a lo largo de la historieta tener teorías para todo y adelantarse a muchos de los movimientos de los invasores, es incapaz de señalar lo ridículo de este suceso. Su cambio de actitud, de alguna manera, da cuenta de su desesperación, reflejando lo que antes hiciera el Mayor de la resistencia. A esta altura de las circunstancias, parece avasalladora la necesidad de sostener la esperanza en alguna oportunidad de salvación, por más sospechosa que pueda parecer.
Esta negligencia persiste cuando se enfrentan al grupo de soldados. Juan elige desoír las trabas en el discurso del que pide que entreguen las armas, y esta decisión puede ser cuestionada por un motivo que concierne al propio género de la ciencia ficción: si algo caracteriza a los robots, por excelencia, es su pobre y maquínica imitación del habla humana. Nada parece refrenar la confianza de los Salvo y sus amigos, ni siquiera el hecho de que sonrían una vez que detectan que no quieren acercarse a ellos.
Franco, así como lo hizo antes con la mujer-robot, descubre la locación del esperable teledirector de estos soldados, y se desata la última persecución de la historieta. Replicando también el aparente espacio sin salida del túnel del subterráneo colapsado, los protagonistas debaten en un zanjón-trinchera, último estandarte topográfico de la guerra contra la invasión, sobre sus acciones finales. Favalli, a diferencia de lo que Lucas Herbert preveía sobre él en la primera parte, plasma en su última intervención sus intenciones altruistas y prioriza la seguridad de la familia Salvo.
La conversión de Favalli, Franco, Pablo y Mosca en hombres-robots marca, para Juan Salvo, una tragedia definitiva, que le resulta imposible de poner en palabras: "Vaga la mirada, algo incierto en el paso, la expresión ausente, pasaron delante nuestro los hombres-robots. Entre ellos pasaron Favalli, Mosca, Franco, Pablo... También con la mirada apagada, con el paso incierto, con la expresión muerta... Lo mismo que los demás hombres-robots también ellos apretaban con fuerza el fusil que a la vez era el teledirector..." (p.351)
En tanto una parte importante de la lucha contra la invasión deviene, tras el encuentro con el primer hombre-robot en el pabellón, en una lucha por no ser robotizado, Juan identifica que la resistencia como sujeto colectivo fue vencida y, lo que es peor, fue despojada de su carácter de humanidad. Los mismos hombres que algunas horas antes se preocupaban por llevarle flores a su mujer para que esté contenta, exhibiendo una preocupación prácticamente superficial pero de fuerte compromiso emocional, ahora desfilan delante de Juan sin un atisbo de agencia. La desesperación que genera en Juan semejante catástrofe motoriza sus acciones cada vez más torpes en los últimos momentos del relato.
Esa desesperación y el desconocimiento absoluto de la tecnología de las cosmo esferas desemboca en la pérdida definitiva de su familia. Las tres imágenes que ve pasar cuando abandona el espacio-tiempo de la Tierra dan cuenta del momento justo en el que descubre su nueva condición de viajero en el tiempo, la que justificó, en primera instancia, la narración de la invasión. Dada la imposibilidad de la sucesión, y el hecho de que Juan exhibió anteriormente las características de un narrador no confiable bajo los efectos de alucinógenos, como lectores podríamos preguntarnos si no está teniendo visiones cuando presiona los botones de la máquina. Empero, las representaciones gráficas en este pasaje son drásticamente diferentes a las que escenificaban alucinaciones. Juan Salvo aparece rodeado por resplandores y líneas cinéticas jamás vistas antes en El Eternauta. Justo antes de la sucesión de las imágenes históricas, su rostro aparece levemente delineado en una viñeta que lo muestra en un paisaje cósmico, rodeado de estrellas y planetas. Pero la prueba definitiva para refutar una posible alucinación viene dada por la primera aparición histórica, la de los soldados llevando un camión. Allí, la figura del cuerpo de Juan aparece literalmente superpuesta a las de los soldados, eliminando la posibilidad de que esta situación y las que continúan sean únicamente retratadas desde la visión subjetiva del personaje. Asimismo, ninguna de las alucinaciones anteriores involucró la transformación del espacio: únicamente Juan veía personas o incendios donde no los había.
La charla final entre el Juan y el mano filósofo, según lo nombra el Eternauta en el comienzo, hace énfasis en el tema central de El Eternauta, condensado en el "héroe colectivo": “así como hay entre los hombres (...), descubrirás que también existe entre todos los seres inteligentes del universo, por más diferentes que sean, sentimientos de solidaridad, un apego a todo lo que sea espíritu” (p.359). Estas palabras honran las intervenciones de los otros individuos de su especie en momentos previos de la historieta. Este mano que logró escapar, al igual que el mano que misteriosamente se acercó al chalet durante la segunda estadía, se muestra solidario con Juan porque consiguió que prevaleciera en él el espíritu. Así, las posibles críticas al sinsentido de la guerra (y extensibles a la división por la lucha de clases) encuentran un sustento en este elemento que parece configurarse en la identidad misma de la inteligencia. Lo que el mano está queriendo decir, entonces, es que la tendencia natural de seres humanos y extraterrestres por igual es la de ayudarse unos con otros. No se explica, en esta propuesta filosófica sobre la constitución de los seres galácticos, de dónde surgiría entonces la tendencia imperialista de los Ellos, que iría en contra de esta aparente solidaridad inherente.
El final de la conversación entre Juan y el mano no se narra, así como tampoco figuran los viajes en el tiempo que sucedieron entre ese momento y el presente del relato marco. Igualmente, agotada la motivación de explicar cómo Juan Salvo se convirtió en el Eternauta, las dos líneas temporales colapsan en las del relato marco. Recién luego de acabar con su historia, Juan Salvo y el guionista acomodan las temporalidades a partir del presente en el año 1959 (año que corre también en el momento de la publicación de estas últimas páginas). Esta información motiva las acciónes siguientes de los dos personajes, y queda terminado el relato de la historia de la invasión que se había mantenido hasta ese momento: el guionista, al saber que faltan todavía cuatro años para la invasión, piensa ya en la posibilidad de una resistencia, mientras que Juan Salvo se da cuenta de que su familia está aún con vida y corre a su encuentro.
Sobre esta última acción del Eternauta existe cierta controversia. Estrictamente, la salida de Juan evidencia que el Eternauta no tenía intención alguna de organizar una resistencia para la invasión. Su única prioridad era encontrar a Elena y Martita y, una vez que lo logra, inmediatamente se olvida de todo lo que le contó al guionista. Algunos estudios críticos señalan que en este gesto existe una crítica a la falta de memoria política de las sociedades, en tanto se defiende que las grandes crisis históricas pueden ser prevenidas o, al menos, previstas a la luz de acontecimientos pasados similares que suelen olvidarse. Sin embargo, lo cierto es que resulta inesperado que el personaje se comporte de esta manera, ciertamente individualista, cuando a lo largo de su relato hizo énfasis en la importancia de las construcciones colectivas.
Las memorias del Eternauta quedan únicamente a cargo del guionista de historietas, que comprueba fácil y rápidamente la veracidad de la historia, aunque su protagonista lo desconozca. Siguiendo con la lectura metafictiva de todo el relato marco, el guionista decide hacer lo mejor que sabe hacer con la información que tiene: una historieta. Para problematizar aún más la relación entre la realidad y la ficción, queda claro que sus preguntas finales indican que esa historieta es justamente El Eternauta. Esta consideración echa luz sobre la posible intención de Oesterheld de ser identificado desde un comienzo con este guionista. Él, el único que conoce el horror venidero, pretende organizar la resistencia que Juan Salvo llamativamente parece no haberse propuesto organizar. El medio para su consecución es divulgar su relato, y es a partir de este aspecto que su frase inaugural, “¡Quiero dar a conocer la historia del Eternauta tal como él me la contó!” (p.15), cobra un sentido mucho más profundo: de ese registro depende el futuro de la humanidad.
Además de ese aspecto cíclico que instaura la necesidad del registro fiel, el final concreto de El Eternauta es idéntico al comienzo del relato de Juan Salvo: los cuatro amigos se disponen a iniciar su partida de truco en la buhardilla-taller del chalet. Esta paradoja temporal refuerza, además, la idea de que la invasión empieza una noche cualquiera, ya que echa luz sobre la rutina inquebrantable de los amigos.
La última pregunta, "¿será posible?" (p.362), aparece entonces como clausura definitiva de la metaficción, en un pedido que interpela directamente al lector, ya que se combina con una mirada de frente del guionista de historietas en las últimas viñetas, cada una más próxima a su rostro que la anterior.