"A propósito de la nieve derretida", Capítulo VII
Resumen
E hombre del subsuelo sigue dándole lecciones a Liza sobre los horrores de su profesión. Le habla sobre la importancia de la libertad y la imposibilidad del amor bajo la esclavitud a la que está sometida. Ningún hombre, afirma, podría enamorarse de ella cuando, de un momento a otro, puede ser solicitada para estar con otro. Si ella fuera una muchacha normal, afirma, él podría perfectamente enamorarse de ella, pero esto es imposible en las condiciones del burdel. Allí envejecerá y la echarán, y nadie se apiadará de ella. Entonces tendrá que someterse a condiciones cada vez peores para continuar trabajando. Eventualmente, ella contraerá tisis y se verá obligada a seguir trabajando, para pagar sus deudas, hasta su muerte. Entonces, es probable que ni siquiera sea enterrada adecuadamente. Así, habrá muerto joven, habiendo vendido su alma y su libertad.
En este punto, el protagonista se da cuenta de que se está dejando llevar por sus emociones. También observa que Liza lo escucha con desesperación está echada boca abajo, llorando, con la cara hundida en la almohada. El hombre del subsuelo siente que tiene que salir de allí, por lo que se viste y, luego de disculparse con Liza por su arrebato, le da su dirección y le pide que lo visite. Ella promete hacerlo. Luego, cuando está a punto de irse, ella lo detiene y le muestra una carta. La misiva está fechada unos días atrás y firmada por un estudiante a quien Liza ha conocido recientemente, y que le declara su amor. Ella le cuenta que ni él ni su familia saben nada sobre la profesión de Liza. El hombre del subsuelo reconoce que ella guarda la carta como un tesoro y que decide mostrársela para que él sepa que a ella también la aman honradamente. Él finalmente se retira, agotado, y caminando entre la nieve derretida, vislumbra la verdad: "¡Una verdad asquerosa!" (111).
Análisis
Como ya lo hizo en la primera parte, aquí el hombre del subsuelo vuelve a poner el foco en la importancia de la libertad. Y aunque esta vez lo hace en un discurso falso que tiene por objeto someter a Liza, también es cierto que, cuando reconoce que penetrando y dañando el alma de Liza, el hombre se da cuenta de que se está dejando llevar: "El juego, el juego era lo que me apasionaba; sin embargo, no sólo era el juego..." (108). Despertar una reacción emocional en Liza parece afectar de verdad al hombre del subsuelo, quien declara que entonces se acobarda (108) y desea irse con toda urgencia. Nuevamente, cuando la realidad excede los márgenes de lo literario, cuando aparece frente a él el sufrimiento y la desesperación reales de Liza, el hombre del subsuelo parece no tolerarlo y no saber qué hacer excepto huir, esconderse, volver, en definitiva, a su subsuelo.
Lo cierto es que las palabras del protagonista finalmente surten efecto en Liza, quien comienza a llorar desesperadamente y luego le muestra una carta de amor que ha recibido. Lo hace como si él "fuera un ser superior que sabía todo sin explicaciones" (110). Es decir, el protagonista logra obtener de ella la mirada que buscaba, pero el efecto de esta mirada no es el esperado: el hombre del subsuelo no dice nada y se va precipitadamente.
"A propósito de la nieve derretida", Capítulo VIII
Resumen
A la mañana siguiente, el hombre del subsuelo se asombra ante su propio sentimentalismo con Liza. Sin embargo, se concentra en lo que considera más urgente: arreglar las cosas con Símonov. Le pide dinero prestado a su jefe de despacho y le envía a Símonov una carta con el monto adeudado. En la carta le explica que la noche anterior se emborrachó mientras los esperaba y se disculpa por su actitud, restándole importancia. Cuando termina de escribirla, se siente muy satisfecho con el resultado.
Luego, el protagonista sale a caminar por San Petersburgo, pero una profunda angustia empieza a acosarlo. Luego comienza también a preocuparse de que Liza efectivamente lo visite. Si lo hiciera, vería lo mal que vive, arruinando así la enaltecida imagen que él construyó de sí mismo la noche anterior. Reconoce, además, que si ella se presentara él se pondría nuevamente "esa indecente y mentirosa máscara" (114), pero enseguida se convence a sí mismo de que eso no es cierto, pues ha sido sincero con ella la noche anterior.
El rostro de Liza sigue atormentándolo. Comienza a maldecirla por su romanticismo, seguro de que este la llevará a su casa, y se enfurece por la facilidad con la que tocó su alma. Considera ir él a verla para pedirle que no lo visite, pero descarta la idea y siente odio hacia "esa «maldita» Liza" (115). A medida que pasan los días y ella no aparece, empieza a fantasear con que ella va, él la cultiva, se enamoran y se casan.
Lo único que distrae al narrador de estos tormentos es la tensa relación con su criado, Apollón. Se trata de un viejo vanidoso que trabaja como sastre a tiempo parcial y desprecia a todo el mundo, en particular al hombre del subsuelo. Apollón raramente trabaja y, cuando lo hace, actúa como si le estuviera haciendo un favor al protagonista. No obstante, este lo mantiene en su puesto de trabajo durante siete años, sin atreverse a despedirlo.
Esta vez, el hombre del subsuelo ha decidido no pagarle a Apollón su salario hasta que este se lo solicite respetuosamente. Lo intentó antes, pero cada vez que lo hizo, Apollón entraba en su habitación cada dos horas y se quedaba mirándolo fijo con severidad, hasta que el narrador ya no lo soportaba y le terminaba pagando sin que el criado tuviera que mencionar el salario. Esta vez sucede lo mismo, pero el hombre del subsuelo en un momento estalla y le grita, insistiendo en que, si quiere su salario, debe pedirlo respetuosamente y disculparse por su comportamiento. Pero Apollón responde, con calma, que eso no sucederá. El hombre del subsuelo entonces lo llama su verdugo e insiste en que llame de inmediato a la policía. Apollón se niega, arguyendo que nadie llamaría a la policía en su contra. El protagonista entonces toma a su sirviente, furioso, y está a punto de golpearlo cuando entra Liza. El hombre del subsuelo entonces corre a su habitación y permanece allí hasta que Apollón anuncia a la muchacha unos minutos después.
Análisis
Tras la instensidad dramática del capítulo anterior, este funciona en cierta medida como un alivio cómico. Vemos aquí nuevamente al hombre del subsuelo intentando, sin éxito, interactuar con otros. Primero le escribe una carta a Símonov para disculparse por los eventos de la noche anterior, como si una misiva resolviera la humillación a la que se sometió él mismo. En su genuina satisfacción ante el texto que escribe y en su convicción de que enviándolo su imagen queda intacta, se observa con claridad el carácter distorsionado de su mirada hacia la realidad. Se nos da aquí otra evidencia de la incapacidad del hombre del subsuelo de lidiar con el mundo.
Esta incapacidad volverá a exhibirse cuando el narrador ahonde en su relación con Apollón, su criado. Vemos aquí al hombre del subsuelo obsesionado por su deseo de dominar a los otros, mostrándose incapaz ya no de someter, sino simplemente de darle una orden a su criado o ser respetado por él. Aún más, aunque afirma que Apollón no trabaja, el hombre del subsuelo no se atreve a despedirlo, y a pesar de que le ha exigido muchas veces que le pidiera respetuosamente su paga, bajo amenaza de no recibirla, el criado se ha negado rotundamente a hacerlo y el hombre del subsuelo ha cedido a pagarle, de todas formas, cada vez. Hasta tal punto le teme y se siente sometido por él que se refiere al hombre como su verdugo. El contraste entre el deseo de domincación del hombre del subsuelo y su incapacidad total de llevarlo al plano de la realidad se muestra con tanta nitidez en esta relación que genera un efecto cómico.
En sus fantasías sobre Liza, vemos otra vez la facilidad con la que el mundo se desarrolla para el hombre del subsuelo en el plano ficcional: en un breve arrebato, sueña con que él la cautiva y se enamoran. En esta fantasía, él, dice, la salvaría, la desarrollaría, la instruiría; ella se arrojaría a sus pies, sería su creación, sería suya (116). Nuevamente, este amor idealizado por el romanticismo aparece bajo la mirada crítica de Dostoyevski, manifestándose como la propuesta de una relación asimétrica de sometimiento.
Por otro lado, es importnte destacar que el hombre del subsuelo se permite estas ensoñaciones solo después de varios días de una gran angustia ante la posibilidad de que Liza, de hecho, vaya a verlo. Es decir, recién cuando la posibilidad real de un encuentro empieza a desvanecerse, el hombre del subsuelo se permite fantasear un encuentro con la muchacha. La posibilidad de que el encuentro ocurra, por el contrario, solo le produce angustia y pánico: otra vez, tal como lo demuestra la misiva para Símonov y la interacción con su criado en este mismo capítulo, la interacción con los otros pone en evidencia la cobardía, la torpeza y la incapacidad del hombre del subsuelo.
"A propósito de la nieve derretida", Capítulo IX
Resumen
El capítulo abre con dos líneas del mismo poema con el que comenzó la segunda parte de la novela: "¡Y a mi casa, osada y libremente, / entra como dueña absoluta" (122). Aquí, el yo-lírico recibe a la prostituta redimida en su casa, y sus palabras contrastan con la reacción del hombre del subsuelo. Cuando entra Liza, el protagonista se envuelve en su bata raída, siente que Liza se avergüenza de su pobreza y la odia por ello. Entonces corre hacia el cuarto de Apollón, le lanza el dinero correspondiente a su sueldo y le ruega que vaya a comprar té y galletas. Lo ve dejar muy lentamente lo que está haciendo antes de contar el dinero y dirigirse, finalmente, a la tienda.
Entonces, el narrador vuelve a su habitación y se queja de su criado con Liza. Enseguida rompe en llanto y tiene un ataque de nervios. Para que este sea aún más verosímil, le pide a la muchacha un vaso de agua. Cuando Apollón lleva el té, el hombre del subsuelo aguarda en silencio y se niega a tomarlo para torturar a Liza, dado que la incomodaría empezar a beber antes que él. Así se quedan, en silencio, durante varios minutos.
Finalmente, para romper la tensión, Liza le confiesa al narrador que quiere irse del burdel. Él siente cierta empatía, pero eso no hace sino aumentar su ira contra ella, y entonces le confiesa, entre lágrimas, que solo se estaba burlando de ella la noche que se conocieron. Agrega que había sido humillado y se dirigió al burdel para golpear a Zvierkov, pero como no lo encontró, hizo caer su venganza sobre ella: solo quería tener poder sobre alguien y disfrutó el juego de dominarla, pero ahora solo quiere que ella se vaya. Continúa su descargo: se avergüenza de haberse presentado frente a Liza como un héroe para que ella finalmente lo encontrara empobrecido y atacando a su criado, y se averguenza porque es extremadamente vanidoso. Dice también que odia a Liza por haberlo visto así y por haber escuchado todo lo que acaba de decir, y se echa boca abajo a sollozar durante quince minutos. Entonces ella lo abraza y se queda así, inmóvil.
Eventualmente, el hombre del subsuelo reconoce su vergüenza, así como el hecho de que sus posiciones se han invertido: Liza es ahora la heroína. Aunque no puede comprender sus sentimientos, reconoce que no puede vivir sin ejercer su poder sobre alguien. Entonces levanta la cabeza y, al mirar a la joven, se inflama en él el deseo de dominación y, al mismo tiempo que la odia, se siente atraído por ella. Ella lo abraza con entusiasmo.
Análisis
Este capítulo comienza con otro fragmento del poema utilizado como epígrafe para dar inicio a la segunda parte del libro. Otra vez, el pasaje produce un contraste irónico con lo que sucede en la novela: en el poema de Nekrásov, el yo-lírico le da la bienvenida a su casa a la prostituta redimida, colocándola de hecho en un lugar de superioridad al dirigirse a ella como "dueña absoluta". De este modo, lo que sucederá a continuación podrá ser leído, nuevamente, como una crítica a los ideales románticos y como una denuncia del egoísmo y el anhelo de dominación ocultos detrás de las generosas intenciones típicas de los héroes del romanticismo ruso.
Así, al revés de lo que sucede en el poema citado, el hombre del subsuelo recibe a Liza con vergüenza y desesperación. Como señalamos anteriormente, el protagonista está paradójicamente obsesionado con la mirada de los otros, a quienes considera inferiores, sobre él. De hecho, fue en base a esa necesidad de ser visto por alguien como un ser superior, tras la humillación sufrida en la cena, que él aleccionó a Liza sobre su estilo de vida, juzgándola e indicándole qué curso tomar. Ella creyó en la superioridad moral y en la generosidad del hombre del subsuelo, y ahora que lo encuentra en su casa, donde se evidencia a primera vista su pobreza y la mala relación con su criado, el orgullo de él se ve dañado.
Como siempre, el problema es que el narrador se ve a sí mismo a través de la mirada de los otros, a quienes atribuye su propio juicio. En otras palabras, el protagonista proyecta el desprecio que siente por sí mismo en los demás, y los odia por asumir que lo desprecian tanto como él se odia a sí mismo. Esto es independiente de la opinión que los demás tengan, de hecho, sobre el hombre del subsuelo, ya que él nunca accede a los pensamientos y sentimientos de los demás; tan ensimismado está. Este mecanismo se volverá muy evidente en esta última escena con Liza.
En primer lugar, sintiendo vergüenza desde el primer momento por presentar él mismo la escena que Liza presencia, el hombre del subsuelo procurará maltratarla y hacerla sentir incómoda a modo de castigo por lo que ella le estaría haciendo sentir a él. Así, genera tensión negándose a tomar el té que finalmente lleva Apollón, porque, dice, ella no se atrevería a empezar a beber antes que él. Por supuesto, la tensión se vuelve insoportable para él antes que para ella. Vemos aquí cómo el hombre del subsuelo actúa asumiendo en ella una mirada que es la suya propia; como se comprobará poco después, lejos de juzgarlo, Liza siente simpatía por él.
Por otro lado, en esta escena también encontramos por primera vez al hombre del subsuelo sintiendo simpatía por otra persona primero y expresándose con honestidad, también frente a otro, después. No obstante, la simpatía genuina que siente le produce ira al hombre del subsuelo, quien intentará reprimirla y usará la honestidad para hundirse aún más en la humillación y la vergüenza, en un círculo vicioso que aumenta a su vez la ira que siente contra Liza por verlo cada vez más vulnerable. Es decir, cuanto más confiesa sobre sí mismo, más vulnerable queda frente a Liza, más humillado se siente por ello y, por tanto, más ira le produce la situación.
Pero como Liza no duplica la mentalidad del hombre del subsuelo, como este imagina, reacciona de forma inesperada, y ante la revelación de que fue humillada a propósito, comprende los motivos del protagonista, lo abraza y llora con él:
Yo estaba hasta tal punto acostumbrado a pensar y a imaginarme todo como en los libritos y a representarme todo en el mundo como ya antes lo había inventado en mis sueños, que no pude entender de inmediato esa extraña circunstancia. Y esto es lo que sucedió: Liza, a la que había ofendido y aplastado, comprendió mucho más de lo que yo había imaginado. De todo aquello, comprendió antes que nada lo que una mujer siempre comprende cuando ama sinceramente: que yo era un desgraciado (128).
En esta cita llama la atención hasta qué punto el hombre del subsuelo reconoce la falla esencial de su propio sistema de pensamiento, es decir, el hecho de que proyecta sobre el mundo sus propias fantasías, erigidas en base a la literatura, por lo que tiene una percepción distorsionada de la realidad que le dificulta su comprensión del mundo.
En todo caso, aquí Liza se erige aquí como el único personaje en toda la novela que actúa con empatía, honradez y generosidad. En este abordaje afectivo y empático del dolor del oprimido podemos leer la contracara de la respuesta de la intelligentsia contemporánea a Dostoyevski. Mientras el proyecto político de los radicales de los 60 se basa en ideales europeos anclados en el racionalismo, y el "hombre nuevo" de su literatura supone un héroe racional, ascético y moralista que indica a los otros cómo actuar, Liza representa una respuesta amorosa y empática que comprende el dolor y los errores de quienes considera sus iguales.
No obstante, Liza le ofrece al narrador algo que él no puede aceptar: la salvación. Mientras él fingía tener el objetivo de redimirla, ella responde con la intención genuina de redimirlo a él. Pero eso no es posible, "Porque sin ejercer mi poder y tiranía sobre alguien no puedo vivir" (129). En esta revelación de que la redención a través del amor es imposible para el hombre del subsuelo, se encuentra el clímax de la novela.
"A propósito de la nieve derretida", Capítulo X
Resumen
Unos quince minutos después, el protagonista camina por la habitación esperando con impaciencia que Liza se vaya. Ella está sentada en el suelo, con la cabeza apoyada en la cama. Reflexiona sobre el amor, que para él es sinónimo de tiranía, "una lucha que comenzaba siempre por el odio y terminaba por el sometimiento moral" (130). Reconoce también que ya se ha desacostumbrado a la "vida viva" (130), y que Liza no lo ha visitado por compasión, sino para amarlo. Desea que ella se vaya para poder estar solo, escapar de la realidad que lo oprime y quedarse solo en el subsuelo.
Finalmente, golpea el biombo detrás del que Liza está sentada. Ella se levanta y se retira, pero justo antes, el hombre del subsuelo le pone un billete de cinco rublos en la mano, "por pura maldad" (131), y se da vuelta para no ver su reacción. Cuando ella ya ha salido, él corre detrás y la llama, pero no recibe respuesta. Al regresar a su habitación, ve que ella ha dejado el dinero sobre la mesa. Ante esta visión, se viste rápidamente y sale corriendo tras ella a la calle.
Está nevando mucho. El hombre del subsuelo quiere encontrar a Liza y pedirle perdón, pero luego se da cuenta de que, incluso si ella lo perdonara, la odiaría por eso al día siguiente, y volvería a atormentarla. Decide que será mejor si ella conserva su ofensa para siempre consigo como una purificación. Tras volver a su casa, el protagonista es acosado por el sufrimiento y el remordimiento.
El hombre del subsuelo nunca más vuelve a ver a Liza, y recordará siempre este evento con desagrado. Asegura haber sentido vergüenza escribiendo sus memorias, por lo que este relato no es literatura sino "un castigo correctivo" (134). Una novela necesita un héroe, dice, y él desperdició su vida corrompiéndose moralmente, desacostumbrándose de la vida, con una maldad vanidosa, en un subsuelo. Todos, afirma, nos hemos desacostumbrado a vivir; preferimos vivir como en los libros. Si se nos cumplieran los caprichos, estaríamos peor; si nos dieran más independencia, pediríamos que nos devolvieran la tutela; si nos sacaran los libros, no sabríamos que opinión adoptar, qué amar, qué odiar. Nos agobia ser hombres de carne y hueso y tratamos de convertirnos en hombres universales. Aclara sobre sí: "en mi vida no hice más que llevar al extremo lo que ustedes ni siquiera se han atrevido a llevar hasta la mitad" (134). Finalmente, afirma que ya está cansado de escribir desde el subsuelo, y entonces sus notas son interrumpidas por un narrador externo que aclara que, no obstante, el hombre del subsuelo continuó escribiendo, por lo que es mejor detenerse aquí.
Análisis
Tras el clímax del capítulo anterior, en este, el último de la novela, el hombre del subsuelo explica un poco los sucesos acontecidos. Así, explicita su incapacidad para ser redimido a través del amor puro y desinteresado de Liza, pues, para él, "el amor significaba tiranizar o predominar moralmente" (130). En consecuencia, permanecerá atrapado para siempre en el subsuelo.
De esta forma, el hombre del subsuelo se convierte en una figura trágica: rechaza los valores y la moral de la sociedad en la que vive, así como los ideales liberales que se restringen al plano racional de los seres humanos, pero ante este rechazo no puede sino esconderse en el subsuelo. Añora algo mejor que este subsuelo, pero una vez que se lo coloca frente a él, que se le ofrece un amor genuino y desinteresado, no puede aceptarlo. Parece estar atrapado en el subsuelo como en una prisión.
No obstante, antes de resignarse a escapar definitivamente de la "vida viva" y esconderse en el subsuelo, el protagonista vuelve a dudar: tras otro intento de degradar a Liza ofreciéndole dinero, y luego de que ella se retira, sale corriendo para buscarla y pedirle perdón. Sin embargo, enseguida se da cuenta de que, si ella lo perdonara, él la odiaría por eso y volvería a humillarla, como acaba de suceder. Entonces vuelve sobre sus pasos, aunque sigue siendo acosado por el remordimiento. Estas idas y vueltas en su comportamiento y su evidente incapacidad para decidirse por una acción reflejan aquí, al final del libro, las flagrantes contradicciones de las que el hombre del subsuelo daba cuenta en las primeras líneas de la novela, cuando intentaba presentarse y describirse a sí mismo.
En las últimas líneas de la novela, el hombre del subsuelo vuelve a dirigirse a esos lectores que aparecían una y otra vez en la primera parte del libro -y que podemos identificar como los intelectuales de su tiempo-, y los acusa de haberse distanciado, como él, de la realidad; de no tener opiniones propias; de no soportar ser personas de carne y hueso. Además, recuerda que, como ya dijo en la primera parte, él no hizo sino llevar hasta sus últimas consecuencias las ideas de esos lectores a quienes se dirige. Aquí, Dostoyevski parece hacer más que insistir en la psicología de un hombre torturado. Más bien, parece insistir en una clave de lectura para su propia novela, criticando el carácter ideal y poco realista, tanto de los héroes de la literatura rusa como de las personas reales que se necesitarían para llevar a cabo el proyecto revolucionario de sus contemporáneos.
Este gesto se ve reforzado en el hecho de que, inmediatamente después de esta última confesión, la voz del hombre del subsuelo nos es repentinamente sustraída, cuando irrumpe el supuesto editor de las memorias aclarando que el hombre del subsuelo siguió escribiendo, pero que ya hemos leído suficiente.